¿Nación? ¿Soberanía?
Me han preguntado si estoy en contra del Estatuto de Estella de1931. La pregunta no está formulada correctamente. No se puede estar contra algo que ya, en el pasado, fue desechado. Lo correcto es hacer un juicio histórico del mismo.
Sabido es que el citado Estatuto fue apoyado por tradicionalistas y nacionalistas vascos. Se manifestó en contra del mismo Víctor Pradera. El promotor de la unión fue el entonces Obispo de Vitoria, don Mateo Mújica.
Nuestros correligionarios carlistas obraron rectamente promoviendo y defendiendo tal Estatuto. Pero mi opinión es que se equivocaron. Eso lo podemos decir hoy a la vista de la deriva que han tomado los estatutos en vigor en el actual estado de las autonomías. Para formular el juicio tenemos muchos más elementos que los que disponían nuestros correligionarios de 1931.
Refiriéndonos a la Comunidad Autónoma Vasca, el Estatuto en vigor es un separatismo mitigado. Y lo ha mitigado la vida real. El PNV, que es el partido que más ha gobernado, ha visto las dificultades que supondría la independencia y ha renunciado a ella.
Y es que los estatutos nacidos en un régimen liberal, como el que nos han impuesto, derivan, por fuerza, en el separatismo.
Los Fueros se desarrollaron en una monarquía cristiana. Los reyes eran conscientes de sus limitaciones materiales para gobernar y, a la vez, de la competencia de los grupos, que componían en reino, para resolver sus problemas. Y concedían Fueros o los sancionaban a partir de unos usos y costumbres que se habían manifestado beneficiosos para sus súbditos.
Los Fueros constituían barreras frente a los posibles abusos del poder y cauces para la participación política de los súbditos. Permitían una diversidad, adecuada a las distintas características de cada cuerpo intermedio, sin romper la necesaria unidad del conjunto. Unidad que estaba asegurada por la Fe en el mismo Dios y la lealtad al mismo Rey. Sabido es que el sistema actual ha prescindido de Dios y, en él, el Rey es una figura decorativa.
El sistema actual se basa en dos términos fundamentales: “soberanía” y “nación”.
Al primero le dio el significado que ahora tiene el jurista francés Jean Bodin (Bodino). En la Francia del siglo XVI se encontraron con la existencia de dos iglesias: la católica y la reformada calvinista. Hasta entonces, la única Iglesia había ejercido una autoridad sobre el Rey. Ante la dualidad de confesiones, Bodin decidió que ninguna de ellas tenía autoridad. Que en el monarca se concretaba una autoridad, que no reconocía a otra superior, y denominó “soberanía”. Dio así origen al absolutismo monárquico.
Respecto al término nación, recordaremos que venía empleándose para designar una comunidad de origen. La Revolución Francesa le da un nuevo valor. Se designa al pueblo en el que se concreta la “soberanía”. Y aparece un nuevo absolutismo.
La nación no es capaz de ejercer la soberanía. Se arbitran organismos para ello, a los que se atribuyen la representación del pueblo. Se inventa el mito de que la nación gobierna a través de organismos elegidos por ella. Y como esos organismos no reconocen una autoridad superior, tenemos el absolutismo a que hemos hecho referencia.
La nación es una. Y es la depositaria de toda autoridad. Ello da lugar a un centralismo que se ha manifestado como perjudicial. Surge entonces la necesidad de que el poder central delegue ciertas funciones en los cuerpos intermedios. En España se ha intentado resolver el problema con la creación de las autonomías. ¿Qué derecho tienen las autonomías para ejercer un poder? Ya se ha aceptado el dogma liberal de que la soberanía reside en la nación.
Nacionalistas periféricos dicen que son nación. Aunque nadie sea capaz de concretar qué es una nación. Quienes quieren preservar la unidad proclaman que no hay más que una nación: España. Y que en toda ella reside la soberanía. Los periféricos se empeñan en defender la “realidad nacional” de sus regiones e intentan su independencia. De éstos hay quienes se avienen a un pacto, de igual a igual, entre España y la nación respectiva. Otros han formulado la absurda opinión de una “nación de naciones”.
¡Con lo sencilla que es la formula tradicional de una España conjunto de pueblos unidos por la Fe en el mismo Dios y la Lealtad al mismo Rey! Pero ya hemos dicho que eso lo rechaza la democracia actual.
De todas formas, en el sistema actual, el poder que las regiones reciben de Madrid, se ejerce en éstas al modo liberal. Se ha sustituido el centralismo de Madrid por el de Barcelona, Gasteiz o cualquier capital de autonomía. Las funciones que el Estado había usurpado a la sociedad, se han devuelto a las autonomías, no a la sociedad. De modo que los españoles de hoy, carecemos de los Fueros que constituían barreras frente a los posibles abusos del poder. Y como único cauce de participación política, nos conceden el derecho a depositar una papeleta en la urna cada cierto tiempo. Con ella damos poder a unos señores que luego desempeñan sus funciones como les da la gana. O como se lo ordenan en su partido.
Eso lo hemos visto porque hoy es realidad en España. Eso no lo podían saber los tradicionalistas que lucharon en 1931 por el Estatuto de Estella. Por eso era inevitable que se equivocaran. Las libertades a que aspiramos, porque las necesitamos, solo pueden ser realidad bajo un régimen que reconozca la suprema autoridad de Dios.
Un comentario en “¿Nación? ¿Soberanía?”
Diego Hernández-Yllán
Bueno, eso de que el PNV ha renunciado a la independencia es una percepción que no comparto en absoluto. El nacionalismo vasco es muy sibilino, cuando le interesa pasa por ser regionalista, cuando le interesa pasa por ser estatutista y cuando le interesa (pocas veces) demuestra su verdadera faz y se muestra separatista. Pero siempre siempre es separatista, hoy en día también, aun cuando por las razones que sean les interese no parecerlo…de momento.