Los marcianos y la inexistencia de Dios
La búsqueda de Dios es la mayor persecución humana de todos los tiempos. Es un hecho antropológico incuestionable que la especie humana posee, en la profundidad de su consciencia, una trascendencia natural que la lleva más allá de sus limitaciones sensoriales. No ha habido pueblo primitivo que no haya tenido creencia en alguna expresión divina. En este trepidante viaje, el hombre monta un caballo distinto en cada época y cabalga sobre un paisaje que evoluciona y se transforma. En eras antiguas, los seres humanos primitivos existían condicionados a vivir una fe indubitada dentro de civilizaciones herméticas, politeístas o teocráticas. La imparable travesía ha alcanzado el siglo XXI, donde una sociedad hipertecnológica y archicientífica ha sumergido el espíritu occidental dentro de aguas artificiales. Trágicamente, esta expansión enorme del conocimiento ha fagocitado la natural creencia en una divinidad creadora. Pensamientos filosóficos ateos como el superhombre de Nietzsche o el existencialismo de Sartre han relatado el siglo XX y se han convertido en las raíces de la nueva sociedad. Raíces nuevas, débiles y desvitalizadas que amenazan con derrumbar el árbol de la humanidad.
El hombre pensante de nuestro tiempo debe ir más allá. La visión biológica como única explicación del Universo reina en el mundo desarrollado pero la Ciencia no puede explicar todavía, con un lenguaje monocorde científico, facultades humanas como la libertad de acción o la conciencia moral. ¿Lo hará algún día? Esa es la meta de una carrera que algunos ojos ciegos creen tenerla en sus manos.
Uno de los frentes científicos más populares y emocionantes se encuentra en la exploración espacial. Nuestros ojos se dirigen al cielo desde el primer amanecer de los tiempos. La observación y el estudio de las estrellas formaron parte de la cultura de civilizaciones antiguas, como la griega o la americana prehispánica. En la era moderna, el hombre descubrió que, más allá de la Tierra, existía un Universo. Al comenzar el siglo XX, cuando los medios de observación telescópicos se agotaban en el límite de nuestra galaxia, surgió la inquietud social por la posibilidad de la existencia de vida extraterrestre. Y la literatura y el cine crearon sus mundos paralelos con marcianos invasores en sus naves interestelares. La imaginación es otra de las facultades humanas que son indefinibles para la biología.
La astrología de hoy en día está definida por un impresionante desarrollo tecnológico al servicio de equipos internacionales de eminentes científicos. Los actuales observatorios astronómicos han sobrepasado los límites físicos del universo que fueron impuestos al hombre en la Creación. Los descubrimientos son inabarcables para nuestra mente. Se ha obtenido la evidencia de que la Tierra es un charco de agua viva dentro de un mar de estrellas. El viaje eterno de la humanidad ha salido de la Tierra y los satélites salidos de su inteligencia han llegado ya a Júpiter, buscando el que sería el mayor descubrimiento de la historia: la vida extraterrestre.
Y he aquí, que este hombre moderno y científico que ha arrojado fuera de sí a Dios en la Tierra, corre a través de este espacio muerto para encontrarse con rocas y gases inanimados. El hombre moderno está ciego. ¿Acaso la infinitesimal porción del Universo que pueden ver nuestros ojos es una prueba de que el Dios de Cristo no existe?
De momento, millones y millones de dólares sólo han encontrado, fuera de nuestro planeta, indicios de agua. El agua del camino, de la verdad y de la vida de la que habló Jesucristo.