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27 de diciembre de 2019 0 / / /

LA IDOLATRÍA DEL OLENTZERO

En tierras navarras y vascongadas, un espectro acaparador de la Natividad es el Olentzero, imagen que refulge en calles y edificios. En fechas de la Nochebuena, en numerosas localidades se organizan comitivas callejeras con la efigie sentada de este personaje, un viejo y rollizo vasco ataviado con boina y blusa. Numerosos participantes, mayormente los niños, se aderezan con vestimentas tradicionales vascas para acompañar a los figurantes en los desfiles. En época anterior, era frecuente que la izquierda abertzale hiciera acto de presencia en la fiesta con pancartas u otros reclamos. El final de la celebración es la variopinta aparición de un sinfín de regalos, gracias a la dadivosidad del mágico ser. Bajo el entrañable aroma navideño, multitudes participan de un acto tan simpático como extranjero de la Navidad Cristiana.

El Olentzero es una más de las mentiras históricas del nacionalismo que, triunfante y donosa, campea en la sociedad vasco-navarra de hogaño. Empecemos por el principio, aunque éste es tan misterioso como el origen y evolución ancestral del idioma vasco. El Olentzero verdadero está radicado en la localidad navarra de Lesaca. Su origen es desconocido y quienes lo han estudiado con rigor científico coinciden en que se trata de un suceso de gran antigüedad. Y he aquí que esta secular tradición es esencialmente cristiana, sin atribución alguna con el reparto de regalos a los niños. La misma consistía en una fiesta rural en lengua vasca sobre un carbonero, habitante en la montaña, que baja a la plaza en la tarde del 24 de diciembre para anunciar a sus vecinos que Jesús ha nacido. En la vieja tradición de Lesaca, la efigie del montañés anunciante de la Buena Nueva era paseada, llena de manjares, entre una algarabía popular preludio de la cena familiar de Nochebuena.

Esta perla antropológica  de un pueblo de la montaña de Navarra, fue elegida como munición táctica por activistas nacionalistas. A finales de los años 50, el desfile del Olentzero fue injertado en la capital como manifestación folklórica vasca, enraizándose fuertemente como una nueva tradición de Pamplona. Tras la Transición, un PNV triunfante en las instituciones partitocráticas creó la televisión pública vasca como eficaz medio de adoctrinación. El orondo carbonero navarro fue reconvertido en todo un mito, tan televisivo como supuestamente legendario. Con rapidez, la novísima tradición se expandió por todo el territorio histórico vascongado, siendo que hoy generaciones de jóvenes identifican la Navidad con los regalos de un anciano vasco de cartón-piedra.

No debe simplificarse el hecho de que territorios de milenaria reciedumbre, tales como el Viejo Reyno de Navarra y las antiguas provincias forales vascas, articulen socialmente la Navidad en torno a un sucedáneo de Papá Noel. De hecho, el nuevo Olentzero no ha conseguido fagocitar a la maravillosa e histórica fiesta de Los Reyes Magos, conviviendo ambas costumbres en aquellas tierras.  Las plagas de la globalización han llovido por todo el mundo sin que ninguna tierra haya quedado libre de su agua ponzoñosa.  El Nuevo Orden Mundial ha nacido dentro de la Cristiandad  y su objetivo esencial es la aniquilación de la sociedad cristiana. El nacionalismo no ha sido nada más que un instrumento ejecutor de esta demoníaca evolución social, la cual también ha inundado esos nobles e indómitos lugares, raíces que son las más profundas de España.

El cristiano no debe perder nunca la Esperanza. Cada Navidad, Cristo vuelve a nacer y sabemos Quién ganará la batalla definitiva y Quién reinará tras de ella. Bajo las tinieblas en las que vivimos, cabe compadecer a quienes, subyugados por la hiel de nuestros tiempos, han abandonado a Cristo para idolatrar a un monigote.

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