La hora ha sonado
(Por José Fermín Garralda) –
A mi no me extraña, conociéndoles, la iconoclastia que estamos viviendo. Ahora mismo es en Órbiga, Aguilar de la Frontera, Brozas, Ovando… Ayer fue en otros lugares. ¿Y mañana?
Durante hace cuarenta años, los marxistas y separatistas decían creer en la democracia liberal, pero era un paripé. Nosotros ya lo advertimos y, mientras tanto, todos cerraban plácidamente los ojos. Ahora con la eutanasia ya se los sacarán. Saliendo el Infierno (?) de la década de los setenta, -decía Ambrosio a Filomena-, nos prometen la Arcadia para tranquilizar nuestro agitado corazón, y hay que fiarse. Pues bien, pasado un ciclo largo (Kondratiev establece ciclos no sólo económicos de 40 años), los marxistas y separatistas muestran al fin lo que siempre han sido y lo que hasta hoy han querido y sabido ocultar. Ahora mismo, los marxistas, terroristas y separatistas muestran cómo son y lo que vendrá. Los mitos -la clase, el Pueblo, la anarquía del individuo convertidos en un verdadero dios, que no el Dios verdadero- devoran a todos como Saturno a sus hijos.
Ante ello, ¿se nos han abierto al fin los ojos?
Por eso, me sonrío ante la ingenuidad de un amigo mío, cuando me escribe: “Primero ZP y luego su discípulo Sánchez andan empeñados en romper la reconciliación entre las dos Españas que nos trajo la transición para devolvernos a los años 30 de odio y enfrentamiento. Es un disparate“.
Sí, es un disparate, pero permítanme un breve comentario. Los españoles ya estaban reconciliados para finales de los sesenta. Por ejemplo, tuvimos siete asesinados en mi familia por los revolucionarios y, por la gracia de Dios, desde el primer momento la familia se encontró reconciliada con “los otros”: la reconciliación la hicieron desde luego los mismos españoles, y sobre todo con el nombre de Dios en los labios.
Los marxistas y separatistas no quieren detenerse ahí, en 1976. No pueden detenerse. Hoy exigen una huida “creadora” hacia adelante, para consumar sus mitos -aún contradictorios entre sí-, siempre a lomos del caballo de Atila. Primero, y tras 1976, iniciaron la agitación en las mentes, luego han ido creando un coherente -aunque “loco”- nacionalismo chantajista y una izquierda radical “anti” todo y vengativa. Ahora, todos ellos pasan a la acción de lo aprendido desde la plataforma de lo que tienen bien asentado. ¡Cuánta responsabilidad tienen los Gobiernos liberales del “laisser faire, laisser passer“, anteriores al tal ZP, dr. Pedrín y sus comparsas!
El odio que se está creando nunca lo pusieron las gentes de bien, sino las ideologías marxistas o anarquistas empeñadas en la dialéctica de contrarios (la lucha de clases como alma de la historia), o bien quien dice: “España nos explota y oprime”, “España nos roba”. El tema es qué España, porque ya no hay “dos Españas” sino diecisiete, y cada uno que es rey -o reina- en su casa. Pero entendemos bien lo que dicen.
Paciencia, que con ella salvaremos nuestras almas dice el Santo Evangelio. Desde luego, pero esto sin duda debe ir acompañado de la firmeza, que es lo que día falta a muchos, desde a no pocos de nuestros celosos obispos hasta buenísimos padres de familia. Todos presentarán sus justificaciones. Como los ausentes el Dos de mayo.
Decimos firmeza o fortaleza, que es hombría, una virtud puramente natural tan olvidada por los pietistas, flojos y mirones, que suelen ser los que reducen la tarde del domingo al chocolate con churros y la Santa Misa a darse la paz con los codos, extendiendo finalmente la mano para comulgar.
Sí, hay silencios cómplices. Como dice García Serrano, hoy “Basta ser un hombre libre. O sea, un hombre“. Pero Diógenes no encontró ninguno. Hay terribles complejos e intereses a salvaguardar con un hipócrita posibilismo, ante esas turbias fuerzas que nos gobiernan entre bambalinas.
O como dice Juan Lee, cualquier cosa que hagamos ahora, dejará una huella en la historia. Así pues, ante el silencio de muchos, seamos independientes, porque el silencio “habla” cuando se debe y puede hablar.
Asistimos con una infinita pena y vergüenza al crecimiento de los atrevidos y al voluntario ir a las catacumbas de la gente “corriente” y tibia. ¿Quién habla de heroísmo? ¿Tu abuelo estaría orgulloso de ti cuando mantienes los recuerdos? ¿Y cuando mantienes el Derecho de Dios y los derechos de los hombres? Uno podrá ceder alguno de sus derechos individuales -el poner la mejilla-, pero no el derecho de Dios ni los fundamentales de sus hermanos.
Miren: no me creo nada de la coherencia interna de quienes hacen libros sobre los muertos en la guerra pero no está presentes cuando se les celebra y reza. Tampoco la de quienes dicen ser obispos para todos, pero sobre todo atienen y ceden ante los que tienen el poder de la calle o la administración social-comunista. Ni siquiera creo la coherencia interna de quienes hablan mucho de amor y sin embargo dejan solos a los fieles ante las agresiones a Dios y a los católicos amantes de la Cruz, ante las exhumaciones de los muertos, e incluso prohíben celebrar la Santa Misa en lugares hasta hoy consagrados.
Hay gente que está alzando su voz en los medios, y en la calle, serán cinco pero ahí están. Con motivo del coronavirus las minorías emergen con fuerza en extranjero -en España, salvo algunos médicos, casi no hay un alma caritativa-, convirtiéndose pronto en mayorías callejeras como ha ocurrido en Inglaterra, Dinamarca… Aquí ni nos enteramos. Ellos son los valientes. Los demás, unos cobardes. Aita Teodoro decía al alférez cuando trepaba con él por la colina yendo a tomar la posición, y éste detenía: “A ver esos cojoncillos...” Pues si. Así son las cosas: ayudarnos mutuamente a reclamar firmeza es ley de vida. Ocurre que en nuestra aparente paz, llena de sangre inocente in crescendo ¡desde 1985!, ya no hay élites dirigentes. Ni parece que haya Fe.
Habrá que hablarse más que hablar al viento, escribirse más que escribir en el foro, verse más que usar el móvil, organizarse más que preguntar a los demás qué hacen, ofrecer y servir con las cualidades que cada cuál tiene, salir a la calle sin complejos como lo que se es, sembrar los espacios con cruces de papel, de tinta o de madera, y rendirse ante el “aquí estoy con eficacia y empuje”.