La fe y el voto
(Por Porfirio Gorriti) –
Las jornadas electorales son el tiempo de máxima expresión litúrgica de la diosa Democracia, deidad suprema de nuestro mundo material actual. La Democracia es una diosa joven, apenas lleva un siglo reinando en el Olimpo del neopaganismo postmoderno. Contrariamente, el error de negar la realidad es eterno y acompaña al hombre desde los albores del Tiempo. La negación de la gangrena interior siempre conduce a la destrucción del ser, bien del hombre como individuo, bien de la sociedad en su conjunto. En una España gangrenada por el sistema democrático que bendice la diosa, las elecciones municipales y autonómicas del mes de mayo marcarán una nueva renovación de siglas para un mismo engranaje de organización política.
Desde el injerto de La Democracia en nuestra nación, muchos católicos han dado el voto inercialmente a los partidos políticos que se identifican con la borrosa imagen de conservadores. Esta dinámica sociológica se ha mantenido invariable en los últimos cincuenta años a través de varias generaciones, a pesar de que los sucesivos partidos de centro-derecha no han practicado política católica ninguna. Por otro lado, no son pocos los católicos que, dentro de su contexto personal, apoyan electoralmente a partidos encuadrados en la izquierda política. Finalmente, muchos católicos deciden no participar en el proceso democrático y elevan el heterogéneo porcentaje del espectro de la Abstención, el cual beneficia directamente a los partidos mayoritarios. La irrupción de VOX en el panorama social ha despertado la ilusión de numerosos católicos pero, por encima de algunos guiños públicos religiosos, la cúpula de este partido político rechaza la decisión estratégica de adoptar el catolicismo como identidad del partido.
Desde los lejanos tiempos de la UCD postfranquista y el PSOE de Felipe González, los sucesivos partidos que han formado gobierno han pergeñado acuerdos políticos de tipo no agresión con la alta jerarquía católica española, los cuales no han ofrecido distinción significativa en la acción institucional social entre los partidos que se definen de izquierdas y los conservadores que han agrupado la mayor parte del voto católico. La realidad del poder terrenal de la España de hoy es que, gane quien gane las elecciones, la espiritualidad cristiana en la vida pública es fagocitada por la idolatría a la diosa Democracia.
Unos efectuarán una reflexión y elegirán la opción menos mala en el contexto actual, otros votarán por impulso, otros serán convencidos por unas últimas palabras preparadas para un candidato y otros perseverarán en el espejismo de la abstención. Todas las opciones serán correctas para la diosa que promete a sus creyentes que son felices porque votan.
La Democracia y su sufragio universal son un engaño social elaborado por el ser humano, el cual necesita una idolatría como eficaz marketing de masas. El hecho de que horrores como el aborto y la eutanasia se consideren avances progresistas democráticos es una prueba de la inspiración demoníaca del sistema.
Un afán revolucionario contra el actual y globalizado sistema democrático es irreal, tal y como la Pandemia ha demostrado. Los católicos necesitamos un movimiento político que sepa mirar hacia el incierto futuro que se está creando, imparablemente, delante nuestra. Mirar hacia atrás es ver la derrota.
Cristo reinará. Los ídolos y los falsos dioses serán derribados. No sabemos cuándo ni cómo.