Greta y el clima
Nos acaban de vender el discurso histérico de una niña de quince años, manipulable y evidentemente manipulada, como la piedra de toque para la existencia de la exclusiva responsabilidad humana en el cambio climático. Todo el mundo se ha sentido en la necesidad de posicionarse a favor o en contra de Greta, y los niveles de histeria en este mundo de las redes sociales y el pensamiento facilón de 150 caracteres han vuelto a elevarse a las nubes.
Como siempre que hay intereses ideológicos detrás, desaparecen la reflexión y el debate mesurado sobre las realidades a las que nos enfrentamos. Así, parece necesario que el mensaje al mundo -simplón, corto y cargado de emotividad-, sea terrorífico: “estamos ante una extinción masiva inminente”. Y ya está.
Por razones obvias, la respuesta ha de moverse en los mismos parámetros. Y consecuentemente asistimos a un mero cruce de insultos y fanatismo que sólo beneficia, como casi siempre, a los que ganan dinero con esto. No hay que ser un lince –yo no lo soy- para darse cuenta de que tras este debate existe una guerra soterrada entre grandes sectores industriales enfrentados por el control de la producción energética. Y el común de la gente, como borregos, le hacemos el juego, un ignorante juego, sin ningún pudor.
Respecto del cambio climático a pocos interesa decir que no existe un verdadero consenso dentro de la comunidad científica acerca de las causas, y sobre todo de las consecuencias que los cambios del clima arrojarán sobre el planeta.
El clima cambia. Siempre lo ha hecho. Sólo hace 150 años que tenemos mediciones más exhaustivas de cómo, y a qué velocidad, lo hace. Hace apenas cuarenta años los agoreros del clima de lo que avisaban era de un inminente enfriamiento global que nos iba a sumergir en una especie de edad del hielo. Esas previsiones no se cumplieron. Y con la subida de las temperaturas lo que toca ahora es avisar de una inminente destrucción de todo lo que nos rodea por culpa del calentamiento. Conviene que recordemos, por ejemplo, que el calentamiento observado desde 1900 en realidad comenzó en los años 1700, es decir, desde los mínimos de la llamada Pequeña Edad de Hielo, el período más frío de los últimos 10.000 años.
Hemos asistido en las últimas décadas a una tesis que postula que el calentamiento de la superficie de la tierra -de alrededor de 0.9 grados centígrados- observado desde 1850 en adelante sería anómalo y causado exclusivamente por actividades humanas, y más concretamente por la emisión de CO2 debido al uso de combustibles fósiles en la atmósfera.
Esta tesis del «calentamiento global antrópico» ha sido promovida por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas –el mismo foro al que Greta reprendió lanzando su mensaje histérico al tiempo que apoyaba sus tesis-. Las consecuencias serían modificaciones ambientales tan graves como para temer daños gigantescos en un futuro muy próximo, a menos, eso sí, que se apliquen medidas de mitigación drásticas y costosísimas.
Pero ocurre que, como alertan algunos científicos, «el origen antrópico del calentamiento global es una hipótesis no probada, deducida únicamente a partir de algunos modelos climáticos, es decir, programas informáticos complejos, llamados Modelos de circulación general. Por el contrario, la literatura científica ha destacado cada vez más la existencia de una variabilidad climática natural que los modelos no pueden reproducir. Esta variabilidad natural explica una parte sustancial del calentamiento global observado desde 1850. La responsabilidad antrópica por el cambio climático observada en el siglo pasado es, por lo tanto, injustificadamente exagerada y las predicciones catastróficas no son realistas».
Observando las oscilaciones climáticas conocidas sabemos que hubo un período de calentamiento (1850-1880) seguido de un período de enfriamiento (1880-1910), un nuevo calentamiento (1910-40) seguido de otro enfriamiento (1940-70) y un nuevo período de calentamiento (1970-2000) que es similar al observado 60 años antes.
Los años siguientes (entre 2000 y 2019) sufrieron un aumento no previsto por esos modelos climáticos, de aproximadamente 0.2 grados por década. Se trata de «una estabilidad climática que fue interrumpida esporádicamente por las rápidas oscilaciones naturales del Océano Pacífico, conocido como El Nino Southern Oscillations, como aquella que condujo al calentamiento temporal entre 2015 y 2016».
También conviene resaltar que, pese a lo que ha calado en el imaginario colectivo, el dióxido de carbono en sí no es un contaminante. Por el contrario, es indispensable para la vida en nuestro planeta, e interactúa con otros factores en el clima terrestre.
Lo que se nos plantea en el futuro no es en ningún caso la certeza de destrucción alarmista de Greta, sino una verdadera incertidumbre. Tampoco podemos tener certeza del impacto que produciría en el clima una reducción a cero de la emisión de anhídrido carbónico a la atmósfera. Y eso por no mencionar cómo se obvia la producción de energía en muchos países no desarrollados a partir de la combustión de madera, con consecuencias ambientales catastróficas.
El hombre influye, y lo ha hecho desde siempre, en su medio ambiente. Desde los albores de la civilización. El nacimiento de la agricultura, por ejemplo –por no mencionar la agricultura intensiva- fue un impacto brutal en el planeta.
Sería de estúpidos negarlo y constituiría una irresponsabilidad gravísima no dar importancia a la necesidad de reducir la polución, el vertido de plástico a los océanos, la contaminación de los ríos por la industria textil… Pero es sospechoso, por lo prepotente, pretender que todo el clima depende de nosotros y creer, desde una cosmovisión antropocéntrica, que estamos dotados de una capacidad absoluta para controlar la naturaleza.
Tampoco debemos perder de vista que el impacto mediambiental causado por el hombre tiene correspondencia con una motivación más profunda, vinculada a un estilo de vida consumista y a los modos de producción del llamado “capitalismo salvaje” (como si hubiera alguno que no lo fuese). Y ahí, en esa raíz, es donde hay que identificar muchos de los problemas ambientales actuales. Pero en ningún caso, en mi opinión, alinearse con un alarmismo apocalíptico y sin suficientes fundamentos probatorios, que aparte de ocultar intereses económicos espurios nos apartan de la vista uno de los problemas principales de nuestro mundo: la pobreza y la injusta distribución de la riqueza, con un 20% de la población disfrutando del 80% de la riqueza mundial. Ahí tiene mucho que decir el sistema capitalista.
En el ADN del católico está lo que el profesor José Román Flecha, en una obra publicada por la BAC en 2001, definió como “el respeto a la creación”, presente en la teología desde los primeros cristianos. Pero un “ecologismo”, una preocupación por nuestra tierra, que no tenga como fin último el bienestar material y espiritual del hombre no puede sino fracasar.
Es necesario pararse un poco, en lugar de ir a rebufo de los acontecimientos, y buscar desde la reflexión el balance y la equidad, alejándonos de fanatismos sin fundamento. En el momento en el que entremos en el juego del último tweet, que sigamos la estela de Greta para aplaudirla o denigrarla, habremos perdido.
Un comentario en “Greta y el clima”
antonio
“vamos a jugar la carta niña escandalosa hablando del cambio climático ahora!! – ah que bien, eso servirá para olvidarse de geoffrey epstein” works every time