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18 de febrero de 2018 0

Evolución humana (II). Los hombres de barro.

Es esencial para el cristiano culto de hoy el conocimiento del hecho de la Evolución Humana, siendo como es una época herida por una explosión científica que ha reducido a escombros la Antigua Cristiandad. El desarrollo científico actual hace escorar, hasta el naufragio, la fe de muchos creyentes en turbación. Una vez expuestos en el primer capítulo una serie de conceptos esenciales que permiten a todo lector integrar los hilos tejidos en el texto, se desarrollarán ya datos específicos de Antropología Evolutiva.

Los hallazgos fósiles más antiguos, clasificados dentro del linaje de los homínidos, se han realizado en el continente africano y poseen una antigüedad enmarcable entre 7 y 11 millones de años. Estos primeros fósiles se clasifican en el orden taxonómico de los primates y muestran el desarrollo de una bipedia en grado parcial como mecanismo de desplazamiento. Desde una data aproximada de 4 millones de años, aparecen unos seres que poblaron las sabanas de África a lo largo de un espectro temporal de unos dos millones de años. Sus restos fósiles son abundantes y son llamados Australopitecos desde la primera mitad del siglo XX. Su estructura ósea muestra que su aspecto físico global debió ser esencialmente simiesco, con extremidades superiores que poseen características de trepa como dinamismo funcional. Está demostrado, mediante análisis microscópico, que usaron materias primas naturales como herramientas pero no existe evidencia científica alguna de que estos seres produjeran por sí mismos ningún tipo de objeto manufacturado. Hoy en día están descritas numerosas subespecies de australopitecos y, debido a la fragmentación de los fósiles, no existe un consenso científico respecto a la clasificación biológica de la especie como un conjunto unitario.

Imagen de un cráneo, excelentemente conservado a través de más de dos millones de años, de un ejemplar clasificado dentro de los Austrolopitecos. No se les atribuye manufactura alguna de objetos. No deben albergarse dudas en contemplar su naturaleza como la de un animal.

En un límite máximo de antigüedad de unos dos millones y medio de años, aparecen en África los restos fósiles de los primeros primates evolucionados que son reconocidos por la comunidad científica como pertenecientes a la especie Homo, homininos u homínidos (este último término es el que vamos a seguir en este trabajo). Los primeros antropólogos del siglo XX que los estudiaron establecieron dos especies sucesivas en el tiempo: Homo Habilis y Homo Erectus. Su anatomía se encuentra más alejada del orden de los simios que la de los Austrolopitecos, aunque respecto a la humana, sus características anatómicas muestran diferencias de especie muy evidentes. El rasgo humanoide esencial es que poseían una bipedia completa. La especie Habilis ofrece una enorme variabilidad biológica que sustancia grandes debates críticos antropológicos en su taxonomía, mientras que la especie Erectus posee un amplio consenso internacional en su clasificación anatómica.

Cráneo de Homo Erectus. Sus restos fósiles son abundantes y se extienden por África y Asia durante el último millón de años. Su aspecto físico tuvo que ser humanoide pero la ausencia de conocimiento especializado puede llevar a engaño: las diferencias esqueléticas con el Homo Sapiens son amplias. Su naturaleza será siempre un misterio. Su único legado son piedras.

La trascendencia de su estudio radica en que sus cerebros y sus manos fueron capaces de realizar tallas de piedra, lo cual prueba una capacidad cerebral superior a cualquier animal existente hoy en día. La antropología del siglo pasado fue desenterrando las piedras elaboradas por estos homínidos, las cuales fueron clasificadas de acuerdo a la complejidad de su manufactura. Los vestigios más antiguos y más simples son piedras afiladas, mientras que los más avanzados corresponden a precisos diseños líticos, con función de martillos y hachas de mano. Elementalmente, se asocian las tallas más simples al Homo Habilis y la técnica pétrea más elaborada al Homo Erectus. Diversos yacimientos prueban que estos seres se dispersaron desde su África originaria, a través del Medio Oriente, hasta alcanzar China.

El siguiente gran salto evolutivo tiene a nuestra España como protagonista. La gran empresa arqueológica de Atapuerca, tras su descubrimiento en el año 1976, dio sus primeros grandes frutos en los años 90 y explotó en el 2008 con los hallazgos de la Sima del Elefante. El tesón y el trabajo bien hechos han sacado a la luz un tesoro escondido en el subsuelo de esta sierra burgalesa. Este yacimiento ha ofrecido al mundo la colección más numerosa y mejor conservada de homínidos europeos del estrato arqueológico comprendido entre medio millón y un millón de años. Estos supuestos antepasados del hombre fueron bautizados con la especie de Homo Antecessor y se han convertido en personajes mediáticos. Su teoría fue recibida en la comunidad científica con el escepticismo tenaz inherente al auténtico rigor científico. En la última parte de esta trilogía hallará el lector la respuesta final que la genética ha ofrecido sobre este patrimonio antropológico ibérico.

En cota de trescientos mil años de antigüedad, surge el renombrado Hombre de Neanderthal, cuyos primeros restos fueron descubiertos en el siglo XIX y abrieron la historia de la Antropología Evolutiva. Su esqueleto corresponde al de un vigoroso humanoide. Algunos hallazgos relacionados con el hombre de Neanderthal han suscitado dudas y debates apasionantes pero, por encima de toda imaginería, sus yacimientos no han ofrecido más objetos de valor arqueológico contrastado que piedras talladas. Esta ausencia de cultura superior prueba que su estructura cerebral no debía ser diferente en esencia a los homínidos más primitivos que le precedieron. Sus restos están localizados exclusivamente en Europa y Próximo Oriente.

Neanderthales de la colección arqueológica de la cueva asturiana de Sidrón. España ocupa un lugar importante en el mundo como tierra de localización de importantes yacimientos antropológicos. Este homínido pertenece a nuestro acervo cultural aunque no es realmente un antepasado del hombre, como se explicará.

Y, finalmente, en un rango de doscientos mil años respecto a nuestro tiempo actual, se datan los primeros fósiles cuya anatomía esquelética se atribuye a la que sería nuestra especie taxonómica: Homo Sapiens. Los yacimientos más antiguos están sitos en África y Oriente Próximo. El estudio anatómico muestra algunas diferencias esqueléticas con los humanos propiamente modernos, con rasgos de transición respecto a los homínidos. La Antropología los diferencia como especie de otros homínidos y de los seres humanos actuales, siendo llamados Homo Sapiens Arcaicos.

La Antropología Evolutiva considera que los diferentes grados taxonómicos del llamado linaje Homo, expuestos concisamente en este artículo, demuestran una transformación progresiva de las estructuras óseas de los primates en el esqueleto de un hombre y, por consiguiente, la teoría de Darwin se considera probada en el orden del registro fósil. Sin embargo, conforme han sobrevenido los grandes avances tecnológicos del siglo XXI, las certezas en el camino evolutivo del hombre se han resquebrajado hasta convertirse en el mismo polvo que cuidadosamente es inspeccionado en los yacimientos paleontológicos. El proceso evolutivo biológico del ser humano en la Tierra no es incompatible con la visión cristiana de la Creación, ni con el simbolismo del Antiguo Testamento, como vamos a exponer.

La precisa datación geofísica actual de los yacimientos ha demostrado que no ha existido una secuencia evolutiva en la que una especie de homínido se convierte en la siguiente, cual peldaño de una escalera coronada con el hombre moderno actual. Al contrario, las diferentes especies descritas de homínidos se entremezclan unas con otras, en las diferentes épocas ancestrales. Hoy se sabe, sin duda científica alguna, que el Homo Sapiens coexistió con el Hombre de Neanderthal en Europa y, probablemente también, con los últimos Homo Erectus de Asia. Pese a quien pese, la taxonomía del linaje Homo es, a fecha actual, un problema antropológico irresuelto.

Volvamos a la pregunta más humana que haya existido: ¿qué es el hombre? ¿Se pueden considerar seres humanos a los homínidos que poblaron el planeta durante millones de años sin dejar más vestigio cultural que piedras afiladas? Su inteligencia abstracta y naturaleza trascendente sitúan al hombre en una dimensión diferenciada respecto al conjunto del reino animal. Este razonamiento se aplica también a los seres relacionados evolutivamente con el ser humano, desde los más antiguos primates antropoideos hasta los humanoides más próximos. El uso de herramientas de piedra no es sinónimo de ser humano, puesto que el uso de objetos para obtener un fin material concreto es un tipo de conducta condicionada común en el Reino Animal. Renunciando a la extensión, se puede argumentar que los simios usan diferentes objetos naturales como instrumentos para conseguir alimentos; así mismo, animales inferiores como las aves construyen nidos recogiendo y ordenando materiales de la naturaleza.

En la imagen derecha, se muestran complejas herramientas de piedra elaboradas por Homínidos. Ningún animal es capaz de crear un diseño instrumental tan complejo. ¿Esa capacidad cerebral los hizo seres humanos? La respuesta no es necesariamente afirmativa como muchos pretenden. La utilización de objetos con finalidad de uso es una conducta común en el Reino Animal, como plasma magistralmente la instantánea izquierda. La capacidad cerebral y la naturaleza dimensional humana son realidades esencialmente diferentes.

La interpretación de los yacimientos de los Homo Sapiens Arcaicos constituye, en fecha actual, un debate científico abierto. Es el último escalón evolutivo hacia la cúspide del hombre y el primero desde la perspectiva cristiana. Estos primeros Homo Sapiens Arcaicos poblaron la Tierra durante los últimos cien mil años dispersos por África, Próximo Oriente y Asia. Recientes descubrimientos han aportado indicios que apuntan a una antigüedad mucho mayor, acercando su origen cronológico al de los neanderthales. Construyeron herramientas de piedra de gran precisión y se han encontrado diversos materiales que han sido interpretados como elementos de adorno, algunos por el hecho de estar pigmentados. Estos vestigios arqueológicos son objetos como huesos horadados, conchas y cáscaras de huevo de avestruz. Estos objetos aportan muchas dudas científicas sobre su origen instrumental y existen hipótesis plausibles que explicarían su producción natural. Muchos especialistas no consideran que existan pruebas ciertas de que estos primitivos Homo Sapiens del Paleolítico construyeran objetos manufacturados con finalidad simbólica ó trascendente.

Cuando el reloj de la Evolución llega a la fecha aproximada, e imprecisa, de unos cuarenta mil años antes de Cristo, se produce una explosión en la noche de los tiempos. A partir de esta data, se localizan signos inequívocos del uso del fuego y de la práctica de enterramientos, se desentierran anzuelos, puntas de lanza, flautas de hueso, estatuillas de animales de gran belleza…El hombre y su enigma han nacido en la Tierra.

Se han desarrollado numerosas teorías, químicamente ateas, para explicar este cambio abrupto en la capacidad cerebral del homo sapiens, sin que todavía ninguna haya demostrado científicamente esta metamorfosis dimensional. Durante la última glaciación del Paleolítico, ¿qué acontecimiento sucedió para que las toscas manos que golpeaban piedras se convirtieran en los pinceles cavernarios del maravilloso arte rupestre?

La corriente científica actual ha robado al hombre su condición de criatura de Dios y busca su ovillo biológico a través de la materia del Universo. Esta búsqueda, tan humana, tan soberbia y tan infértil, pertenece a nuestro acervo primigenio cultural occidental y ofrece una relectura contemporánea del milenario Mito de Prometeo. Los antropólogos cristianos son escasos hoy en día, pero la Historia ha probado tenazmente a través de los siglos que, en determinadas épocas, la Verdad se aleja de las corrientes mayoritarias de pensamiento. Ya está el avezado lector advertido de la obligación de huir de todo discurso, pretenciosamente rotundo, que pretenda establecer el origen auténtico del hombre.

En la tercera parte de este trabajo, se presentarán al lector las evidencias científicas que la biología molecular ha ofrecido a la Antropología Evolutiva en este siglo XXI, las cuales superan dentro de su alcance a la información del registro fósil y han establecido algunas certezas definitivas.

El hombre neopagano posmoderno ha dejado de leer tanto la mitología griega como la Biblia, cuyos versículos 6 y 7 del capítulo 2 del Génesis dicen así:

” Se levantaba de la tierra un vapor que regaba toda la superficie del suelo. Entonces, Dios formó al hombre del barro de la tierra, sopló en su nariz el aliento de vida y fue el hombre un ser viviente”. Palabra de Dios.

 

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