Evolución humana (I). El génesis maldito de Darwin
El abandono de la fe en Dios y la creencia irreflexiva en teorías científicas van parejas en la sociedad contemporánea. Los cristianos creemos en la fe verdadera. ¿Los impíos creen en una Ciencia verdadera? El hombre del siglo XXI debe cultivar la sabiduría para distinguir las auténticas certezas biológicas de las teorías contaminadas por la imaginación de los científicos que las han desarrollado. El legado de Charles Darwin se ha convertido en el dogma que marca la génesis del hombre como la consecuencia de un desarrollo evolutivo natural a través de millones de años. El primer mandamiento para el hombre postmoderno es que viene del mono. ¿Está demostrado científicamente que no somos otra cosa que una especie más del orden de los primates?, ¿quiénes somos? Se trata de la primera y lapidaria pregunta que se hace el ser humano desde el principio de los tiempos. En este blog de Ahora Información desarrollaremos esta apasionante y trascendental cuestión, en la medida que ésta despierte interés entre sus lectores.
El punto de partida debe ser que la teoría de la evolución es un hecho biológico totalmente demostrado por la Ciencia en nuestros tiempos. Darwin tenía razón, aunque luego volveremos sobre su figura. La gestación de nuestro planeta ha podido datarse, por técnicas actuales geofísicas, en aproximadamente unos 4.500 millones de años. Esta dimensión temporal es inabarcable para la mente humana y, durante la inmensa mayor parte de ella, la Tierra no fue nada más que un conglomerado de tierra y lava que iba emergiendo de los océanos. El origen de la vida y la naturaleza de las primeras especies vivas son desconocidas y permanecen para la Ciencia en estado de hipótesis a partir de los registros fósiles más antiguos. A través de un pedaleo vital de miles de millones de años, múltiples fenómenos geológicos, cambios climáticos y diferentes especies bestiales fueron sucediéndose en el planeta. Este insondable camino que compartimos todos los seres vivos posee un nexo biológico común en forma molecular de semilla: el ADN.
Sobre la gigantesca figura de Darwin, lo primero que hay que recordar es que su obra no es un texto de filosofía atea sino que es un manifiesto científico que postula a la selección natural como mecanismo motor fundamental de la evolución de las especies. La tesis de que la especie humana está sujeta a una dinámica biológica evolutiva, como todo ser vivo, fue un terrible descubrimiento que escandalizó a los cristianos de su época pero el cisma revolucionario no fue la motivación del trabajo del insigne inglés sino una consecuencia devenida de la razón y del éxito de su teoría. De hecho, Darwin dedicó obras posteriores a un exhaustivo estudio de la filogénesis de la moral humana, un aspecto tan olvidado hoy como fundamental para conocer el auténtico pensamiento del histórico científico. Charles Darwin perdió la fe cristiana a lo largo de su vida, marcando la ruta que iba a seguir el pelotón de la civilización occidental; sin embargo, el padre de la Evolución no consideraba al hombre como un animal más y durante toda su vida perseveró en el estudio de los posibles caminos que habían conducido a la naturaleza profunda de la humanidad.
Casi dos siglos después, la biología molecular y la geofísica se han sumado a los estudios clásicos geológicos y de restos fósiles, ofreciendo al científico contemporáneo un campo enorme de visión sobre la evolución de los seres vivos a través de los tiempos. Las certezas que han aportado estos nuevos conocimientos de laboratorio han sustentado totalmente la teoría de la evolución de Darwin; sin embargo, éstos demuestran a su vez que la descendencia de los seres vivos no está únicamente condicionada por el éxito adaptativo de unos caracteres sobre otros. Los tejidos biológicos precisan para cambiar que cambie antes su ADN y, por ello, la selección natural no explica por sí sola la evolución de unas especies en otras. De forma muy simple, puede decirse que la selección natural es el factor externo mientras que el ADN es el factor interno; siendo biológicamente imposible que el factor externo, actuando en exclusividad, produzca grandes cambios estructurales en una especie.
Pasemos a analizar, con términos y lenguaje corrientes, este factor interno: ¿cómo cambia el ADN? La forma del ADN es una doble hélice que rota y se conjuga continuamente en los organismos vivos. La dinámica de su movimiento determina que la posición de sus elementos no es eternamente invariable sino susceptible a variaciones ocasionales en sus unidades básicas. Estas variaciones son llamadas mutaciones. Como el genoma de todo ser vivo tiene varios miles de millones de elementos básicos, se precisa un tiempo enorme para que se produzcan cambios en los genes de la magnitud necesaria para determinar un cambio de especie.
¿Y qué ha sucedido con nosotros: el homo sapiens? El esquema básico evolutivo no ofrece, hoy en día, duda alguna. Hace unos 60 millones de años, los dinosaurios se extinguen y son sustituidos por nuevas especies en toda la superficie de la Tierra, la cual se estabiliza en los cinco continentes actuales. Los mamíferos proliferan sobre su superficie y surgen los primeros primates. En fecha datada aproximadamente en 7 millones de años, divergen dos ramas evolutivas hacia dos caminos diferentes. El primero de ellos es el que conduce a los grandes simios actuales. El segundo es un puzzle de fósiles de homínidos que aparentan ofrecer la respuesta del ser humano como producto biológico evolutivo final de su evolución.
Mas la irrupción de la genómica molecular ha vuelto a abrir la puerta de la pregunta que la postmodernidad quería cerrar. ¿Los laboratorios han descubierto las piezas de dominó que van cayendo y convirtiendo al mono en un ser humano? La sorprendente y venturosa respuesta es “no”. En el comienzo del siglo XXI, los equipos científicos se dieron codazos para descubrir la última mutación del homo sapiens hasta terminar todos hundidos en el mismo barro. Los resultados de la comparación del genoma completo del hombre con el de los homínidos más próximos ( los neanderthales y los denisovanos) ofrecen diferencias insalvables en el orden molecular desde la perspectiva de la evolución. No existe a fecha actual ninguna teoría científica, demostrada ni consensuada, que explique la explosión del ADN del homo sapiens.
La turbación de los cristianos del siglo XIX ante las primeras evidencias de la evolución biológica del hombre es un pasado lejano. El alma cristiana de nuestro tiempo no debe agrietarse ante el conocimiento de los enlaces bioquímicos que sustentan y nutren la anatomía y fisiología humanas. El grado de conocimiento alcanzado en nuestro tiempo, a caballo de los espectaculares avances tecnológicos, es inmenso. No obstante, ya quedó sentenciado por aquellos primeros filósofos griegos que plantaron las raíces de la civilización occidental que el hombre está condenado a vivir su tiempo terrenal en la caverna de la ignorancia. Se ha descubierto la composición y la disposición de los genes pero el conocimiento de la cadena bioquímica que pueda sustanciar las funciones superiores intelectuales pertenece a un futuro científico muy lejano.
Hoy en día, cuando toda reivindicación científica de la perspectiva divina del origen del Hombre es lapidada en los foros especializados, la Cristiandad se enfrenta a la visión aberrante de un neopaganismo que, negando la dimensión superior de la naturaleza del hombre, no sabe distinguir entre un animal y un ser humano. La Antropología Evolutiva, ciencia creada por Darwin, está contaminada por científicos mediocres y sensacionalistas que nadan en un mar de especulaciones y acaparan la atención del gran público.
Querido lector de Ahora Información, no crea usted a nadie que afirme saber el origen del Hombre. El misterio sigue presidiendo el amanecer del hombre en la Tierra.
Un comentario en “Evolución humana (I). El génesis maldito de Darwin”
Porfirio Gorriti
No ha podido ser más espectacular el anuncio en medios de comunicación del reciente hallazgo antropológico localizado en Marruecos: ” el homo sapiens más antiguo”. En próximos artículos de este blog se profundizará sobre los homínidos más próximos al ser humano y el lector podrá conocer datos científicos contrastados acerca de los inciertamente llamados “homo sapiens arcaicos”, los seres que ocuparon el último peldaño de barro del linaje humano y a los que parece pertenecer los restos de Jebel Irhoud.
En la divulgación de la evolución humana, la información rigurosa pierde la batalla frente al sensacionalismo y a los intereses espurios. Ahí está AHORA INFORMACIÓN.