El problema
En 1934, Francisco Cambó en un discurso parlamentario avisaba: “no os hagáis ilusiones. Pasará este parlamento, desaparecerán todos los partidos que están aquí representados, caerán regímenes, y el hecho vivo de Cataluña subsistirá”. Sus tonos proféticos parecen cumplirse viendo la situación actual de España. Todos intuimos que hay un problema político grave, pero pocos saben definirlo con claridad y mucho menos divisar la solución. Desde esta misma tribuna, hace meses decíamos que no existe un problema catalán, sino un problema español. Y esta es la primera perspectiva en la que hay que posicionarse para salirse del embrollo en que estamos metidos.
Decía un sabio sacerdote ya fallecido, el Padre Orlandis, que en realidad en España hay dos problemas: el catalanismo y el anticatalanismo. Son problemas tan imbricados que acaban siendo uno solo que se retroalimenta y así no para de crecer. Los que no solo hemos asistido, sino promovido y organizado decenas de manifestaciones con miles de catalanes defendiendo la españolidad de Cataluña, hemos sentido el temor de experimentar lo que la historia nos enseña: que los entusiasmos repentinos se apagan con facilidad o, peor, se pueden desbocar y dejar de cumplir su fin. Ciertas pasiones, bien lo enseñaba Aristóteles, pudiendo ser virtudes también se pueden desordenar transformándose en vicios. Y la virtud del patriotismo, desordenada, puede engendrar monstruos. De hecho, una de esas deformidades es el nacionalismo. Y todo nacionalismo necesita crear un antinacionalismo para subsistir. Y el antinacionalismo, una vez toma conciencia de sí mismo, debe acrecentar la imagen esterotipada del nacionalismo que combate, pues esa ha sido su razón de nacer y existir. Todo se reduce, como hemos intentado argumentar, a la pérdida del sentido de Patria y patriotismo. Curiosamente, los salvapatrias constitucionalistas, casi nunca pronuncian la expresión Patria en sus discursos, y les encantan términos como Estado o legalidad.
en realidad en España hay dos problemas: el catalanismo y el anticatalanismo. Son problemas tan imbricados que acaban siendo uno solo que se retroalimenta y así no para de crecer.
Cuando la respuesta, ante 35 años de opresión nacionalista, eclosiona en Cataluña como lo ha hecho en los últimos meses, podemos tener un problema: el nacimiento de un anticatalanismo como mero anticatalanismo. Sé que nos adentramos en ámbitos difusos y difícilmente comprensibles para muchos, pero hemos de recorrer estos senderos de la reflexión. Mecadear con el patriotismo español sin querer entrar en el conocimiento de la catalanidad, su profunda significación y aportación al genio español, nos parece un peligro de dimensiones inimaginables. Frente al nacionalismo catalanista sólo se puede argüir con catalanidad. Y entendiendo como catalanidad la penetración en las raíces y la tradición de este Principado hasta descubrirla como la existencia de una fusión de almas entre pueblos que, sin negarse unos a otros, tampoco tienen sentido los otros sin los unos.
Una confrontación con el nacionalismo catalán en un plano meramente reactivo, sin ningún profundizar en ningún contenido real, excepto la exaltación sentimental, nos puede desahogar temporalmente pero nunca solucionar el “problema”. No podemos reducir la lucha del nacionalismo a una disputa cuantitativa sobre quién tiene más votos o más banderas colgadas en los balcones. Eso es caer en su trampa ¿Por qué sino reclaman un referéndum los nacionalistas, sino para cuantificar los sentimientos y utilizarlos como arma política? Y mucho menos podemos reducir este combate a un pulso sobre quién tiene más fuerza para imponer una legalidad o desobedecerla, dejando por el camino corazones resentidos en ambos bandos que se perpetuarán durante generaciones.
La cuestión nacionalista es mucho más abisal y abarca las profundidades del alma de los pueblos. Porque el “problema” no consiste en confrontar dos formas de nacionalismo que operan con los mismos resortes psicológicos aunque usen banderas e himnos diferentes.
La cuestión nacionalista es mucho más abisal y abarca las profundidades del alma de los pueblos. Porque el “problema” no consiste en confrontar dos formas de nacionalismo que operan con los mismos resortes psicológicos aunque usen banderas e himnos diferentes. Ni siquiera se trata de solucionar -como cacofónicamente afirman algunos- un “encaje” de Cataluña en España, cómo si ésta fuera un puzle a montar; o un ensamblado de comunidades autónomas que ha de reajustarse cada cierto tiempo. El nacionalismo dejará de tener razón de existir y desaparecerá en la historia cuando España se reconcilie consigo misma. Hemos afirmado muchas veces que el nacionalismo se fundamenta en un relato que ha sabido tramar hábilmente entre estereotipos, idealizaciones, rencores y frustraciones. Pero no podemos caer en el error de querer construir artificialmente un relato identitario español para oponerlo al catalanista. Si lo hacemos, el nacionalismo ha vencido.
El aliado del nacionalismo catalán es el anticatalanismo. Y el verdadero enemigo del nacionalismo catalán es la “catalanidad”, entendida ésta como parte de la esencia de una España reconciliada consigo misma. Si hay nacionalismo es porque España está enferma y con ella sus pueblos. ¿Y qué significa esta reconciliación con la propia esencia? Descubrir -no como retórica, sino como realidad- la riqueza de la diversidad en la unidad. Y para ello ni siquiera hacen falta autonomías, ni estructuras de Estado, ni artificiales hechos diferenciales. Bastaría que España se mire, y admire, en su riqueza de personalidades, caracteres, costumbres e historia, para que esa absurda dialéctica catalanismo-anticatalanismo desaparezca. Los nacionalistas y los anticatalanistas tienen un denominador común: son españoles frustrados porque no saber dar razón de su ser. Y ambos necesitan representar y estereotipar un “problema” para subsistir en la vacuidad de una realidad de la que se les escapa el sentido. Cuando España deje de ser sinónimo de Estado, para ser entendida y querida como Patria, el nacionalismo desaparecerá.