El “factor X” en la pandemia. Japón como ejemplo
Por Miguel Ángel Pavón Biedma
Un reciente artículo analiza la peculiar situación de Japón respecto a la pandemia del coronavirus (https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-53300653). En ese país se dan todos los ingredientes para una alta mortalidad: hacinamiento (en Tokio habitan 37 millones de habitantes), edad avanzada (es uno de los países más longevos), transportes públicos saturados, cercanía al lugar de origen de la pandemia. Sin embargo, hasta ahora, hay unos 20.000 casos confirmados y menos de mil muertos. Para explicar esta halagüeña situación se ha acudido al llamado “factor X”. Hay diversas hipótesis sobre su consistencia.
En Japón el uso de la mascarilla existe desde “siempre”. Cuando alguien se encuentra con síntomas gripales recurre a ellas con frecuencia. Es algo normal en la rutina diaria e integrado en un conjunto de creencias y convencimientos. No es usual que alguien lleve una mascarilla para colocarla mal, de forma inapropiada, o que la mascarilla sea sólo un trapo sin medidas higiénicas, ideal para el acúmulo de cualquier germen, o se encuentre caducada, envejecida. No es necesario recurrir a la punición, a imponer multas de hasta treinta mil euros (como ocurre en España). Si la persona no está mentalizada y convencida para su uso ningún sistema de punición logrará imponerla. Es imposible comprobar la higiene de las mismas, los días de utilización o el exceso de personas que las portan cubriendo la barbilla o la boca pero no las fosas nasales. Los propios policías que exigen su utilización se exhiben, en numerosas ocasiones, con su rostro descubierto.
Desarrollaron, hace mucho, su propio sistema de “rastreo” dedicado a la tuberculosis. La tuberculosis o el SIDA son enfermedades fácilmente controlables con “rastreadores” que realicen bien su trabajo. El coronavirus es más rápido que el viento. Eso tampoco parece preocuparles. No intentan buscar a cualquier “portador” sino a los llamados “supercontagiadores”, personas con una especial capacidad para transmitir la infección sin padecerla clínicamente (aproximadamente uno de cada cinco portadores). Para estas actividades no ha sido necesario crear estructuras nuevas: ya disponían de ellos y bien entrenados.
El confinamiento es una “relativa” recomendación a las personas, según las circunstancias de cada uno, y nunca una imposición. Es imposible “encarcelar” a una población de cien millones de habitantes. No hay carceleros suficientes.
Evitan el “hostigamiento” sistemático psicológico y transmiten una sensación de “autocontrol y tranquilidad”. La gente no tiene la sospecha de que el manejo de la pandemia “puede que esté siendo utilizado para otros fines”. Tampoco pululan, por doquier, “epidemiólogos de salón” buscadores de protagonismo y que nunca han tratado clínica, y psicológicamente, a un enfermo grave.
Desde el principio sospechaban que la transmisión es por aerosoles (lo cual significa larga distancia y persistencia en el ambiente) y no sólo por la llamada “distancia social”. En cualquier caso recomiendan evitar locales cerrados y mal ventilados, mantener distancia entre conversadores y evitar actividades que conlleven gritar o hablar muy alto (diseminan el virus por aerosoles).
Tampoco han impuesto un sistema de castigos y multas (muchos piensan en España que son una compensación por los menores ingresos que generan las infracciones de tráfico) ni la “demonización de opiniones alternativas”. El japonés de hoy ejercita una vida casi normal y hasta su Gobierno induce a que lo hagan: que coman fuera, viajen, etc. La economía debe seguir adelante. Sin dinero la salud será un deseo imposible del que , al final, sólo se beneficiarán unos pocos: es lo que ocurre en las tiranías.
En definitiva, el “factor X” no es, probablemente otra cosa que convencer en lugar de imponer, además de un sistema de medicina preventiva, diálogo y hábitos sociales que no son “improvisados” sino que están interiorizados en las creencias de cada uno.