El dictador
Cada vez que los de la memoria histórica mencionan a Francisco Franco, lo hacen con el término “dictador”, que pronuncian con un manifiesto tomo de odio y desprecio. Ignoran que la dictadura y el dictador son instituciones que forman parte de la democracia.
En Roma, en los momentos de crisis en que la normal sucesión de cónsules no permitía una gobernación normal, se suspendía la democracia y se nombraba un dictador. Es así como nació el término.
Con las monarquías cristianas medievales, tal función y su nombre quedaron en el olvido. Con la Revolución inglesa volvió a aparecer la función, aunque no el nombre. Decapitado Carlos I Estuardo, se instauró una república que terminó siendo gobernada dictatorialmente por Cronwell, que adoptó el título de “Lord Protector”. Total, lo mismo.
En Francia instauran la república en 1789, siguen unos años que terminan en el caos. Finalmente, en 1804, Napoleón se proclama Cónsul y gobierna dictatorialmente. Posteriormente se proclamaría Emperador.
Parecida ruta seguiría su sobrino Napoleón III, que terminó con la II República francesa.
En España, la aventura revolucionaria que comenzó en 1868, derrocando a Isabel (II) pasó por una efímera monarquía, A ésta le siguió la I República. Tan caótica que sólo duró trece meses y terminó con la violenta disolución del Parlamento por un General. No se empleó el término “dictadura”. Pero es indudable que tal carácter tuvo el gobierno provisional que dio paso a la proclamación de Sagunto. Todo muy democrático, amparado por las armas.
Es indudable que el Alzamiento de 1936 se preparó como un intento proclamación de una dictadura republicana. Es muy extraño que, quienes escriben sobre el mismo, no tengan en cuenta el importantísimo testimonio que don Claudio Sánchez Albornoz nos ofrece en su opúsculo “Mi anecdotario histórico político”. En el mismo relata cómo en los meses que transcurrieron entre febrero y julio de 1936, se reunieron un grupo de personajes republicanos y decidieron que, a causa del caótico estado a que se había llegado, era preciso instaurar una dictadura republicana. Giral, que era uno de los reunidos. Se encargó de iniciar las gestiones. En una reunión posterior, Giral les anunció que todo “estaba en marcha”. Albornoz termina con la apostilla: “ignoramos lo que le dijeron en la logia”.
Es público y notorio que las reuniones de Mola con los dirigentes de la Comunión Tradicionalista terminaron en fracaso. Mola pretendía un cambio de gobierno (una dictadura republicana) mientras que los tradicionalistas exigían una derogación de la legislación anticatólica, restablecimiento de la bandera Rojo y Gualda y supresión de los partidos políticos como instrumento de gobierno. Era muy poco lo que exigían. Pues ni eso poco quería aceptar Mola.
Hay otro testimonio al que no se da importancia. El Alcalde de Estella, nacionalista vasco, tuvo noticia de la reunión en Irache de Mola con los tradicionalistas. Lo denunció. La denuncia llegó al Ministro de Gobernación. Y no se tomaron las medidas que los hechos exigían.
También es significativa la conversación que mantuvieron Mola, ya sublevado, y el Presidente del Gobierno Martínez Barrio. Éste le ofrece un cambio de Gobierno. Por salirse del cauce parlamentario, ya era un gobierno dictatorial. Mola le contestó que no era posible. Los mismos que secundaban el Alzamiento se lo impedirían. Hay que tener en cuenta que, para entonces, los requetés llenaban la Plaza del Castillo.
La II República terminó en guerra civil porque fallaron los planes de implantar una dictadura republicana. La Adhesión al Alzamiento de militares como Queipo y Cabanellas es una prueba más.
En las filas del Alzamiento militaron republicanos que lo consideraban como inevitable. Y en el régimen que siguió a la Victoria, siguieron muchos que aspiraban a un regreso a la democracia. Y ese espíritu permaneció durante los cuarenta años. Es lo que explica la facilidad con que don Juan Carlos pudo realizar el cambio. Quienes ocupaban importantes puestos en el régimen que representó Francisco Franco, estimaban que ya era hora de volver a las formas democráticas.
La democracia actual ha llegado a una situación insostenible. Los diez meses sin gobierno y el estado de “la calle” son una prueba. No lo decimos nosotros. Lo que la TVE oficial nos muestra del Parlamento, es la mejor prueba de que “esto tiene que cambiar”.
El desorden a llegado a unos términos que nadie los habría sospechado en 1978. Y el desorden no lo producimos los que seguimos fieles a los principios que inspiraron al Movimiento que, afortunadamente, sustituyó a la prevista dictadura republicana. Son otros lo que llevan el temor al ánimo de los españoles. Y son los que más alardean de demócratas.