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30 de abril de 2018 0 /

El agujero negro de Hawking

El recientemente fallecido Stephen Hawking ha sido una celebridad, como pocas, de la sociedad occidental contemporánea. La comunidad científica lo reconoció como un físico teórico genial y la opinión pública lo elevó a icono de la inteligencia del ser humano. Inhumadas sus cenizas en la Abadía de Westminster, con máxima pompa británica, su impronta terrenal viaja a la galaxia humana de los mitos. El parámetro supremo que rige la vida del ser humano, el Tiempo, será quien aposente la huella real que deje en la Historia el insigne inglés. Probablemente la luz de su estrella sea succionada, tal como en los agujeros negros que estudió en su vida científica, con la fugacidad que caracteriza a la época actual de la Humanidad.

Tras triunfar sobre la flor y nata de los físicos de Cambridge, el astrofísico obtuvo la cátedra Lucasiana de Isaac Newton. Con el máximo birrete universitario calado, pergeñó un proyecto de divulgación sobre los asombrosos descubrimientos de la astrología en su libro “Breve Historia del Tiempo”, el cual resultó un enorme y pingüe éxito editorial. De la mano de Hawking, algunas realidades cosmológicas como los agujeros negros, pasaron a formar parte de la cultura general de la Globalización. Debe considerarse que, la física gravitatoria espacial y la física cuántica de partículas, son disciplinas a cuyo conocimiento no se puede acceder de forma autodidacta. El ciudadano medio sólo puede aspirar a un conocimiento elemental de los conceptos más simples de las mismas.

Una galaxia es una unidad cósmica compuesta por múltiples astros unidos entre sí por fuerzas gravitatorias. Hoy en día, se reconocen millones de galaxias. A los ojos humanos, el Universo se presenta infinitamente diverso e inabarcable. Los agujeros negros son un inquietante  fenómeno del espacio exterior. Su visualización no es accesible con la tecnología humana y de ahí se deriva su nombre. Su conocimiento viene de los efectos que sufren los astros que lo rodean. La capacidad de atracción gravitatoria del agujero negro vence a cualquier otra fuerza. Todo astro es atraído, engullido y fagocitado dentro de él.

La física cuántica estudia las partículas internas que componen el átomo. El tamaño de las partículas subatómicas escapa, asimismo, a la posibilidad de la manipulación por el hombre. Su conocimiento proviene de la realización de experimentos, de elevada complejidad tecnológica, que han probado su existencia. Aunque el grado de especulación en estas disciplinas es alto, la comunidad científica ha ido demostrando progresivamente muchas de las predicciones realizadas años atrás por la Física teórica. Un ejemplo palmario es la reciente constatación de las ondas gravitacionales predichas por Einstein, las cuales son una prueba de la relatividad espacio-tiempo.

Las teorías de Hawking están enmarcadas en la pretensión de integrar los descubrimientos astrológicos del espacio con la dinámica física de las partículas invisibles subatómicas. Su principal aporte personal a la Física es la teoría de la radiación cuántica emitida por los agujeros negros, la cual fue aceptada con el nombre de radiación de Hawking. Sin embargo, las discusiones científicas sobre las teorías de Hawking son la norma entre los máximos especialistas en la materia y varias de sus ideas han sido ya defenestradas. A diferencia de Einstein, quien ejercía un culto y respetuoso agnosticismo en sociedad, Stephen Hawking eligió el ateísmo y la audacia como banderas públicas. Su ambición no parecía tener límites en la Tierra y pretendió explicar a la Humanidad el incognoscible origen del Universo. Hawking no ha tenido un pensamiento humanista profundo y acabó convertido en un personaje propio de las veleidades sociales. Sus últimas intervenciones públicas fueron tan mesiánicas como paranoicas, profetizando sobre el riesgo del encuentro con alienígenas y la necesidad de colonizar otros planetas como solución para la Humanidad.

La soberbia humana, un pecado capital de la cultura pseudocientífica posmoderna, es engullida por el agujero negro de los límites que nunca va a poder traspasar. El hombre vive su vida terrenal dentro del espacio físico de nuestro planeta, marcado por la inexorable dimensión del tiempo. Experimentos científicos en nanopartículas parecen indicar que la dimensión temporal en la que vive el ser humano es otra gran relatividad. El conocimiento de la sustancia que conforma el Tiempo sobrepasa a la mente humana.

La grandeza de Hawking, su triunfo por el que debe pasar a la historia, es el de la victoria frente a la enfermedad. Su ejemplo es una estrella de esperanza para los afectados por las crueles enfermedades neurodegenerativas. Su debilidad ha sido la soberbia de considerarse un ser superior destinado a descubrir el origen del universo. No lo descubrió, porque su mente se alejó de la Tierra, negó a Dios y perdió la luz con la que Cristo alumbra al mundo. La solución humana no es la quimera mágica de la exploración galáctica, sino cuidar y reverdecer el Planeta que la Creación ha dispuesto para el Hombre.

Los demonios del pensamiento actual han desunido los conocimientos científicos de los dogmas cristianos, a pesar de que no existe hilo racional alguno que anude esta argumentación. La constatación de la existencia de un espacio exterior que parece infinito o el descubrimiento de misteriosas partículas infinitamente pequeñas no son pruebas, ni tan siquiera indicios, de la inexistencia de Dios. Antes al contrario, la alegría de la Fe debe mezclarse con las más modernas teorías cuánticas, las cuales postulan la existencia de dimensiones físicas invisibles para los sentidos humanos.

Ya dijo Jesucristo que su Reino no era de este Mundo.

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