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2 de mayo de 2025 0 /

Cuando la ideología apaga la luz

(Por Gonzalo García)

Toda estructura o instalación técnica es susceptible de fallar. Toda. Sin embargo, esto no puede esconder culpas evidentes.

El apagón en casi toda España del 28 de abril no es un mero accidente inevitable. Hay culpas. Y no sólo personales, sino sistémicas, que deben ser pagadas. El régimen político vigente no está al servicio del bien común, sino de los intereses de unas estructuras corruptas llamadas partidos políticos, que a su vez sirven a intereses aún más corruptos y oscuros.

Así, nos encontramos con que estructuras básicas que deben garantizar servicios públicos son monedas de cambio copadas por individuos cuyo mérito para ello es su fidelidad al régimen o al partido de turno y, lo que es incluso más grave, actuaciones que no obedecen a las necesidades del servicio sino a ideologías que pretenden sustituir a la realidad.

El apagón no fue un simple fallo. Fue una bofetada que la realidad dio a la ideología. Pero en lugar de en la cara de los partidos, nos la dio a todos y cada uno que sufrimos las consecuencias.

Y no es sólo la electricidad: La luz se apaga. Los montes arden. Los ríos se desbordan. Hay un componente accidental, en parte inevitable, claro que sí. Pero no basta señalar al cielo, al sol, a las nubes o al viento. Hay más responsables, y están en los despachos.

La red eléctrica es un desastre anunciado. Cerrar centrales funcionales sin garantizar alternativas estables y seguras no es ecologismo; es irresponsabilidad. Si realmente hace falta una transición energética, no puede hacerse a costa de dejar a millones sin luz. ¿Dónde están las baterías, las interconexiones, las soluciones? En los titulares, no en la realidad. Y mientras, la factura sube y la luz se va. Los montes, abandonados por una visión que confunde conservación con dejadez, son gasolina para incendios que arrasan vidas y hogares. Medidas diseñadas por políticos urbanitas que desconocen el campo y que penaliza, persigue y hace la vida imposible al medio rural, que sólo lleva milenios haciendo las cosas bien. Los cauces, sucios y sin mantenimiento, convierten lluvias en tragedias. ¿Presas? Eliminadas por dogma, no por estudios. El resultado: riadas que podrían evitarse. Esto no es fatalidad; es negligencia.

La culpa tiene nombre: un sistema político que emborrona la realidad con sus consignas ideológicas y una partitocracia que copó las instituciones con fieles en lugar de expertos. Los técnicos, los que saben de redes, bosques y ríos, son relegados por apparatchiks que sólo entienden de votos y titulares.

Basta.

España no puede seguir en manos de quienes anteponen la ideología al bien común.

El apagón es un aviso. O recuperamos la competencia, la planificación, el sentido común y, sobre todo, la vocación de servicio al bien común de los responsables públicos, o seguiremos tropezando en la oscuridad, apagando incendios y achicando agua. Exijamos responsabilidades. No a cabezas de turco, sino a todo un sistema que sirve a intereses enemigos del pueblo. Porque la próxima catástrofe no será un accidente: será una traición.

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