Carlismo y posibilismo
(por Javier Urcelay-)
Un artículo reciente sobre el Carlismo y los compañeros de viaje ha suscitado de nuevo el viejo debate sobre el posibilismo.
Mientras que la gran mayoría de los lectores han coincidido con las tesis del autor, unas cuantas reacciones han vuelto a condenar cualquier tipo de colaboración con fuerzas afines -esos “compañeros de viaje” a los que se refería el artículo-, aduciendo la maldad intrínseca de cualquier actitud que no defienda la integridad de los postulados tradicionalistas y, consiguientemente, vertiendo sospechas o acusaciones contra quienes propugnan -propugnamos- la posibilidad de colaboraciones orientadas al bien común, si quiera sea puntuales, más allá del terreno acotado del Tradicionalismo.
El artículo en cuestión no trataba de hecho sobre el posibilismo como cuestión doctrinal, aunque sus detractores hayan querido ver en ello el meollo del escrito. Suscitan así una cuestión que ha estado presente en el Carlismo repetidamente, causando no pocas fricciones y divisiones internas.
Vaya por delante que, en lo que se refiere al autor del citado artículo, el debate se considera positivo y enriquecedor, si ello supone salir de la molicie mental y la repetición rutinaria de las mismas ideas. Mejor proponiendo y disintiendo, que bostezando o repitiendo frases hechas.
Por otra parte, supongo que estamos de acuerdo en que no pretendemos que estemos todos de acuerdo en todo. Discrepar en cuestiones accesorias es hasta saludable, y no debería considerarse un atentado contra la unidad en lo fundamental. Claro que para ello hay que aceptar que no todo es fundamental y que el núcleo de verdades políticas no negociables es relativamente pequeño (de hecho, resumibles en un cuatrilema).
Por lo demás, una vez planteada la cuestión del posibilismo, me parecen oportunas un par de reflexiones:
La primera, es que confieso que, en casi todos los aspectos de mi vida, soy posibilista. Lo soy en el ejercicio de mi profesión, en la mujer con la que me he casado, en la educación de mis hijos, en la forma de pasar mis vacaciones, en el coche que me compro o la casa donde vivo… En todas estas cuestiones, y una larguísima lista más, conozco el ideal, pero acepto las imposiciones de la realidad, que me lleva a procurar el bien…dentro de mis posibilidades.
No entiendo por qué en política las cosas habrían de ser de otra manera y tendríamos que regirnos por un principio -el de “todo o nada”- que no es el que aplicamos para el resto de las decisiones de nuestras vidas.
La segunda, es que la pureza ideal, el resplandor de la verdad incontaminada y la perfecta coherencia pertenecen al mundo de los principios doctrinales, no al de la política o la estrategia, que debe estar gobernada por la prudencia política y no por la intransigencia. Y ello es así, por paradójico que pueda resultar a algunos puritanos, porque esa es la verdadera doctrina católica y tradicional, y no otra.
En su pastoral sobre “La Monarquía Católica” publicada por aquél extraordinario obispo que fue D. José Guerra Campos -al que nadie considerará sospechoso de “liberalismo conservador” – el que fuera obispo de Cuenca resume brillantemente la cuestión[i]:
“La política se realiza en el ámbito de la “Prudencia”. Palabra que no se debe recortar con el sentido que muchos le dan (Prudencia= cautela). Prudencia, como virtud que consiste en la recta elección de los medios (con cautela, con audacia y con todo lo conveniente) para conseguir del mejor modo los fines buenos a que se tiende. Hay que elegir entre los varios medios o formas pensables- el que sirva realmente al bien moral apetecido: que no es el medio óptimo abstracto, sino el que “hic et nunc” (aquí y ahora), en la complejidad de factores y circunstancias, resulta factible; el que realiza el fin con más perfección o con menos perjuicios”.
Y más adelante:
“Cuando, como queda dicho, hay que hacer elección en el ejercicio de la prudencia política, con sus limitaciones e inevitables dosis de ventajas e inconvenientes, ¿cómo se puede emitir un verdadero juicio moral? Naturalmente, es muy fácil apreciar la distancia entre lo hecho y “el ideal”, pero eso no es un juicio moral; eso solo tiene sentido como un recordatorio, un despertador, una exhortación estimulante. Un juicio moral sólo podría versar sobre la distancia entre lo hecho y lo que se debería haber hecho por ser lo mejor factible (sin producir mayores males al hacerlo); tal juicio supone que el juzgador puede establecer, como base de comparación, qué es lo factible, cuál es “hic et nunc” la fórmula válida. Y esto cae esencialmente fuera de la autoridad moral y la competencia de la Iglesia”
Para concluir:
“El derecho y la libertad de predicar el Evangelio aplicándolo a la vida concreta no justifica: dar “opiniones” y juzgar desde ellas y no según la verdadera doctrina católica; juzgar con acritud las deficiencias por comparación con el “ideal” y no con “lo factible”; enjuiciar como exigencias únicas del Evangelio o como contrarios a él actos o decisiones de “prudencia política” que corresponden a la discreción del poder civil; hacer denuncias sin discernimiento, sin base, con maneras injuriosas”.
Hasta aquí la doctrina católica sobre el papel de la prudencia política, la legitimidad de lo factible a pesar de que no siempre pueda coincidir con lo “ideal”, y la improcedencia de emitir juicios morales de maneras injuriosas.
Claro que “lo factible” solo se aprecia cuando se pretende hacer algo, como nos ocurre a todos en las decisiones que tenemos que tomar en nuestra vida diaria. Allí tenemos claro cuál es el ideal, pero también tenemos claro que la mayoría de las veces tenemos que avanzar hacia él por aproximación.
Por eso, en el terreno de la acción -que no el de la doctrina y los principios-, el Carlismo tiene que elegir entre el posibilismo y la inoperancia. Por más que esta última proporcione a algunos una gran seguridad doctrinal.
Lo demás, son ganas de tocar el pífano.
[i] José Guerra Campos: “La Monarquía Católica”. Boletín Oficial del Obispado de Cuenca, enero de 1976.
14 comentarios en “Carlismo y posibilismo”
Periclitado
Para los que ya sabemos (y no es necesario señalar a la tropa del conocido profesor por su empeño en frenar todo lo que sea práctico, es decir, posible) no existe Carlismo más allá de lo que ellos, en un salón o en un bar, decreten, porque sí, porque quieren. Llegando hasta el extremo de pober en duda el carlismo de prácticamente todos los carlistas que antes que ellos fueron (ellos, por cierto, las más de las veces muy, muy tardíamente). De modo que cuestionan a reyes de la monarquía hispánica, a los pensadores carlistas en todo lo que no se ajuste a su ideal (y falsa) visión de la realidad… Cuando sorprendendentemente beatifican al mismo tiempo y sin rubor alguno a alfonsinos contumaces (léase Vegas Latapie et alii).
Son antipáticos y amargados. Viven en un mundo paralelo, idealizado, creado por ellos mismos, que no se parece en nada a la realidad y no dan ni un solo fruto aprovechable.
Son la nada y a la nada conducen.
Javier Urcelay
Gracias por tu comentario. Personalmente prefiero no entrar en reproches o acusaciones personales, aunque tantas veces sea yo víctima de ellos.
José Fermín Garralda
Querido amigo:
Desde luego, “factible” no significa mayor o menor “éxito electoral”.
Al margen de ello -y es lo más importante que puedo señalar aquí-, me permitirá que observe cómo ha utilizado bastantes términos que pueden fácilmente desanimar el comentario. Me acuerdo que hace tiempo comenté un artículo suyo sobre estos temas, pero ya no recuerdo qué le decía, con lo cual esté seguro que no me doy por aludido y que no he perdido el ánimo.
Al margen de ello, creo que una cosa es el juicio moral y de principio lógico (que acepto) que da mons. Guerra Campos sobre la relación existente entre el Ideal realizado en la práctica por un lado y la tendencia práctica a dicho Ideal por otro… y otra -aceptando como digo lo anterior- el juicio político que pueden ofrecer ciertos posibilismos y hasta el concepto mismo de “posibilismo” aplicado a ciertas situaciones concretas.
No voy a entrar aquí en qué posibilismos hubo en nuestra historia. El término “posibilismo” ya resulta equívoco, pues lo utilizó Cánovas del Castillo con el gobernar es transigir en cuanto arte de lo posible, frente al “gobernar no es transigir, sino resistir” de Carlos VII, o gobernar es hacer posible lo que parece imposible etc. También lo utilizó Fraga Iribarne, el actual Marcelino Oreja… Los términos coloquiales y actuales: “es lo que hay” o “con estos bueyes hemos de arar” me recuerdan mucho a aquello; como también el voto del mal menor, el voto útil etc. Estaríamos en aspectos de “la misma familia” (Ideario-Programa, tipos de Programas, gobernar – oposición, elecciones – voto final).
Desde luego, no todos los “posibles” son iguales.
Francamente, le diré que este tema es para mi muy interesante, que se escribió mucho, que es preciso hacer distingos, que la experiencia cuenta…y que no quiero aburrirles. También me parece que este no es el foro más adecuado para desarrollar (aunque sí plantear) tales temas. Muy agradecido por tenerme en cuenta.
Javier Urcelay
Gracias por sus comentarios, que valoro. Personalmente no tengo más experiencia de gobierno que haber ejercido la dirección de grandes empresas. En ellas, “gobernar” no era ni transigir ni resistir, sino transigir algunas veces y resistir otras, dependiendo del asunto del que se tratara, y tratar, en todo caso, de que cada decisión causara el mayor bien posible a la empresa, teniendo en cuenta las posibilidades y las circunstancias.
El propósito de mi artículo es simplemente plantear que la virtud propia de la política es la prudencia, y no la intransigencia ni el doctrinarismo. Puro tomismo.
José Fermín Garralda
Muchas gracias, Javier U., por su amable respuesta de las 8:36 p.m. y por el propósito que anima su aportación inicial.
Ricardo de Rada
Brillantísimo artículo. Magnífica la referencia a Monseñor Guerra Campos.
Muchas gracias, Javier
Javier Urcelay
Muchas gracias por el comentario. La figura de Guerra Campos merece no pasar al olvido.
Juana de Beira
Inoperancia? No, continuamos luchando en política, evitamos posibilismos, como los que el autor plantea, para que otros no luchen políticamente por nosotros. No se puede ser tragacionista, mucho menos con “compañeros de viaje” cuyos planteamientos económicos, sociales y morales son el todo vale y sálvese quien pueda.
Javier Urcelay
Gracias, Juana. Para pedir la derogación de la ley del aborto puedo hacerlo colaborando, específicamente para eso, con otros que luchan por ese mismo objetivo, aunque nuestras opiniones sobre economía no coincidan. No creo que eso sea liberalismo, sino sentido común.
Juana de Beira
¿Colaborar contra una permisividad con quienes votan a los que teniendo mayoría absoluta no la han eliminado?. Cada uno es libre, a título personal e individual, de colaborar con quien le dé la gana, pero no intente vender mercancía averiada en el Carlismo. Con todo mi respeto personal al Sr. Urcelay, no puedo como carlista compartir su opinión y doy por finalizados mis comentarios a este artículo.
José Fermín Garralda
Hola; soy el mismo lector.
Pues ya pueden moderar el comentario con alguna rapidez. Que se nos pasa el arroz.
En vos confío
El domingo pasado el carlismo pudo participar, junto a muchas otras personas (que en su gran mayoría se sienten liberales) en la marcha contra el aborto. Y, además en unas calles que en los últimos tiempos acogen más favorablemente cualquier otro tipo de manifestación que esta.
Los tradicionalistas fueron proporcionalmente pocos. Pero sin ellos todo habría sido distinto. Porque el número no siempre lo es todo, y ellos están especialmente llamados a ser sal de esta tierra.
No sé si el parlamento será más apóstata y liberal de lo que lo son esas mismas calles. Y la pregunta que se me plantea es la de si aquel ha de ser el único lugar en el que no estemos de algún modo llamados a dar testimonio y evangelizar.
Agradezco al autor enormemente sus dos últimos artículos.
Javier Maria Perez- Roldan y Suanzes-Carpegna
Un nuevo artículo excepcional. Creo, en efecto, que algunos lectores se han liado creyendo que cuando se habla de posibilismo o compañeros de viaje se habla de renuncia u ocultación de principios, o se habla de ello en sentido doctrinal, y no en sentido práctico.
Yo ante todas estas cuestiones me gusta mantenerme siempre fiel a la práctica de la Iglesia, que siempre (como no podía ser de otra manera) apostoló a los que estaban fuera de la Iglesia, pues como Cristo nos enseñó «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos»; y «no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.» ¿Cómo convertir a los liberales, sino nos acercamos a ellos de alguna manera? San Agustín y Santa Joaquina Vedruna lo tenían claro «vigila todo, corrige poco, y perdona mucho». Es claro que nadie es enteramente malo, como nadie es enteramente bueno, y por tanto, hasta el malo más malo en ocasiones muestra un destello de bondad y de verdad ¿y por qué no estar a su lado cuando muestra estos detellos para así poder exponerle con caridad la verdad íntegra y hacerle repudie sus errores?
Javier Maria Perez- Roldan y Suanzes-Carpegna
Por otra parte, en efecto, la política se debe regir, principalmente, por la virtud de la prudencia. Y Santo Tomás de Aquino enseña que la prudencia es una virtud de acción, de tal manera que la prudencia que no lleva a la acción, no es virtud, sino falsa prudencia. Y muchos veces en el ámbito tradicionalista se tiende, por esa falsa prudencia, a encerrar el carlismo en una palacio de cristal alejado del mundanal ruido. Como decía Carlos VII en su testamento, «gobernar, no es transigir» si bien en ningún momento dijo que gobernar no fuera mediar, o no buscar la conciliación, o no tolerar lo que no se tenía fuerzas para impedir. Los Reyes cristianos toleraron las falsas religiones mientras no tuvieron fuerzas suficientes para desterrarlas de sus reinos, y así Fernando el Santo, de Castilla, siendo santo, fue realista en cuanto al trato a dispensar a musulmanes y judíos. Esto no quería decir que amparan sus errores.