Ayer, igual que hoy
(Por Zortzigarrentzale) –
Hoy, 11 de octubre, la Iglesia celebra la festividad de N ª. Señora de Begoña, Patrona de Vizcaya. Me viene a la memoria lo ocurrido en la misma fecha del año 1904. Lo conozco por los relatos, escuchados en mi adolescencia, a carlistas que había participado en lo mismos y a mí mismo padre (q.e.p.d.)
Se había organizado una peregrinación de toda Vizcaya al Santuario. Las logias de Madrid dieron orden a las de Bilbao de que la impidieran. Éstas se pusieron manos a la obra. Buscaron refuerzos en la vecina Santander. En barquichuelos trajeron a Bilbao decenas de desarrapados a los que dieron un duro y la comida.
Unos y otros, los amantes de la libertad cometieron multitud de fechorías y atacaron a los peregrinos con armas de fuego. Las múltiples hornacinas, que adornaban con imágenes sagradas muchas casas del Casco Viejo de Bilbao, fueron destrozadas y las imágenes arrojadas a la Ría. El jardinero de la Universidad de Deusto apellidado Marañón, antiguo voluntario de D. Carlos VII, murió a consecuencias de los balazos recibidos. Todavía en la década de los cincuenta la bandera de los Luises conservaba los orificios causados por los balazos.
A media tarde, los requetés de Bilbao, convocados por el jefe Señorial, D. Prudencio de Iturrino, limpiaron las calles de la parte vieja de anticlericales y obligaron a los santanderinos a reembarcarse y marchar.
De mi padre, conservo un relato que, por lo que tiene de hilarante, no me resisto a callarlo. Regresaban los peregrinos de Orduña por el Arenal, camino de la estación del ferrocarril. Al llegar a la altura del Teatro de Arriaga se encontraron con una banda de revoltosos que se dirigió a ellos en tono amenazante. Los peregrinos apretaron el paso, por el puente del Arenal, y la calle de la Estación, camino de esta última. Mi padre tenía 12 años y portaba un cirial con el que acompañaba al estandarte de los Terciarios franciscanos. Su hermana mayor le introdujo en un portal, le desvistió de las ropas de monaguillo y se hizo cargo del cirial.
Los peregrinos, por delante, y los agresores, detrás de ellos, avanzaban por la calle de la Estación, manteniendo una distancia que impedía la agresión física, aunque no amortiguara los berridos de los atacantes. Así llegaron hasta la explanada que había delante de la estación del ferrocarril. Allí los peregrinos se vieron obligados a hacer un alto, mientras iban pasando, uno a uno, contados por un funcionario de la compañía ferroviaria. Fueron alcanzados por los presuntos agresores y cundió el pánico entre ellos.
Surgió lo inesperado. Participaba en la peregrinación Nicolás Trigo. Era éste un marinero retirado por la edad que había fijado su residencia en Orduña. Borrachín y mentiroso (como solían ser los que, en aquellos tiempos, habían recorrido muchas tierras o mares) deleitaba a sus oyentes con aventuras más o menos fantásticas. No participó en contiendas ni era bravucón. Aunque era de gran corpulencia.
Del grupo de peregrinos salió Nicolás que se dirigió a los presentes:
“Primero las mujeres y los niños. Después los hombres. Sin apresurarse y manteniendo el orden; que de éstos (refiriéndose a los agresores) me encargo yo”.
Los agresores quedaron impresionados por su corpulenta figura y su actitud. Recularon unos metros. Mientras, los demás iban entrando en la estación y, cuando hubo pasado el último, el funcionario cerró la puerta.
¡Allí fue ella! Trigo se encontró solo ante los revoltosos. La explosión de ánimo inicial se le había disipado. Los revoltosos habían recobrado el ánimo y fueron por él. La puerta cerrada le cortaba la posible retirada. No tuvo más remedio que saltar la valla que cerraba la estación. Y en la operación perdió una alpargata.
Ha pasado más de un siglo. Muy pocos nos acordamos de tales sucesos. Pero me ha parecido oportuno traerlos a la memoria porque demuestran cómo los demócratas, los que se proclaman defensores de la libertad, entienden la libertad y los derechos de los demás.
Entonces y ahora. Y los que desde la derecha creen posible la existencia de una izquierda tolerante, consecuente con los principios que proclama, están muy equivocados. Lo que está ocurriendo hoy es una prueba más.
Por eso los carlistas estamos autorizados para decir a los españoles: “¡No hagáis caso a los cantos de sirena de la izquierda!”.” ¡La libertad que proclaman es una pura mentira”!