HISPANISMO
No quisiéramos escribir sobre Cataluña nada más empezar el año. Y mucho menos de Tabarnia, que pone nerviosos a los separatistas y a los que entendemos que el desfogue tabarniense nos ha ido bien para estas fiestas pero da poco más de sí. No obstante, hay que seguir insistiendo con el proceso interminable, no por apetencia sino porque todo el futuro y ser de España se está jugando en tierras catalanas.
Como los augures romanos día a día buscamos señales que nos esbocen un futuro pues la incertidumbre agota. Sino que se lo digan a las empresas que emprenden la huida del Egipto catalán, a través de los Monegros camino de la capital madrileña prometida. Como si de una inspección de las entrañas de una gallina romana, este jueves veremos si el Supremo atiende a la salida de prisión cautelar de Junqueras o se queda en Estremera adoctrinando a los pobres gitanillos que le han de soportar sus tremendas chapas. Según la decisión que se tome, intentaremos predecir ingenuamente el futuro.
Habrá tiempo de comprobar si de nuevo la estrategia inmediatista de Rajoy es efectiva, obligando a constituir el Parlamento autonómico este 17 de enero. Esta decisión mete presión a los separatistas, harto divididos, para llegar a acuerdos más propios de funambulistas que de políticos. A nadie se le escapa, y ya se filtra desde Moncloa, que Rajoy desea antes a un Junqueras que a un Puigdemont como futuro presidente de la Generalitat. Pero entre todos han montado un nudo gordiano que no se puede deshacer en estos momentos de un tajo; pero tampoco nadie tiene paciencia para deshacerlo a mano. Como ya hemos repetido hasta el hartazgo, la única viabilidad para conseguir una mínima estabilidad es: que se imposibilite legalmente la elección de Puigdemont, que ERC aproveche y rompa “limpiamente” el frente independentista buscando un pacto explícito con el PSC y los Comunes; y, por fin, que se realice un pacto secreto con el gobierno central para blindar de la autonomía catalana a cambio de una pax catalana. Y sino, de cabeza nuevamente a elecciones.
Rajoy ejerce bien de gallego, el PP lo borda en su cortoplacismo autodestructivo y Ciudadanos arrasa con una masa de votos que sólo servirían si existiera Tabarnia u otra ley electoral.
Pero hoy no queremos hablar de esto. Rajoy ejerce bien de gallego, el PP lo borda en su cortoplacismo autodestructivo y Ciudadanos arrasa con una masa de votos que sólo servirían si existiera Tabarnia u otra ley electoral. Más de un millón de catalanes hemos salido a las calles a gritar que Cataluña es España en sucesivas manifestaciones. Pero el independentismo sigue ahí anquilosado e inmutable. Ciertamente, vive un momento laberíntico y sus elites están enfrentadas y descolocadas, pero su masa electoral alcanza los dos millones de independentistas. Y esto no se arregla con un 155 fantasma ni con nuevas elecciones ni con flamígeras editoriales desde los medios nacionales sitos en la capital del Reino.
Un fenómeno sociológico que se nos ha escapado son las masas de señoronas jubiladas yendo a votar con sus lacitos amarillos. Estas son las que veían a Pujol hace 25 años como un padre o hermano mayor; hace 10 años a Artur Mas como un ahijado agraciado y ahora a Puigdemont como el nieto tonto al que hay que proteger de los maltratos de la vida. Pujol no verá la cárcel ni la independencia, pero como herencia nos deja un pujolismo flexible, posmoderno, líquido y adaptable a cualquier situación por esperpéntica que sea.
Hace unos días un separatista nos asombraba en uno de esos tuits envenenados que a razón de 50.000 muertos anuales, se podría eliminar el españolismo en Cataluña. Nosotros no entendemos las transformaciones políticas como la castración de relevos generacionales. En todo caso aspiramos a una transformación, real y no emotiva; constructiva y no reactiva (como nos tiene acostumbrados el españolismo manoloescobariense); una transformación que fluya de las raíces y no fruto de los golpes de viento electorales que deshojan ideas y ánimos.
Estas son las que veían a Pujol hace 25 años como un padre o hermano mayor; hace 10 años a Artur Mas como un ahijado agraciado y ahora a Puigdemont como el nieto tonto al que hay que proteger de los maltratos de la vida
No nos interesan los encajes institucionales entre Cataluña y el resto de España; no nos preocupa la búsqueda de reformas tributarias o reequilibrios asimétricos. Todo ello son parcheos que se desgarran al cabo de poco. Nos preocupa que lo único que puedan ofrecer los gobiernos centrales a esos dos millones de catalanes separatistas, sea una identidad plana por no decir invisible, impalpable o estereotipada hasta el aborrecimiento. El “españoleo” o un gol de Iniesta en una final futbolera, no pueden determinar el futuro y la identidad de nuestra Patria. Nos negamos a creer que ese sea el listón. Hay que abandonar urgentemente el susodicho españoleo y redescubrir el hispanismo en cuanto que españolidad fundamentada en una Patria y una historia con la que nos corresponde ser coherentes; que genera emociones pero también deberes sagrados. Y todo ello no puede quedar encerrado en un “moderno” concepto de nación sin más trascendencia que un frígido patriotismo constitucional.
La unidad en la diversidad de nuestras patrias chicas no se consigue con un Estado de las autonomías, por muy limitadas y controladas que estén. Ese ideal de armonía sólo posible entendiendo la comunidad política no como algo cerrado en sí mismo sino abierto a transmitir y difundir su forma de ser. A eso le llamamos Hispanidad y al esfuerzo por conseguirlo lo bautizamos como hispanismo. España no puede quedar reducida a su artificial Constitución del 78, ni ser comprendida y admirada desde un texto que los que ahora lo defienden a capa y espada, mañana pactarán su transformación.
España es un extraño caso en la historia que necesita propagarse y expandirse aupada por la riqueza de su diversidad (y eso es la Hispanidad), o quedar reducida a la atomización (y eso es liberalismo, sea de derechas, sea de izquierdas). No hay término medio. Los hispanos sólo sabemos trascendernos a nosotros mismos, o agonizar en nuestro egoísmo individualista convirtiéndonos cada uno en nuestra propia autonomía o república independiente. La única forma de transmutar el nacionalismo catalán, es profundizando en lo catalán –no eliminarlo ni tan siquiera limarlo-, hasta descubrir las raíces de la catalanidad hispánica como proyecto de hermanamiento perpetuo con las otras formas de Hispanidad que han surgido a lo largo de la historia y han configurado un destino común. De una Cataluña que sea ella misma brotará una España inmensamente grande y generosa, en la que el nacionalismo sólo será un mal recuerdo.