Horas de vela
EX ORBE.-No es lo mismo el Monumento de tarde de Jueves Santo que el Monumento de madrugada de Viernes Santo. Ni se reza igual en uno y en otro. Si los rezos de la tarde son dorados, dulces como un panal de miel de Eucaristía, las oraciones de la madrugada son densas, con repentinas tristezas, y algún desconsuelo, y algún temor. Es la distancia que va del Cenáculo a Getsemaní.
Tiene que ver la luz, la cera recien encendida, que alumbra brillante y blanca; y la cera bien prendida, que da luz más amarillenta, con alguna vela humeando un hilo negro que sube desde la punta de la llama y se pierde en el aire de la capilla.
También es por el aire, fresco y oloroso, a flor, a incienso, cuando ponen al Señor en el Monumento; poco a poco, cuando los cirios se van consumiendo, templan el ambiente, cada vez más cargado, con olor a cera ardiendo y a flor agostándose.
Los sonidos de fuera cambian, primero, por la tarde, el murmullo de los que salen de la iglesia y los que entran; más tarde son menos las voces, pocas y con un timbre más bajo. Cuando anochece, se escuchan los pasos de los que van por la calle. Y de madrugada sólo los ecos de la noche, lejanos.
El ruído de dentro cambia también; primero se va ralentizando, amortiguando, y después el interior del templo se torna extrañamente sonoro, cada hora más intensamente, hasta que por la madrugada el crujido de un banco es un clamor y un libro que se cae arma un estruendo.
…Y el sueño, las cabezadas y los ojos pesados, que parece como si el primer Getsemaní se contagiara a todos los Monumentos del mundo, como un detalle que no debe faltar, como si los Ángeles quisieran probar que todos los hombres se duermen cuando les toca velar junto al Señor.
Con el Señor que se entrega a la Pasión, propter nos homines et propter nostram salutem.
“…et venit ad discipulos et invenit eos dormientes et dicit Petro sic non potuistis una hora vigilare mecum vigilate et orate ut non intretis in temptationem spiritus quidem promptus est caro autem infirma…” Mt 26, 40ss.