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Vivencias de un Domingo de Ramos

25 de marzo de 2018 0 Actualidad

 

EX ORBE.-Es un tópico decir que la Navidad es fiesta de niños, y es verdad que el Domingo de Ramos nos vuelve a todos niños. Por lo menos a todos los que creemos en el Señor del Domingo de Ramos y hemos sido niños portantes ramos.

El Domingo de Ramos tiene una tipología característica, que se repite cada Domingo de Ramos: El cura con la palma, los monaguillos de la procesión, el señor mayor con aire de tiesa solemnidad, la vieja que cojea con su ramo de olivo en la mano, las dos viejas agarradas del brazo, con bolso y ramita bendecida, el chaval de quince años con pocas ganas de procesión y muchas ganas de primavera, el bebé en el carrito estrenando alegría inocente, el tonto del pueblo más feliz que un ángel, la tonta del barrio más contenta que un serafín, la devota que se queja del barullo de la Misa, el pobre que pide en la puerta haciendo recolecta extra, el que llega tarde y se incorpora a la Misa justo antes de terminar de leerse la Pasión, el que se escapa a la puerta a fumarse un cigarro mientras leen la Pasión, el que deja caer estrepitosamente la palma durante la lectura de la Pasión, el que entra y coge un ramo y se va, el que entra a coger un ramo y se queda, el que va en la procesión y le da vergüenza de que le vean en la procesión, el que ve pasar pasar la procesión y le da vergüenza de no ir en la procesión, el que pasa por la calle y ni se da cuenta de que pasa una procesión.

Los tipos humanos del Domingo de Ramos se repiten cada Domingo de Ramos desde el primer Domingo de Ramos.

La chacha Gabriela nos contaba que en el Cielo hay un un santo que lleva la cuenta y apunta en una lista a los que van a la procesión, y el que no esté apuntado, no entra en Cielo y se queda penando con las Ánimas del Purgatorio: – Y si son masones, se van derechitos a los infiernos, donde no hay ni silla para sentarse ni esquina para apoyarse, remachaba la chacha Gabriela.

Cuando volvíamos de la Misa de Ramos con medio olivar en las manos, mi madre cortaba unas ramitas y nos las ponía en la cabecera de la cama. El resto de los ramos los dejaba secarse en el patio y luego los quemaba.

El Lunes Santo por la mañana, Nicolás el alguacil, de parte del alcalde, traía a casa la palma grande bendecida, amarilla y arqueada como el cuello de un potro con sus crines. La cogíamos y formábamos una procesión por el patio, mis hermanas y yo, con mi hermano chico tocando un tambor detrás. Después mi tía la colgaba en el balcón, sujeta con alambre, con dos moños granas: -Para que no caigan rayos ni vengan calamidades, porque es una señal bendita, nos explicaba.

En casi todas las casas del pueblo se veían colgados los ramos, en las ventanas, en las rejas, en las fachadas. Era como la señal de la Pascua, no con sangre, sino con ramos benditos de palmas y olivos.

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