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Conferencia: ¿Cuando fue que dejamos de pelear en Occidente? por Patricio Lons

 

 

 

Conferencia dictada en el Foro Alfonso Carlos 1°, los días 8, 9 y 10 de septiembre de 2017 en Madrid. Hablé sobre nuestra identidad y el llamado a recuperarla

Por Patricio Lons

El lugar donde muere el sol, occidente, nuestra tierra; nació hace más de dos milenios en Europa. Podemos tomar un período fundacional desde el grito de Esparta contra los persas en las Termópilas y en Platea hasta la despaganizada refundación posterior a la caída del imperio romano que fue entre los siglos V y VI gracias a San Benito de Nursia, patrono de Europa.

Siglos después, un tres de agosto de 1492, partieron un grupo de europeos muy audaces, a caminar sobre el azul del mar, como nos enseñó José María Pemán en el himno de España. Así occidente nace hace cinco siglos en el Nuevo Mundo, en esta tierra colombina a la que caprichosamente le pusimos América y yo le hubiese puesto Isabela. Me hubiese gustado decir que nuestro gentilicio continental era el de “isabelinos”, y ser todos en esta tierra, hermanos e hijos de la misma madre nuestra reina Isabel de Castilla.

Sobre una tierra yerma y de pueblos nativos sometidos por otras tribus de seres caníbales y sanguinarios, se pararon los Adelantados y conquistadores y construyeron una civilización. ¡Les transmitieron la civilización católica! ¡Les trajeron a San Agustín, a Virgilio y a Platón! Gracias a aquellos valientes, Roma, Grecia y Tierra Santa llegaron a los confines del globo.  Hoy en día, entre nosotros que somos herederos americanos de ese legado, hay intrépidos misioneros argentinos, absolutos defensores de la hispanidad y por tal, herederos de la vocación de Isabel de Castilla, llegando a rincones de Asia donde Cristo todavía no había sido anunciado.

En el Nuevo Mundo se acabaron los sacrificios humanos y los descendientes de caciques tiránicos y sanguinarios terminaron aceptando el Evangelio y aportando, en un camino de devolución, toda su inteligencia de pueblos cultivados por España. Así un descendiente de Moctezuma creó la Guardia Civil española y otro fue virrey de Navarra. Ya uno más, en 1821 y como gobernador de la ciudad de México, Don Cano y Moctezuma declaró su fidelidad al rey de las Españas y rechazó adherir a los revolucionarios que, tras dos siglos que llevamos de historia usurpada, solo trajeron revoluciones, sangre y pobreza a nuestra América. Los nativos de América saltaron del Neolítico a la modernidad necesaria para sobrevivir como pueblos, al adquirir el manejo de las fuentes de agua y al dominar el comercio con Asia, pasando de la economía del trueque a poseer la primera moneda global de la historia, el Real de a 8 vigente en nuestra memoria.

Así pasaron tres siglos de desarrollo en armonía y paz en América mientras Europa se desangraba una y otra vez. España nos protegió de ese caos. Y cuando este pretendía entrometerse en nuestra paz interior, salían los miles de cachorros del león español a patear ingleses, holandeses, franceses y hasta rusos allá por Alaska y California. La corona retrasó en América, como madre generosa, abnegada y protectora, el daño iniciado en la Dieta de Worms, en el Tratado de Westfalia y en el fatídico Paris de 1789.

¿Qué nos pasó entonces? ¿Cuándo fue que nos acostumbramos al caos y al desorden? Pasamos de la grandeza en los altares, en las universidades y en el arte, a enaltecer y respetar a cualquier abominación.

¿En qué momento empezamos a aceptar que el bien era malo y el mal era bueno? ¿Cómo fue ese trastoque de nuestra identidad? El relato mentiroso de nuestra historia, sobre todo en América, parece una operación de contrainteligencia, donde los buenos y fieles parecen malos y los malos y revolucionarios quedan en el bronce de las estatuas.

Los americanos nacimos hace quinientos años, no hace treinta ni doscientos. Tenemos una identidad de origen, aunque ahora la desconozcamos y mostremos supina ignorancia sobre el ser un buen argentino o un buen hijo de cualquier rincón de Hispanoamérica.

En el 1° de abril de 1520, el Adelantado Hernando de Magallanes, ordenó celebrar la primera misa en tierra a ser hispanizada y evangelizada y que luego fue argentina, en un lugar al que bautizó Bahía San Julián en la actual Patagonia y desde la cual, cuatrocientos sesenta y dos años después, despegaron nuestros halcones de la Fuerza Aérea Argentina a llenarse de gloria para enfrentar al invasor eterno, aquel que parece ser el Némesis de nuestra nación y que se oculta en las sombras de cada esquina de nuestra historia común. Luego, los demás Adelantados, don Pedro de Mendoza, soldado fiel de Carlos V y sobreviviente del “saco de Roma”, el dudoso Gaboto y nuestro querido Don Juan Díaz de Solís, con sus corajes de españoles de lengua castellana y sangre vasca, le dieron inicio, forma y existencia a esta tierra del Plata, generosamente cobijada en los planes y en el testamento de nuestra primera reina de Indias, doña Isabel la católica, soberana de todo el continente. Quiero aquí recordar que muchos de nuestros pilotos leían a Ramiro de Maeztu y cantaban Cara al sol o el Oriamendi, en esa curiosa síntesis que hacemos los argentinos y se lanzaban en picada al grito de “Por la Virgen de Loreto” como Madre protectora del fuego antiaéreo de las fragatas inglesas. Si eso no los hace hijos de España y motivo de orgullo para los cientos de millones de compatriotas que heredamos lengua y religión, no sé qué más podían hacer para testimoniar su agradecimiento a la Madre Patria. Recuerdo al capitán Carballo que, cuando le preguntaron el secreto para haber atacado con tanto éxito en varios combates aeronavales y haber sobrevivido al mando de un caza anticuado, contestó que el atacaba con un avión blindado… por las oraciones de su esposa. Respuesta digna de un hidalgo castellano en labios de un criollo de sangre española. El teniente Estévez en carta  a su padre antes de morir en combate en la turba malvinera le escribió: “gracias papá, por hacerme argentino, católico y de sangre española”. Fe y sangre española unida al tellus americano. Este héroe que combatió mutilado por el fuego enemigo como un nuevo Millán de Astray, unió en esa frase inmortal y definitoria de nuestra identidad, la gloria de los Austrias y las Aspas de Borgoña, con el azulceleste y blanco de la Orden de Carlos III, que adornan nuestra bandera. Fue en ese glorioso año de 1982 que, al ver a miles de voluntarios españoles, peruanos, venezolanos, cubanos, guatemaltecos, nicaragüenses, panameños, ecuatorianos, bolivianos, paraguayos, uruguayos y hasta brasileños, que se ofrecían para combatir codo a codo junto a nosotros y que incluso se ofendieron por no habérseles dado la posibilidad de lavar el honor manchado de la hispanidad en tierra irredenta de Malvinas, es que terminé de despertar mi conciencia algo dormida de que somos una sola civilización, una sola nación dividida artificialmente. Cada soldado argentino e hispánico de hoy, es un nuevo Tercio, pues Inglaterra nos sigue considerando a los argentinos y a cada estado español, como nación enemiga. Esta actitud de hermandad reflejaba aquella de 1898, cuando desde Montevideo y Buenos Aires se iniciaba una colecta por toda América, pues había que comprar un nuevo buque de guerra para la marina española. Los tiempos no ayudaron aunque se cumplió el objetivo de conseguir el dinero. Traidores en todos lados. Alguien retrasó el desarrollo del sumergible Peral y ya en el Tratado de París, el honor no tenía un músculo que lo acompañe para negociar mejor las condiciones de paz y perdimos a los hermanos filipinos.

¿Y en América, que nos pasó? Tuvimos momentos de felicidad y de gloria, de trabajo firme y constante en una tierra que germinó esperanzas, sueños y alegrías y que le permitió decir con la frente en alto a cada habitante, ante quien nos preguntara y ante todo el mundo, “¿¡Que soy yo…!?” “Yo…¡soy argentino!”.

Ante el orgullo y la bonanza de siglos, fuimos desagradecidos con nuestra herencia. Dios nos dio una tierra hermosa y la bañó con su espíritu y ese espíritu fue padre, guía y hermano del nuestro, del de cada uno de nosotros. Por eso, cuando tuvimos que defender nuestras convicciones, lo hicimos firmes y de pie, tanto ante el vil e impío invasor de tantos puntos del globo que aquí tuvo que hincar su orgullo, como cuando nos enfrentamos entre nosotros en las guerras que dolorosamente nos separaron de la Madre Patria y que luego nos dividieron entre nosotros, los nativos de Indias, en tantos estados fallidos e inviables. Como dice el gran historiador argentino don Julio González, creamos soberanías cromáticas y musicales, banderas e himnos, pero sin poder alguno ante la unidad en bloque del mundo anglosajón. Vasconcelos, el genial novohispano, nos advertía desde su tierra mexicana, del orgullo vano de mostrar tantas banderas de estados separados, que no tenían fuerza ante el bloque anglosajón que siempre se presenta unido. Luego seguimos peleando inútilmente en las guerras civiles, que tanto nos desangraron, donde también mostramos convicciones, coraje y decisión cualquiera fuese el bando elegido. Pero solo sirvieron para desangrarnos y servir a las manipulaciones de las potencias que ambicionaban nuestra tierra. Todavía hoy, Inglaterra nos considera a los argentinos como a un enemigo y a nuestro sur como tierra a conquistar. Ya Cromwell decía en el siglo XVII, que ellos y nosotros, ingleses y españoles estábamos destinados a estar enfrentados. No debería ser así como una fatalidad del destino. El día que Inglaterra recupere su tradición artúrica, aquella que reconocía a Catalina de Aragón como su verdadera reina y legítima esposa de Enrique VIII y no solo como viuda del fallecido Arturo, príncipe de Gales, en ese momento nos reconciliaremos como pueblos verdaderamente cristianos y juntos entenderemos quienes son nuestros enemigos comunes, aquellos que nos han manipulado a ambos.

Y si pudimos mostrar esas cualidades de civilización ¿que nos impide ejercerlas ahora? ¿Cuándo fue que dejamos de pelear por lo que creíamos justo? ¿Por qué fue que decidimos entregar nuestra libertad y canjearlas por palabras? ¡Malditas sean las falsas libertades de hoy que nos quitan el honor y la dignidad, verdaderos valores de libertad que supimos antes defender! Unidos fuimos fuertes. Recuerdo que cuando debimos enviar alimentos a España, después de la guerra civil, un insolente le preguntó al general Perón, presidente del estado argentino, como iba a hacer España para pagarnos y el respondió: “Desde cuando un hijo se preocupa en cobrarle a su madre”. Por eso en un discurso para el 12 de octubre de 1947 dijo: “Si la América española olvidara la tradición que enriquece su alma, rompiera sus vínculos con la latinidad, se evadiera del cuadro humanista que le demarca el catolicismo y negara a España, se quedaría instantáneamente vacía de coherencia y sus ideas carecerían de validez”.   Él sabía muy bien que, al ayudar a España, estábamos asegurando el futuro de América. Sin 1936, no solo España, sino también nosotros, poco tiempo después, habríamos terminado como satélites de Stalin. Vaya el reconocimiento de los pueblos libres a tantos requetés y margaritas, a monárquicos y falangistas, a tantos valientes soldados y mujeres que salvaron a España de seguir sufriendo una tiranía.

¡¿Qué nos pasó entonces a todos?! ¿¡Como puede ser que el tradicionalismo español vigente en maravillosas fiestas tradicionales, no se haya volcado en su momento y en masa a sumarse a las filas de las congregaciones tradicionalistas?! El primer y único seminario en lengua española de la Fraternidad San Pío X, no está en España como debería, sino en Argentina. ¿Quién de uds. me lo puede explicar? Nuestra cultura gira ante lo sacro, lo grande y lo bello, no nos podemos quedar con remedos de tradición. Busquemos la respuesta en ese último rincón  de nuestra conciencia y antes de hacerlo, recordemos aquellos versos de las abuelas españolas, custodias de la tradición, cuando les recitaban al oído aquello de “Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo”. Y que cada uno se calce su sayo de responsabilidad.

Es hora de que cada argentino, cada español, cada hijo de la civilización hispánica en Asia, África, América y Europa tome su bastón de mariscal, decida su destino y sea un líder dispuesto a echar a los usurpadores de nuestra patria común. En nuestra tierra un mal se ha alzado y nos destruye nuestra esencia, nuestra alma y tradición y deja una tierra estéril como herencia vacía para nuestra descendencia. ¡Debemos impedirlo! ¡Quiero sumarme a los nuevos Cid, Santiago de Liniers, María Pita, Agustina de Aragón, Blas de Lezo, Rafaela Herrera, Álvaro de Bazán, Manuela Pedraza, Agustín Agualongo, Huanchaca y los Pincheira, Chacho Peñaloza y los caudillos federales argentinos y a los seiscientos cuarenta y nueve caídos en la Guerra del Atlántico Sur de 1982, que como héroes redivivos en todo el pueblo hispánico y argentino, unido y como un puño erguido, enfrente nuevamente a este monstruo, lo mire fieramente a los ojos y lo vuelva a vencer. ¡Quiero que se levante de mi mano y de las vuestras, la hidalga Terrae Argentum de la Gran Restauración! Que se levante el estandarte de los Reyes Católicos en una nueva Reconquista de lo que debemos ser.  Como bien dice don Miguel Ayuso, el gran intelectual del carlismo, que me ha honrado con su amistad, “la hispanidad no puede ser un término de sustitución; pues somos herederos de la Magna cristiandad europea.”  Reafirmo sus palabras. Eso nos debe quedar muy claro, pues la hispanidad ha sido el transporte civilizatorio de la cristiandad, si le quitamos eso, nos reducimos  a un simple folclore de pueblos que comparten un idioma y nada más.

Recuerdo que los pueblos de América no se llamaban a sí mismos por gentilicios al estilo moderno, se decían a sí mismos que eran “católicos y súbditos del rey”. Incluso hasta en la segunda parte del siglo XIX  se reflejaba aquella identidad de origen en el criollo rioplatense, que no quería ceder su identidad y en algunas coplas riojanas argentinas que decían:

“Sepa el moro y el judío

Y el inglés que anda en la mar

Que María es concebida

Sin pecado original”

No podemos traicionar lo que somos.  Nuestra identidad es el último katehón ante el deseo del mal de imperar sobre los pueblos libres. Nos debemos a una mutua fidelidad con la cruz y entre nosotros. En honor a ese deber, me meto con los versos de don Eduardo Marquina dirigidos a los Tercios de Flandes y le agrego con afecto atrevido unas palabras:

“Por España, Argentina y todas las Españas

y el que quiera defenderlas,

honrado muera.

Y el que traidor las abandone,

no tenga quien le perdone,

ni en tierra santa cobijo,

ni una cruz en sus despojos,

ni las manos de un buen hijo

para cerrarle los ojos.”

Por Gibraltar, por Malvinas, por Esequibo, Belice y Guantánamo, por las tierras que perdió Nueva España, no olvidemos que separados nos vencen, pero unidos somos la lengua más extendida del planeta. Nuestro idioma es nuestro oro. Recuperemos juntos nuestra civilización al canto de estas estrofas cristianizadas que parafrasean a las dichas por viejos pueblos paganos cuando convocaban a sus dioses lares:

“He ahí a mi Padre Dios y a mi madre la Virgen Santísima e Inmaculada

He ahí a mis hermanos y hermanas de la Patria y de la Iglesia

He ahí el linaje de mi cuna y religión regresando a su principio

He aquí que escucho su llamado

Me invitan a mi lugar entre ellos

en las alturas del cielo

donde los santos, caudillos, reyes y héroes,

viven por siempre”.

Desde la ciudad de la Santísima Trinidad y puerto de los Buenos Aires, 9 de septiembre de 2017 para todos los participantes del Foro Alfonso Carlos 1° en Madrid.

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