Sobre la rechazada “Ley de libertad sexual”. El mayor de los ridículos
(Por Carlos Ibáñez) –
Nos referimos a la rechazada Ley de la libertad sexual, comúnmente conocida por “sí es sí”. Dejamos aparte la visa matrimonial, establecida por el Creador para la propagación de la vida.
Nos referiremos a la extendidísima actividad sexual, fuera del matrimonio, que es para la que está dedicada esa ley. ¿Qué pretende esa ley? ¿Para qué sirve? ¿Para qué hace falta? Desde que existe la humanidad la fornicación – que eso es el sexo extramatrimonial – se ha venido practicando. Y en un grado tal que su prohibición es uno de los mandamientos promulgados en el Sinaí.
Esa actividad, por su condición pecaminosa, se ha venido ejerciendo, en la mayoría de los casos, con discreción. En secreto. El Arcipreste de Hita recomendaba discreción a quienes la practicaban. Aunque luego él mismo no tuviera empacho en declarar que “ove de las mujeres, a veces grand amor”.
Se contaba un chascarrillo según el cual un confesor, ayudando al penitente, le preguntaba si había cometido “alguna de esas cosas que se dicen, que se hacen”. El penitente contestaba con picardía: “esas cosas se hasen, pero no se disen”.
Y la imbécil de turno que dirige el correspondiente ministerio, intenta promulgar una ley para regular esas actividades” que se hasen, pero no se disen”. Carecen de sentido del ridículo. Se nota que no creen en la importancia de la función que les corresponde. Pues eso es perder el tiempo en inventarse leyes para regular una actividad que se viene dando desde el principio de la humanidad, envuelta siempre en el silencio.