Sobre el lenguaje sexista y su entronización gramatical
El lenguaje es fruto de los usos de los hablantes. No se trata de que una persona, o más bien, un grupo de individuos nos digan cómo y de qué manera tenemos que hablar. Cuando eso ocurre sólo les falta añadir qué tenemos que decir y, posteriormente, hasta qué tenemos que pensar.
Con el paso del tiempo, esas expresiones y palabras quedan reflejadas en unas reglas gramaticales. Su función no es otra que transmitir los conocimientos de una forma organizada con un lenguaje de signos convencionales y aceptados por todos.
Expresado de otra forma: el lenguaje fluye desde el pueblo hacia la Academia de la Lengua. No lo hace al contrario. No sería admisible que una ocurrencia, de alguno, se transforme en una imposición para todos.
En el mismo origen del castellano escrito, Gonzalo de Berceo decía escribir “como fablan los vecinos con un buen vaso de vino”. En ningún momento decía algo así como “voy a decir a la gente cómo tiene que expresarse…….”
Según algunas teorías psicológicas, el pensamiento genera el lenguaje, pero el lenguaje influye en el pensamiento. Dos personas que hablan lenguajes diferentes pensarían de manera un poco distinta.
Cambiar expresiones según sexos, o nuevos sexos institucionalizados, es una imposición de arriba abajo. Influye sobre nuestras neuronas, impone un sistema de valores. Ataca a lo más genuino del ser humano: el pensamiento.
No rechazo ninguna forma de expresión. Admito, de buen grado, que si en algún momento el pueblo utiliza una terminación distinta para cada ser sintiente, éstas deberían utilizarse. Lo que no admito es la imposición de ninguna persona, grupo, conciliábulo o como quiera llamarse.
Por ezoy mientra la cozas zean axi excríbire como de la rea, derde luego ilegítima, gana, uchando cuanta farta de oltogragia ze me ocullan y sin palal en eyas, pue en hesto me juergo mon plopia livertar.