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4 de junio de 2019 0 / / /

Estado Policial. Consecuencia Democrática

Paz, Orden, Ley, Libertad. Sin dudas, esa es la secuencia. Es absurdo hablar de Libertad en ausencia de ley, mucho más aún si no hay orden. Y esta es la situación que vivimos, democracia. Donde la ley cambia constantemente, lo que es lo mismo que su ausencia, y el orden es débil o, al menos, no está claro.

La democracia es una revolución legal permanente que progresa siempre en la misma dirección, más redistribución, es decir, hacia la izquierda; y el final del camino es el máximo de redistribución, el comunismo. Eso ya está más que claro.

Pero la democracia, en tanto igualdad, es, por definición, imposible de ordenar porque la igualdad es antitética a la ordenación, que, por definición, implica diferenciar. Ordenar requiere de organizar, es decir, atribuir funciones diferenciadas. Como esto es la antítesis de la democracia, si esta quiere mantenerse, debe sacrificar parte de su igualación y dejar lugar a cierta diferenciación; esto es, ponerle un límite a la redistribución igualadora. En la práctica esto implica que la democracia jamás es igualdad total, sino que avanza por tiempos. Así, la democracia deviene en un momento, uno de inclusión: Aquel que incluye a los excluidos. Esto permite el mantenimiento de cierto Orden. Evita que la democracia, en tanto sistema, derive en una revolución total que fagocite abruptamente al cuerpo social, disolviéndolo inmediatamente, y lo cambia por un parasitismo paulatinamente creciente. Por esto digo que la ordenación no está clara, porque hay un orden, efectivamente lo hay, pero cambia constantemente.

Así, la democracia moderna consiste en un saqueo unilateral en expansión. La élite del poder y sus leales súbditos someten a los sectores productivos de la sociedad a un expolio creciente. De esta forma, se logra montar un Estado de partido de único, por parte de una élite progresista (Brahmanes), a través de la expansión de lacayos leales (Dalits e Ilotas), unidos contra un enemigo común (Vaisyas y, en menor medida, Optimates) y sostenidos por un vínculo de reciprocidad solidaria entre clases, o de “conciencia social”, si el lector prefiere.

Ante esto, los saqueados solo pueden optar por plegarse al parasitismo social y servir a la élite, si se lo permiten, o resignarse ante el poder y esperar que la alternancia democrática sobrevenga -ósea, nunca-. Si se pliegan al poder, acrecientan el sistema, si se resignan, eventualmente, por su posición de explotados, los invadirá el hartazgo y un consecuente rechazo anti-establishment. Esto es, el conflicto podría sobrevenir. En consecuencia, la democracia constituye, efectivamente, una guerra civil latente. Por esto digo que el orden se muestra, en apariencia, débil, porque el desorden a través de la guerra civil está siempre a un paso. En democracia puede no haber enfrentamiento directo, pero si que hay ejércitos, y sus números se presentan igualmente.

Esta guerra civil está latente justamente porque jamás se concreta. Las instituciones democráticas actúan precisamente sobre este punto: Evitan que toda expresión de rechazo social escale hasta convertirse en una genuina reacción antidemocrática, a través de su canalización institucional y conversión en fuerza statu-quista. Los anticuerpos que sostienen esta revolución, los conservadores, estarán allí para evitar la consumación del conflicto en enfrentamiento al canalizar estas fuerzas sociales de rechazo vía institucionalidad democrática, es decir, con política partidaria ¡Si! Todo partido o personalidad conservadora, llámese Salvini, Le Pen, UKIP (Partido por la Independencia del Reino Unido), AfD (Alternativa por Alemania) o Vox (si cabe), incluso Trump (ya fuera de Europa), cumple esta función. Son una válvula de escape que desagota la presión generada por la frustración y el descontento acumulados en los Vaysia, la gente común, el pueblo llano.

Indudablemente, un sistema muy efectivo, una maquinaria de poder ya largamente probada, con sus engranajes muy finamente aceitados, delicadamente apretados y mejorados continuamente con el tiempo. Así, la democracia evita que se socave el poco orden vigente y se derive en el final de la paz, la guerra civil.

Sin ley y en un orden dudoso, la Libertad no tiene ningún lugar posible. La democracia se revela antitética a la Libertad. Absolutamente todo puede politizarse, “conflictivizarse”, y volverse parte del juego político, es decir, de la guerra institucionalizada democráticamente.

Sin más preámbulo explicativo, y ya entrando en tema; si se monta un Estado policial en Europa, que parece ser el laboratorio predilecto del progresismo, este responde consecuentemente a los problemas que genera esta redistribución democrática y al creciente tamaño de su partido único, en especial de una de las castas que lo componen, los Ilotas.

Resulta que la creciente politización y, con ella, el aumento de la “vigilancia” y de la actividad policial, obedece a los conflictos sociales que genera la política de inmigración en masa. Pero ¿A qué obedecen estas políticas de “libre inmigración” europeas? Efectivamente, esto es el multiculturalismo, una política concreta que lleva a la expansión y consolidación del Estado de partido único Occidental, a través del aumento del número de Ilotas, los ciervos inmigrados del poder.

¿Qué son, entonces, estos “choques” entre nativos e inmigrantes incapaces de adaptarse? La manifestación visible de esa latente guerra civil que es la democracia, producida por el rechazo que genera en el nativo medio, en el Vaysia común, el privilegio que recibe el recién llegado por sobre el propio local; y de la incapacidad y, sobre todo, negación del inmigrado de adaptarse socialmente, por el incentivo que reciben, por parte de las elites, quienes recompensan su (des) obediencia civil. Y todo esto en un marco comunicacional en el que el Vaysia es bombardeado con discursos de “tolerancia”, en el que se les dice que todas las culturas son iguales, que la convivencia no requiere de ninguna habituación conjunta a normas y valores comunes, y que si hay conflicto es exclusivamente culpa suya por ser intolerantes ¿Cómo pretenden, así, que el Vaysia no reaccione? ¿De qué se sorprenden, entonces, en las mutuas muestras de incapacidad de convivencia? Ni hablar de los abusos que cometen los inmigrantes hacia la hospitalidad nativa. Todo con el respaldo del poder “plural” detrás.

Personalmente, me sigo considerando en buena medida como un libertario, simplemente porque creo que un orden social Libertario, es decir, uno carente de saqueo masivo institucionalizado, es lo que todo hombre decente anhela. Pero la situación requiere adaptación. Si quieres volver a fantasear con Libertad, primero hay que reconstituir el orden, y eso puede implicar violar ciertas “libertades”, y en especial todos esos nuevos “derechos adquiridos” por las autoproclamadas “minorías autoorganizadas” que engordan el partido único de cada Estado nacional y, a su vez, al partido único del Gran Leviatán Occidental.

Por lo anteriormente explicado, no identifico como causantes, ni mucho menos como enemigos, a los inmigrantes, y considero que el odio hacia los mismos resulta contraproducente, ya que es, de hecho, entrar en la lógica de la política progresista; aunque esto no evita que también comprenda a quienes si lo hacen. Claro que tienen su cuota de responsabilidad en los disturbios generados, pero ellos son meros peones en el tablero de ajedrez, atacándolos se resuelve poco, y quienes los hagan solo se harán odiar inútilmente. El enemigo real es otro. Ahora sí, el enemigo está claro, el enemigo es el Poder, es el Estado. Y, hoy, quien realmente constituye el Estado en Occidente es la Catedral y la clase que la compone, la élite progresista Brahmin. Contra ellos debemos reaccionar.

 

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