Entrevista a José Antonio Gallego, uno de los mayores expertos en el Cura Merino
Tras el artículo publicado sobre el Cura Merino varias personas, fascinadas por su figura, me sugirieron profundizar más en este personaje entrevistando a un experto. Gracias a Dios he podido contactar con José Antonio Gallego, considerado uno de los mayores especialistas en este insigne personaje y autor del libro: ‘El Cura Merino; el vendaval de Castilla’
Presentación del entrevistado
José Antonio Gallego (Madrid, 1954), es funcionario de carrera e historiador vocacional, dedicado desde hace casi cuarenta años al estudio del Carlismo, dentro del cual, con el paso del tiempo, se especializó en la Primera Guerra Carlista y su desarrollo en Castilla la Vieja. Sus primeras publicaciones en la prestigiosa revista de historia contemporánea Aportes, comenzaron en su núm. 20 con el trabajo: “Un nombre para la historia: Carlos Luis O’Donnell Joris” (1992), al que siguieron “D. Antonio Tallada, su última expedición y los sargentos de Tabarca” (núm. 33, 1197); “El fuerte de Cañete y la batalla de Carboneras” (núm. 34, 1997); “La acción de Los Arcos. Navarra (13/XI/1833) (núm. 37, 1998); “La batalla de Villafranca de Montes de Oca. Burgos (13/XI/1833)” (núm. 58, 2005); “Los primeros años del infante don Sebastián Gabriel de Borbón y de Braganza: entre la política y la pintura” (núm. 71, 2009), y “La expedición Sanz (14 a 24 de septiembre de 1834)” (núm. 87, 2015).
Ha publicado también, entre otros artículos, en la revista Verbo: “El espíritu de la Guerra de la Independencia” (núm. 465-466, 2008), trabajo en el que adelantaba su idea sobre el libro que hoy nos ocupa. Además, entre otros libros ha publicado: El levantamiento carlista de Castilla la Vieja (Actas. Madrid, 2002) y D. José Álvarez de Toledo y Dubois. Apuntes biográficos de un aventurero decimonónico (Ciudadela. Madrid, 2012) y colaboró en el libro A los 175 años del carlismo. Una revisión de la Tradición Política Hispánica (Itinerarios. Madrid, 2011) con la ponencia “El carlismo en Castilla la Vieja”. En la actualidad es miembro del Foro para el Estudio de la Historia Militar de España, y se le puede considerar uno de los mayores expertos en carlismo castellano.
José Antonio Gallego, ha estudiado a fondo la vida del Cura Merino.
El Cura Merino, un bravo sacerdote en defensa de España en la Guerra de la Independencia…
En la guerra contra el francés, no solo combatió Jerónimo Merino, la participación del clero fue extraordinariamente alta, hasta el punto de que la Junta Central firmaría el Sevilla el 26 de abril de 1809 el decreto por el que sancionaba la creación de las <<Partidas de Cruzada>>, que se uniformaron con una gran cruz roja en el pecho al estilo de las cruzadas medievales. Estas partidas, a veces solo formadas por frailes que habían tenido que huir de sus conventos, sufrieron varias transformaciones debidas a su regulación que terminaron por hacerlas desaparecer, pero hemos de decir que normalmente las mandaron sacerdotes o frailes y desde luego Merino fue durante los primeros años de la guerra <<Comandante de Partida de Cruzada>> y la acabaría como brigadier de Caballería al frente de un regimiento de infantería y otro de caballería creados por él y como comandante militar de la provincia de Burgos. Pero además Jerónimo Merino y Cob, <<el Cura Merino>> o <<el Cura de Villoviado>>, combatió en la Campaña Realista de 1821 y 1823 y la Primera Guerra Carlista, llegando a ser mariscal de campo del ejército de D. Carlos, comandante general de Castilla la Vieja condecorado con tres cruces de San Fernando (la primera recibida durante la Guerra de la Independencia), pero también llegando a morir en el exilio.
¿Fueron guerras justas?
No podemos por falta de espacio ni tan siquiera intentar esbozar la doctrina de la <<guerra justa>>, pero sí podemos apuntar que fue San Agustín uno de los primeros teólogos que intentó conciliar las enseñanzas de Jesús con la defensa de un imperio que, en gran parte, era cristiano y que intentaba sobrevivir al asalto de unos bárbaros paganos y sanguinarios. En el siglo XIX no se combatía a bárbaros paganos, el combate era todavía de mayor calado. El Orden Político Cristiano se veía atacado por los defensores de una nueva forma de concebir el mundo, una forma en la que Dios ya no tendría cabida. En el Orden Político Cristiano, los Gobiernos, cualquiera que sea su forma, detentan la <<potestas>> y reconocen a la Iglesia la <<auctoritas>>. Las ideas que entonces atacaban ese Orden y que hoy han vencido, entendían y entienden que ambas corresponden al Estado, moderno en esencia, es decir, revolucionario y anticristiano, que niega a Dios cualquier influencia moral en la vida de la comunidad de los hombres. Merino, como muchos otros, siempre entendió que luchaba por la causa de Dios y estaba legitimado a usar la fuerza. Por eso podemos recordar ahora unas palabras de San Agustín en La Ciudad de Dios: <<no mata quien presta su ministerio obedeciendo al que manda, así como la espada es instrumento del que la usa; por consiguiente, no violan este precepto, “no matarás”, los que por orden de Dios declararon guerras o representando la potestad pública y obrando según el imperio de la justicia castigaron a los facinerosos, y perversos quitándoles la vida>>.
¿Fueron las guerrillas españolas las que causaron la mayor parte de bajas sufridas por el ejército de Napoleón en España?
Siempre ha sido objeto de debate entre los especialistas la importancia que tuvieron las guerrillas en la guerra contra Napoleón. Desde luego sería absurdo sostener que el peso principal de la guerra recayó sobre las guerrillas, olvidándose del ejército regular, del ejército inglés e incluso de sus auxiliares portugueses. Eso no quiere decir que las guerrillas no contribuyeran eficazmente a su derrota, cortando vías de suministros, rompiendo sus comunicaciones, aislando guarniciones y de vez en cuando, causándoles alguna derrota de cierta importancia. Y Merino, no cabe duda alguna, fue uno de los tres más importantes guerrilleros de aquella contienda, convirtiendo lo que inicialmente fueron una simple amalgama de voluntarios sin instrucción ni uniforme y mal armados con escopetas, hachas y palos, en unidades perfectamente instruidas y uniformadas que podían competir sin complejo con la mejor del ejército regular, a cuyas filas fueron incorporadas al final de la guerra.
¿Qué motivó su salida a campaña?
Ciertamente, al final de la guerra Merino se había convertido en una celebridad, una celebridad que no tardó demasiado, nada más definirse doctrinalmente en la Campaña Realista, en ser el objeto del odio más furibundo, por lo que era y representaba. Se escribieron crueles libelos contra él, pero como no se sostenían, sus enemigos más hábiles empezaron a construir un personaje novelesco, al que sutilmente despojaron de toda motivación altruista, religiosa o patriótica, y justificar todos sus esfuerzos en el odio y la venganza. Haber salido al campo de batalla por venganza contra unos franceses que le hicieron cargar con fardo de pasada carga, ya fuese de instrumentos musicales o armas o por la violación de su hermana Bernarda, no se sostienen documentalmente. Combatió a los franceses por lo mismo que la mayoría de los españoles, por que eran además de invasores, furibundos jacobinos.
¿Entonces todo lo que se nos ha contado de Merino es mentira?
Naturalmente en ese personaje más novelesco que histórico, se reseñaban algunas verdades, como lo magnifico jinete y tirador que era, su generosidad y frugalidad, pero también muchas mentiras como su crueldad o su amistad con <<el Empecinado>>, algo totalmente falso, de hecho nunca se cayeron bien ni colaboraron. Vamos a relatar, aunque sea muy sucintamente, una de sus más importantes victorias que nos servirá de ejemplo para retratar su severidad, no crueldad, sus dotes como guerrillero y su humanidad cuando ya la severidad era innecesaria. Para ello primero tenemos que referir que, el día 21 de mayo de 1812, un destacamento francés guiado por el comisario afrancesado José Moreno, apresó en Grado del Pico a gran parte de los miembros de la Junta Superior Gubernativa de Burgos y Soria y su escolta, de los cuales tres vocales y un empleado fueron conducidos a Soria donde fueron ejecutados. Merino, consciente de la gravedad de que tal acción quedara sin castigo, por el peligro en el que entonces pondría a todos los pueblos que quedarían inermes ante las represalias francesas, decidió actuar en consecuencia.
El 16 de abril, tuvo noticia de que, 700 polacos de infantería y 40 caballos de Húsares españoles y Lanceros polacos de la guarnición de Aranda de Duero habían salido a recoger provisiones por los pueblos del contorno, y decidió atacarles, lo que hizo en las cercanías de Hontoria de Valdearados, al frente de 600 infantes y 300 caballos, tropas que eran las únicas de las que entonces pudo disponer por ser las que se encontraban en Araúzo de Miel. Merino hizo a los imperiales <<sesenta y tres muertos, 97 heridos, 509 prisioneros, entre ellos un teniente coronel y 11 oficiales”. De los 509 hombres apresados, Merino mandó, según sus propias palabras, <<pasar por las armas 110 prisioneros, detallados en esta forma: 20 por cada vocal de la superior junta, 10 por cada dependiente y soldados que me asesinaron en Aranda, e igual número por el cura de Hontoria de Valdearados, al que habiéndole preso en su casa, mataron en la refriega>>. Reservándose los 12 oficiales, mejor dicho, el jefe y los 11 oficiales, para canjearlos por el comisario Moreno. Dicho canje no se pudo conseguir, respetando entonces, a pesar de sus amenazas, la vida de aquellos 12 hombres. Como decíamos en este relato se resume su valía y forma de actuar. Pero, tal vez, la mayor manipulación sea el haberle reducido a esa etapa de su vida, olvidándose de los 12 años en los que fue sacerdote en Villoviado, manipulando los cuatro años que fue canónigo en la catedral de Valencia e ignorando su lucha en la Campaña Realista o Primera Guerra Carlista.
¿Por qué murió en el exilio y precisamente en Francia?
Como antes decía, una de las mayores tergiversaciones que se ha hecho con Merino, no por los historiadores más importantes claro está, pero sí en el sinfín de pequeñas reseñas biográficas que de él se hicieron, ha sido ignorar su lucha en la Campaña de 1821-23 y la Primera Guerra Carlista. Recordemos que la fractura de España, aunque naturalmente la lucha doctrinal era anterior, se produce con la proclamación de la Constitución de 1812, en la que, en su artículo 3º, se establecía que la <<soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales>>. Ese exclusivamente arrebataba a la Corona su función histórica y lo que es más grave, a la Iglesia su <<auctoritas>>.
El regreso de Fernando VII convirtió en 1814 en papel mojado aquella profunda trasformación, pero los revolucionarios no descansaron y consiguieron, entre otras cosas, gracias a la debilidad del rey, el triunfo de los sublevados en Cabezas de San Juan y la imposición, por la fuerza, de la Constitución de Cádiz en 1820. Muchos fueron los que se sublevaron contra esta situación, entre ellos Jerónimo Merino y a partir de 1821 sostuvieron una nueva guerra, guerra que empezó a decidirse en 1823 con la entrada en España de los llamados <<Cien Miguel Hijos de San Luis>> que combinados con los <<realistas>> españoles, unos 40.000 que formaron el llamado <<Ejército de la Fe>>, consiguiendo derrotar a los revolucionarios.
Merino colaboró entonces con los franceses, porque lo que importaba no era su nacionalidad sino que defendían, y su brigada formó parte de su avance por la derecha, tomando posesión de ciudades como Palencia, Valladolid y Cáceres y obteniendo importantes victorias, como la obtenida precisamente contra los hombres de <<el Empecinado>> en Moraleja el día 9 de junio de 1823. Los revolucionarios más radicales fueron derrotados, pero los <<moderados>> capitalizaron un triunfo que no había sido suyo, consiguiendo sin luchar, a base de conspiraciones e intrigas palaciegas lo que no habían conseguido con las armas.
A la muerte de Fernando VII un nuevo enfrentamiento civil era inevitable. Porque la cuestión carlista era mucho más que una cuestión dinástica, que lo fue, sino también un nuevo enfrentamiento entre esas dos formas de ver el mundo. En torno a D. Carlos se reunirían los defensores de ese Orden Político Cristiano que se resistía a perecer. Y Merino, por supuesto, estuvo entre ellos. Combatió siempre en condiciones especialmente duras en sus sierras y bosques habituales con centro en la comarca de Pinares, pues el grueso del ejército carlista combatía en otros frentes.
Aún así, obtuvo algunas victorias importantes, como la obtenida en Torregalindo el día 25 de julio de 1835 y la conseguida en Tierra Estella el 9 de febrero de 1838, permitiéndose también colaborar al frente de su brigada, en la defensa de Morella junto a Ramón Cabrera, entre el 23 de julio y el 31 de agosto de 1838. La traición de Vergara le llevó al exilio con más de 70 años, pero no olvidemos que en Francia como en España, Merino tenía correligionarios y admiradores, legitimistas franceses y exiliados españoles, de los cuales, un puñado, fueron internados con él en Alençon. Además, siempre tuvo el consuelo de la Religión, pues oía Misa diariamente y el cariño de D. Carlos, pero al fin y al cabo era el exilio para un anciano y la tristeza terminaría por llevarle a la tumba. Hoy en día descansa en España, en Lerma, tras que un grupo de buenos burgaleses encabezados por el carlista José María Codón, consiguiera la repatriación de su cadáver en los años sesenta del siglo pasado.
Javier Navascués Pérez