El P. Augusto Marín analiza la problemática de las enfermedades mentales entre los creyentes
(Una entrevista de Javier Navascués).-
El P. Augusto Marín, sacerdote nicaragüense, es una vocación tardía. Psicólogo de profesión, dejó la consulta para abrazar la vida sacerdotal. Estos conocimientos profesionales le son de gran ayuda para ejercer la paternidad espiritual. Analiza en esta entrevista el tema de las enfermedades mentales entre los creyentes.
¿Cómo los enfermos mentales pueden vivir su compromiso católico?
La fe es la adhesión intelectual a la revelación de Dios, que ha sido confiada a la Santa Madre Iglesia. Cuando hablamos de enfermos mentales, las clasificaciones son numerosas. Pero, preferiría para ser breve y dar un principio general, enfocarme en dos: los enfermos mentales que tienen uso de razón y contacto con la realidad, y los enfermos mentales que no tienen uso de razón y no tienen contacto con la realidad.
Evidentemente, vivir un compromiso católico será posible en cierta medida, según la enfermedad mental que se padezca, y el grado de contacto con la realidad que se tenga.
Sin embargo, siempre es posible compartir la fe católica según las condiciones de salud, y llevar consuelo y esperanza. La oración es fuente sanadora y nunca debe descartarse la frecuencia de los sacramentos y dirección espiritual, cuando esto es posible; sin dejar la ayuda profesional que tenga una perspectiva de fe.
Quizá, como bien dice, sea difícil generalizar al haber tantos tipos de enfermedades mentales y grados de limitación…
Es difícil, pero se requiere para eso un personal profesional y sacerdotes, así como consagrados a la vida religiosa, capacitados en estos temas que puedan hacer un apostolado que no es nuevo. La Iglesia Católica es pionera en la atención a los enfermos y a la construcción de hospitales.
La atención debe ser más integral, no sólo el aspecto psicológico, sino también el espiritual, el biológico, el social. Una visión integral del abordaje terapéutico.
Por supuesto que la fe, y la vida interior según la Santa Madre Iglesia, son fuentes inagotables de sanación y de apoyo a las familias que sufren por seres queridos afectados en su salud mental.
A veces no es fácil la aceptación y puede suscitar sentimientos de rebeldía…
Existe una estigmatización acerca de los problemas de salud mental. Esto es producto de una falta de comprensión antropológica del hombre mismo. Somos alma y cuerpo. Ambos están heridos por el pecado original, y por tanto sufren las consecuencias del pecado original. Por tanto, no podemos creer que sólo a nivel físico habrá enfermedades o desórdenes, sino, también a nivel de las facultades del alma.
La resistencia a aceptar y dejarse ayudar tiene mucho que ver con el ambiente hostil a quienes sufren cualquier tipo de enfermedad mental. Se tiende a ser extremistas en este tema, y pensar que enfermo mental es sólo quien ha perdido contacto con la realidad. Pero, como se ha mencionado anteriormente, las categorías diagnósticas son muchas, con diferencia en frecuencia e intensidad. Y con diferencia en el grado de funcionamiento social de quien está afectado.
¿En qué medida el ofrecimiento voluntario de su enfermedad puede ser un gran medio de santificación?
El sufrimiento es un medio de obtener méritos para el Cielo, cuando lo unimos a la Pasión de Nuestro Señor. No se trata sólo de sufrir por sufrir, o de una especie de masoquismo. Más bien, es aceptar una experiencia humana inevitable que puede asumirse con la ayuda de la fe en Cristo Crucificado, o que puede convertirse en una experiencia de vacío y sin sentido de la vida, para acabar en comportamientos autodestructivos.
Todo sufrimiento ofrecido en unión con la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo se convierte en un sufrimiento que salva y que repara por los males y pecados personales, familiares y mundiales. También es de gran ayuda en sufragio por las benditas ánimas del purgatorio.
Quien sufre, está cercano a Nuestro Señor, Pobre y Crucificado.
¿En qué momento su enfermedad puede ser un atenuante, incluso eximente del pecado?
Cuando la enfermedad incapacita en el ejercicio pleno de las facultades mentales: intelecto, afectividad y voluntad. Si no hay ejercicio de la libertad en un acto, ni de plena conciencia, o advertencia previa, no puede hablarse de pecado.
¿Cómo ha sido la experiencia en el trato con ellos y qué es lo que más les ha edificado?
En toda mi experiencia como psicólogo clínico, antes de ser sacerdote, siempre estuve consciente que la terapia tenía un límite. Gracias a mi formación doctrinal en la fe, pude identificar cuándo el paciente podía ser remitido también a un sacerdote sabio, piadoso y prudente, cualificado para este tipo de casos.
Siendo sacerdote, sigo atendiendo casos clínicos, y ofrezco un abordaje integral: terapia psicológica y proceso de crecimiento espiritual: dirección espiritual, sacramentos, formación y oración.
Esta integración ha ayudado a que los resultados sean más sólidos y a largo plazo, las crisis van disminuyendo en frecuencia e intensidad. Esto lo digo para los casos en los que es posible una atención así.
Evidentemente, hay casos en los que lo único por hacer, es apoyar a la familia.
¿Hasta qué punto se requiere paciencia para tratar con estas personas?
La paciencia es clave porque cada persona es única, y cada uno lleva su propio ritmo. No se puede hacer un abordaje generalizado en estos casos. Así que tampoco podemos establecernos metas que respondan a nuestras expectativas personales, sino, tomar siempre en consideración la realidad del paciente, con todo su entorno; y también, lo que es posible hacer y lo que no es posible hacer.
También es importante ayudarles a sobrellevar su estigma social y su aislamiento…
Esto me recuerda a los que querían apedrear a la mujer adúltera. Nuestro Señor dijo: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Todos se fueron retirando empezando por los más viejos.
Todos tenemos fragilidades mentales, por el simple hecho que todos estamos heridos por las consecuencias del pecado original. El bautismo borró el pecado original, pero sufrimos las consecuencias, que sólo la Gracia puede sanar, con ayuda de la razón, don de Dios.
El estigma es una proyección de una sociedad que no acepta que está herida, vacía existencialmente, y que su proclama de “Dios ha muerto” expulsándolo de la sociedad, ha terminado en una catástrofe de adicciones, rupturas de relaciones humanas, comercialización del ser humano, y aumento de los problemas en la salud mental, admitidos o no.
Las redes de apoyo son esenciales, y los católicos tenemos el gran deber de acoger a los hermanos que sufren distintas enfermedades mentales, así como apoyar a sus familias. Pero este apoyo, debe tener siempre su fuente en Dios, en la fe, en la vida interior, en los sacramentos. No un apoyo humanista filantrópico. Sino, un apoyo fruto de las virtudes teologales fe, esperanza y caridad.
Además, apoyarles con servicios profesionales, teniendo en cuenta el paradigma profesional del psicólogo o psiquiatra: La ciencia debe estar al servicio de la fe, pues recibe de la fe la luz que la eleva a su plenitud.
¿Pueden todos los sacerdotes dirigir a personas con enfermedades mentales o hay que tener un determinado carisma?
Es conocido que no todo sacerdote puede ser director espiritual, sino que se requieren cualidades y aptitudes. Lo mismo en el nombramiento de un exorcista, párroco, etc.
Un sacerdote puede ayudar a personas con enfermedades mentales, pero sabiendo distinguir humildemente sus límites y que posiblemente, necesite dirigir a un profesional de la salud mental de fe católica a la persona enferma, y centrarse en la dimensión espiritual.
El abordaje no puede ser sólo para la persona, sino que tiene que involucrar a la familia. La familia debe ser la primer red de apoyo del enfermo.
¿Ha habido muchos santos que han sufrido estas patologías o tienden a ocultarse los casos?
Por el pecado original, todos, a excepción de María Santísima, la Inmaculada, sufrimos la entrada de la muerte, el sufrimiento, el dolor. Esto hace que la vida de los santos esté marcada también por sufrimientos psíquicos, que quizás por las distintas épocas no recibían la atención que hoy podríamos hacer.
Esto hace meritoria la vida de los santos, porque aún en medio de sufrimientos espirituales, psíquicos, sociales y físicos, han vivido heroicamente las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad.
Todos los que sufren enfermedades mentales están llamados a la santidad, al ofrecimiento de sus padecimientos uniéndolos a la pasión de Cristo. Y recordemos que todos, en alguna medida, sufrimos alguna enfermedad mental, aunque vaya del mínimo al máximo en frecuencia e intensidad. Somos barro en manos el alfarero, y así, Nuestro Señor, con su Gracia y con la ayuda de la razón en la ciencia auténtica que es acompañada de la fe, nos va ayudando en nuestra peregrinación por este mundo.