Don Juan Carlos y el nuevo Orden Mundial en 1995
Lo ocurrido estos días debe ser doblemente importante. ¿Por qué? Primero, porque lo importante en política ocurre ahora, en la estación vacacional de verano. Y segundo, porque sufrimos el fatal coronavirus, que nos aisla, nos hace pasotas por el derrumbe social que implica, y nos paraliza. Por estos dos motivos nos agarraremos con algún temor a la sombrilla playera estando a unos metros de la orilla del mar.
Lo ocurrido es la expulsión -dicho sin eufemismos- de don Juan Carlos de España, su patria y donde está su familia, patria y familia que es lo único que nos queda en el ocaso de la vida antes de iniciar el despegue final. Con todo lo que hemos aguantado a don Juan Carlos durante años, hoy su presencia en España sólo molestará a los deseos de la partitocracia, parte de la cual -añadimos- se conforma con al expulsión pues no puede hacer otra cosa, y otra parte la aplaude con orejas de Dumbo. Ambos postureos están contemplados por la misma sonrisa protectora.
Algo serio pasa o va a pasar. (Insisto: es verano). Hoy nada se mueve en la alta política (aunque sean actos simbólicos) sin que lo quieran las altas instancias globalistas, que marcan la agenda de lo que se debe desear. Por eso, cuando lo que yo llamo Revolución da un paso, no da uno sino dos.
Es muy bueno tener archivos de cosas pasadas. Desde hace tiempo don Juan Carlos sabe que se busca un Gobierno mundial, y no sólo en lo militar. Si existe en lo más -lo militar-, seguro que también existe en lo menos, pues no en vano los Ejércitos necesitan un fuerte apoyo logístico o instrumental.
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No habríamos llegado a la enorme crisis actual sin la crisis de ayer. Don Juan Carlos con motivo de la llamada Pascua Militar del 6-I-1995, decía así:
“España se ha incorporado plenamente al sistema internacional de seguridad colectiva. La idea tradicional de la identidad nacional aislada, que dio origen a las defensas autárquicas orientadas exclusivamente a sostener la integridad del propio espacio de soberanía o a la participación en alianzas coyunturales, ha sido ya superada. Formamos parte de instituciones de seguridad que se basan en los ideales democráticos y en la cooperación entre todos los pueblos para evitar riesgos de conflicto.
Quienes analizan la realidad de nuestros días afirman que estamos entrando en una era en la que el hombre aspira a pertenecer a un mundo único.El camino más fructífero se encuentra, sin duda, en el fortalecimiento del sistema de relaciones internacionales, aunque todavía parezca complicado. Para ello es imprescindible armonizar el viejo concepto de soberanía nacional y el nuevo de un único orden mundial, al igual que en otros tiempos fue necesario conciliar libertad individual y autoridad para construir los Estados.” (Texto íntegro, ABC, sábado 7-I-1995, pág. 19; Web de la Casa Real).
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Parece que si hay un bloque militar común, no habrá conflictos. Este es el primer párrafo, por lo cual y en principio, no sería relevante afirmar simplemente que “La idea tradicional de la identidad nacional (…) ha sido ya superada”. Ahora bien, no es esto lo que origina el deseo de un mundo único sin conflictos, sino al revés, pues es el mito de un mundo único el que origina el fortalecimiento de las relaciones internacionales y un Ejército global y común. De ahí el segundo párrafo, eminentemente político, que no obstante ya está anunciado en los “ideales democráticos y en la cooperación entre todos los pueblos”.
El problema -añadimos- es si queremos ser servidores o no de las altas instancias globalistas. La dinastía legítima siempre quiso cumplir su misión y vivió en el destierro, mientras que don Juan Carlos ha vivido en España hasta que ahora se le ha como desterrado.
Recuerdo las máximas de Alexandr Solzhenitsyn, premio nobel de literatura en 1970: “La mentira caerá por su propio peso si todos nosotros dejamos de apoyarla (11-IV-1975); “(…) ¡la no participación personal en la mentira! Que la mentira lo cubra todo, que lo avasalle todo; pero obstinémonos en lo más pequeño: que domine pero ¡no a través de mí!” (18-II-1974).
Por José Fermín Garralda