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11 de septiembre de 2016 0 /

CTC: 30 años de camino

logo-ctc-en-grises-ladeadoLas conmemoraciones de números redondos tienen un efecto psicológico especial. Invitan al alto en el camino y la reflexión. Si eso es cierto en la vida personal, jalonada de cumpleaños, aún lo es más en la existencia colectiva, de problemáticas coincidencias. Los carlistas, nacidos como tales a la vida pública en 1833, ya estamos acostumbrados a las efemérides, no le damos la importancia que otros menos veteranos les atribuyen. Pero treinta años de una organización política también merece tarta y velitas, en un contexto de depreciación de compromisos y lealtades. Precisamente no es la unidad lo que ha caracterizado la historia del Carlismo. Tal vez por eso ha sido uno de los valores más estimados como deseables. La letra del Oriamendi es reiterativa al respecto: “Todos juntos en unión”. Pero al ser pueblo en armas tras su Rey legítimo antes que partido político, la Causa carlista ha conocido siempre sus banderías. Eso que la modernidad creía haber inventado: el pluralismo interno, de límites poco definidos.
Los que rehicimos lazos de comunicación y amistad que nos llevaron a reemprender el viaje juntos proveníamos todos de anteriores rupturas y escisiones, con sus consiguientes dolores y disgustos. No somos, pues, los carlistas, pese a nuestra mala fama, propensos al gregarismo y a marcar el paso al son del tambor.
¿Quiénes confluyeron en la CTC de 1986?
Aparte de los que iban por libre, nos juntamos entonces seguidores de Unión Carlista, Comunión Católico-Monárquica y Comunión Tradicionalista.
Unión Carlista reunía a los partidarios de la histórica Regencia Nacional Carlista de Estella, fundada en 1958 por don Mauricio de Sivatte. Y contaba con incorporaciones de antiguos miembros de lo que desde 1972 fue oficialmente Partido Carlista y que allí permanecieron hasta que se hartaron de experimentos socialistas autogestionarios. También integraban sus filas parte de los restos del carloctavismo.
Otros antiguos carloctavistas formaban parte de la Comunión Católico Monárquica. Este fue el nombre que la Causa usó en varias ocasiones y que hicieron suyo los partidarios de Don Carlos Pío de Habsburgo Lorena, disidentes ya de Don Alfonso Carlos en 1932 por el enfoque que éste daba al problema sucesorio. Pero el nexo común de esta nueva Comunión Católico Monárquica fue el liderazgo intelectual del Profesor Francisco Elías de Tejada. Y el motivo de aparecer en el escenario político fue su discrepancia con el modo elegido por la Comunión Tradicionalista de Don Sixto de acceder a la legalización, presentados por D. José María de Oriol y D. José Luis Zamanillo, históricos dirigentes de la Junta Carlista de Guerra, pero que en 1976  habían pasado ya por Estoril y La Zarzuela, respectivamente.
El tercer grupo, teóricamente el más numeroso, era la Comunión Tradicionalista. El nombre pretendía establecer continuidad con la organización oficial que en 1972 (Congreso del Pueblo Carlista, Arbonne) lo había cambiado por el de Partido Carlista, en abierto desafío a la legalidad franquista. Fue adoptado por los “Jefes Naturales del Requeté” encabezados por José Arturo Márquez de Prado, proclamaron Abanderado a Don Sixto Enrique de Borbón Parma, en 1975 y éste constituyó una Junta de Gobierno presidida por  D. Juan Sáenz Díez. Diferencias internas, a partir de la preparación y desarrollo del Montejurra de 1976, llevaron a un distanciamiento con el Abanderado y al discreto alejamiento de éste, dos años después.
Los tres grupos buscaron la unidad a lo largo de unos ocho años. Tenían en común un ideario  básico, como patrimonio positivo, y una orfandad dinástica, como factor negativo. No fue fácil el proceso de acercamiento, pero el tesón de sus propiciadores pudo más que los prejuicios y las desconfianzas. De ahí que, “congeladas” las preferencias dinásticas, fuera posible llegar, en 1986, a un acuerdo en el Congreso de El Escorial. Allí nació –renació a efectos legales- la Comunión Tradicionalista Carlista. Tuve el inmerecido honor de redactar el comunicado que anunciaba la confluencia de los tres grupos en una sola formación. Y formé parte de la primera Junta de Gobierno presidida por Miguel Garísoain Fernández. Aquellas vivencias quedaron impresas en lo más profundo de mi corazón.
Una de las anécdotas de aquella etapa, expresiva de la peculiar psicología de los carlistas dispersos y convergentes, la protagonizó Camilo Menéndez Vives, que había alcanzado notoriedad a raíz de sus choques con el Teniente General Gutiérrez Mellado, Vicepresidente del Gobierno de Adolfo Suárez. La CTC ofreció a Menéndez una plaza como Consejero Nacional. El marino declinó el nombramiento porque se declaró incapaz de comprometerse a una disciplina de partido ya que no la había mantenido respecto a la jerarquía del Ejército de la que dependía su nómina.
En efecto, la tranquilidad no ha sido la tónica de la singladura de la CTC. Las peculiaridades, los personalismos, las añoranzas del gueto, los maximalismos doctrinales, la esterilidad electoral, la inseguridad del espacio político… han sido factores limitantes de la vitalidad de la empresa reconstituida en 1986.
A pesar de todo, la CTC ha cumplido –está cumpliendo- su misión. Los relevos generacionales se han ido sucediendo en sus cuadros de mando. La militancia no se ha renovado biológicamente lo suficiente para asegurar su supervivencia. Pero, contra todo lo previsible, la vitalidad de su juventud, siempre contrapuesta por definición a la generación precedente, permite albergar esperanza. Sus estructuras organizativas más consolidadas – los campamentos Cruz de Borgoña – han provisto más plaza en seminarios y conventos que en candidaturas y juntas. Algo habrá que revisar.
Sus pronunciamientos sobre el contexto político se han caracterizado por su equilibrio y mesura, dentro de una clara ortodoxia tradicionalista. Esa ubicación ideológica condiciona su estrategia. No es fácil la convivencia con el cambio de paradigma de la brújula vaticana. Como tampoco es sencillo conservar la teoría monárquica legitimista sin un referente de carne y hueso.
Pero el análisis de estas aparentes aporías nos lleva a temática más allá del espacio disponible y de la paciencia del lector. Queda pendiente.
José Miguel Orts es Consejero nacional de la CTC.
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