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30 de enero de 2019 0

Cruda realidad / Axiomas políticos para 2019

Lo suyo hoy sería que hiciera un resumen del año que ha terminado, pero me aburre hasta el infinito mirar atrás; o una serie de predicciones para el que empieza, pero el riesgo es demasiado grande y no me la juego. Haré algo parecido a esto último: una serie de axiomas políticos para entender nuestro tiempo y, por tanto, el que llega.

De izquierda a derecha: Pablo Iglesias (Podemos); Pedro Sánchez (PSOE); Albert Rivera (Ciudadanos); Pablo Casado (PP); Santiago Abascal (VOX).

El socialista español que fuera secretario general de la OTAN, Javier Solana, ha calificado a Vox de “extremísima derecha”, prueba de que se les acaban los conjuros y de que el año que empieza lo hace con un ataque de histerismo muy prometedor.

Lo suyo hoy sería que hiciera un resumen del año que ha terminado, pero me aburre hasta el infinito mirar atrás; o una serie de predicciones para el que empieza, pero el riesgo es demasiado grande y no me la juego. Haré algo parecido a esto último: una serie de axiomas políticos para entender nuestro tiempo y, por tanto, el que llega.

– El espectro político es un segmento en el que el partido más a la derecha es siempre ultraderecha/extrema derecha, no importa lo cerca que esté del centro.

Ciudadanos –¡Ciudadanos!– es tachado en Cataluña de ultranacionalista español, hasta ‘falangista’ pese a que no hay otro más deseoso de diluir la nacionalidad española en la ‘europea’ (las comillas tienen sentido, porque esa nacionalidad no existe), hasta el punto de proponer para la alcaldía de Barcelona a un ex primer ministro socialista francés. El PP, naturalmente, era ultraderecha hace nada, justo hasta la aparición de Vox en las andaluzas como un partido con posibilidades. Vox es, en palabras de Solana, “extremísima” derecha, aunque su ideario no difiera sensiblemente del de un PP de hace veinte años.

– El partido considerado más a la derecha -ultraderecha, por definición- es el Lobo Alfa de la democracia, y todos los demás partidos del espectro se unen siquiera retóricamente contra él.

Hace algún tiempo los etólogos descubrieron que en las manadas de lobos había un ‘cargo’ común a todas ellas e imprescindible para la cohesión del grupo: el Lobo Omega. Es el que come el último, el que todos maltratan, el que descarga los malos humores de los demás miembros. Eso es, en la democracia española, el partido más a la derecha entre los que cuentan con posibilidades electorales.

De otro modo sería inexplicable que un partido que ha sufrido el cordón sanitario al que sometieron al PP -¿recuerdan el Pacto del Tinell?-, o que Ciudadanos, que ha sido efectiva y duraderamente ninguneado por el PP y los otros, renueven la idea de cuarentena política con Vox.

Si mañana, no sé, la Comunión Tradicionalista Carlista empezara a crecer con fuerza en las encuestas, Vox pasaría inmediatamente a ser ‘moderado’, ‘constitucionalista’
En mi enunciado he añadido, claro, el adverbio ‘retóricamente’. Todos se unen para alertar del ‘peligro’ que supone para la democracia el nuevo partido, todos los tratan públicamente como apestado… Pero luego la praxis de gobierno es otra cosa y, si hay que pactar, se pacta, como en Andalucía.

– En la izquierda no hay extremo, ninguna política de izquierdas, por disparatada que suene, supone ‘un peligro para la democracia’ y los demás partidos de izquierdas nunca la condenan en enmienda a la totalidad, sino solo como rival a la caza del voto.

Podemos irrumpió en la vida política como tercer partido en el Congreso con ideas francamente extremas, desde un referéndum para instaurar la república hasta un modelo federal en lo territorial, pasando por una retórica de defensa de terroristas e inspiración en los regímenes más atroces de nuestra era.

Naturalmente, se le atacó. Todos los partidos tienen que atacar a todos los demás para diferenciarse y ganar votos; pero no hubo ni atisbo de cuarentena, cordón sanitario ni nada por el estilo. No hay enemigos en la izquierda es el lema de la izquierda, igual que el de la derecha es que la izquierda es enemigo, pero no tanto como cualquier otra derecha.

Derecha es todo lo que no es izquierda, un absurdo cajón de sastre donde coexisten ideologías que desean la desaparición del Estado con otras que quieren un Estado fuerte y omnímodo
– Sin cambiar un ápice su programa, el partido de ultraderecha se vuelve ‘moderado’ si surge otro partido con escaños o posibilidades de escaños a su derecha.

Si mañana, no sé, la Comunión Tradicionalista Carlista empezara a crecer con fuerza en las encuestas, Vox pasaría inmediatamente a ser ‘moderado’, ‘constitucionalista’, ‘un partido con el que se puede negociar’. En definitiva, ‘uno de los nuestros’. Esto es corolario del segundo axioma, porque no puede haber dos lobos omega y porque el modo que tiene la derecha de ganar legitimidad es denunciando a una derecha más derecha.

– ‘Derecha’ es un exónimo e ‘izquierda’, un endónimo; es decir, es la izquierda la que decide las etiquetas.

Uno puede tener las ideas políticas más acordes que se pueda imaginar, que será de derechas oficialmente si así lo decide la izquierda asentada, la oficial. Y derecha es todo lo que no es izquierda, un absurdo cajón de sastre donde coexisten ideologías que desean la desaparición del Estado con otras que quieren un Estado fuerte y omnímodo; los que suspiran por la desaparición de las fronteras y los que quieren blindarlas.

– El esquema bidimensional de izquierda y derecha es totalmente absurdo e inútil y solo se conserva porque interesa propagandísticamente a la ideología agrupada en la izquierda.

Corolario de lo anterior, es evidente que el esquema izquierda-derecha, que nunca fue gran cosa para definir la posición en el espectro político, tiene hoy menos sentido que nunca. Mirar lo que se ha considerado izquierda y derecha a lo largo de la accidentada historia de esta taxonomía da idea de que la debimos jubilar hace al menos un siglo.

El mecanismo democrático elemental -el voto-, ha pasado de ser el fetiche de los unos a convertirse en su maldición; oiremos cada vez más a menudo el mantra de “democracia no es votar”
Pero la izquierda -el grupo que se da a sí mismo el nombre de izquierda, y reparte las etiquetas- ha logrado dotar a la palabra de tal connotación positiva, a amantes de la justicia y representantes de las ansias del pueblo, que no va a renunciar al esquema fácilmente, aunque se les haga pedazos entre las manos.

– La batalla ideológica de nuestro tiempo no enfrenta a izquierda y derecha, al menos en su sentido clásico, sino a gente de alguna parte contra gente de cualquier parte.

Toda sociedad, toda civilización, toda comunidad política a lo largo de la historia ha tenido dos grupos absolutamente imprescindibles: los que se quedan y los que salen fuera. Sin los que salen fuera, la sociedad en cuestión se aislaría, se anquilosaría, se empobrecería, dejaría de beneficiarse con los intercambios con otros, tanto humanos como económicos, culturales o ideológicos.

Pero sin los segundos, no hay sociedad, no hay raíces ni identidad, no hay cultura propia, nada se costruye ni existe vínculo que una a la comunidad. Imagínese una catedral gótica, ejemplo obvio de logro cultural. Los que se mueven han aportado ideas y diseños y técnicas y estilos que se aplican en otras tierras; pero sin los que se quedan no hay siquiera motivación para levantarla.

Hasta hace relativamente poco tiempo -en términos históricos-, los que se quedan han sido una abrumadora mayoría y los que se mueven, una minoría, y el control social lo han tenido los primeros. Eso ha cambiado, y los que se mueven, esos que tienden a ser ‘gente de cualquier parte’, ha iniciado una guerra sin cuartel contra los que se quedan, la ‘gente de alguna parte’.

La izquierda clásica ya no existe; los que retienen ese título han abandonado al proletariado real por una confederación de ‘oprimidos’ autodesignados a los que se aplica el viejo esquema marxista
Y ese es el enfrentamiento que define nuestro tiempo. Por eso entre los unos y entre los otros hay una derecha y -en menor medida-, una izquierda.

– En este enfrentamiento, el mecanismo democrático elemental -el voto-, ha pasado de ser el fetiche de los unos a convertirse en su maldición; oiremos cada vez más a menudo el mantra de “democracia no es votar”.

La ‘gente de cualquier parte’, por definición, nunca puede ser una mayoría, y aunque es evidente que en sus filas están los financieros internacionales, las multinacionales, los grupos mediáticos y el mundo de la cultura (estos dos últimos, sencillamente, porque tienen que comer y lo lógico es que representen a quienes tienen más dinero), lo que les da un poder enorme, la ‘gente de alguna parte’ tiene los números.

La idea es que la ‘gente de alguna parte’ puede ser convencida por un diluvio propagandístico desde todos los frentes, a todas horas y todos los días. Pero la realidad acaba imponiéndose a cualquier propaganda, y el instinto de supervivencia está haciendo reaccionar a muchos, lo que se traduce en victorias en las urnas, desde el denostadísimo Brexit y la victoria electoral de Donald Trump hasta, ahora mismo, la irrupción de Vox o el triunfo en Brasil de Bolsonaro.

En la Unión Europea han sido especialmente hábiles eludiendo las urnas para consolidar su proceso hacia un megaestado, prohibiendo referenda u obligando a repetirlos. Pero la impresión general es innegable: nuestros mandarines cada vez odian y temen más el voto.

– La izquierda clásica ya no existe; los que retienen ese título han abandonado al proletariado real -la clase trabajadora, el asalariado- por una confederación de ‘oprimidos’ autodesignados a los que se aplica el viejo esquema marxista.

Lo hemos contado mil veces y es quizá el fenómeno más llamativo y, en proporción a su importancia, menos descrito de la evolución política reciente. La izquierda, viendo que el proletariado fabril no evolucionaba como preveía Marx y dejaba de crecer y depauperarse -y, sobre todo, de votarles-, ha recurrido a otros ‘sucedáneos de proletariado’: las mujeres, los homosexuales y transexuales, los indígenas, las razas no blancas, los inmigrantes, los musulmanes, los animales y la propia naturaleza.

El progresismo, que se presenta siempre como oposición y revuelta, ganó la guerra cultural hace décadas, y su poder es omnímodo y absoluto. Por eso solo puede caer
El problema es que, en este proceso, no se han limitado a ignorar al obrero de toda la vida, sino que se han empezado a oponer activamente a todo lo que este valora y defiende. ¿Cuál hay en todas estas causas marginales que la clase obrera pueda respaldar con más entusiasmo que la clase alta? Peligrosa pregunta que pocos se plantean.

– Es imposible aplicar una política a contrapelo de la cultura. Gramsci era un visionario: si cambias la cultura, si la conquistas, gobernarás aunque sea con las siglas de tus contrarios.
Otro de nuestros clásicos. Cultura es, grosso modo, lo que nos enseña qué es bueno y qué es malo, qué nos debe gustar y qué nos debe aborrecer. No funciona por argumentación racional, sino por asociación y repetición.

En ese sentido, Vox es y no es inútil al mismo tiempo. Si mañana obtuviera un mandato para formar gobierno, no podría aplicar, sencillamente, un programa que fuera en contra de la cultura. Es imposible, porque tendría en contra a todo el ‘Estado profundo’ de la Administración permanente, a los representantes ‘oficiales’ de la cultura, al mundo de la enseñanza, a los medios, a los grandes empresarios.

Por otra parte, su propio ascenso sería prueba de un cambio cultural, que podría colaborar a sostener y desarrollar. Porque el poder político es solo consecuencia del cultural, pero puede actuar sobre este.

El progresismo contiene en sí mismo las dos semillas de su propia destrucción: que se opone a la naturaleza humana y que depende de la lealtad y el apoyo de tribus de víctimas con intereses incompatibles
De hecho, ¿cuál ha sido el gran logro de Trump? No ha puesto ni un solo ladrillo de ese muro que le dio la victoria, y cada paso que da choca con la oposición cerrada de todos los poderes fácticos. ¿Entonces? Entonces la principal consecuencia es que quienes dieron la victoria a Trump se han envalentonado, saben que no están solos ni son pocos; Trump en la Casa Blanca les da ‘permiso’ para expresarse más libremente.

– El progresismo, que se presenta siempre como oposición y revuelta, ganó la guerra cultural hace décadas, y su poder es omnímodo y absoluto. Por eso solo puede caer.

Miren a su alrededor, cualquier cosa desde la publicidad comercial a los editoriales de la prensa o el contenido de un libro de texto. Comparen todo eso con lo que era hace veinte, treinta años. Miren, por ejemplo, cine clásico -casi inhallable en las plataformas digitales, por cierto, como una ayuda a la amnesia- o lean literatura de otra época, no necesariamente lejana.

Advertirá que el mensaje progresista es omnímodo y omnipresente, casi opresivo. La derecha oficial lo ha adoptado, incluso, pero eso mismo es indicio de que ya solo puede ir a menos. Sí, quizá el final esté aún lejísimos, pero no puede ir mucho más allá.

– El progresismo es necesariamente elitista, representa siempre el pensamiento de la clase cultural y económicamente dominante

– El progresismo/pensamiento único no va a ser derrotado por su oposición, débil y desorganizada, sino por la realidad

– El progresismo contiene en sí mismo las dos semillas de su propia destrucción: que se opone a la naturaleza humana (y a la naturaleza, en general) y que depende de la lealtad y el apoyo de tribus de víctimas con intereses incompatibles.

Y no, no va a ser una ‘derecha’ vaciada de contenido la que venza a este pensamiento único: morirá por implosión. Demasiadas de sus premisas son incompatibles con la viabilidad de las sociedades humanas, como estamos viendo en las alarmantes tasas de natalidad occidentales. Enfrentar a hombres y mujeres, borrar las diferencias entre los sexos y banalizarlos,promover el hedonismo consumista y cortoplacista, negar los apegos humanos a lo propio y familiar… Nada de esto puede durar indefinidamente.

Por otro lado, las ‘tribus’ de víctimas que pastorean solo están unidas por su odio al que ven como grupo dominante y a su deseo de arrebatarle cuotas de poder y dinero. Pero cuando ambas mercancías empiecen a escasear -y ya lo hacen-, inevitablemente se volverán unos contra otros. ¿Qué tiene que ver los intereses de un musulmán con los de una mujer blanca o un homosexual? ¿Por qué van a querer lo mismo un animalista y un inmigrante?

Fuera de carta, les ofrezco mi intuición de que estos axiomas se van a hacer especialmente en el año que empieza, que les deseo muy feliz a todos mis lectores.

Un artículo publicado en www.actuall.com 

Por: Candela Sande

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