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10 de octubre de 2025 0 /

Carácter y élites

Carácter y élites
(Por Manuel Gutiérrez Algaba )–

El otro día en uno de los canales que sigo en Telegram, Perfil Falso, de Enrique Delgado, pues decía que las naciones sin carácter están perdidas; no importa que una nación sea rica o pobre sino que conserve su carácter.Como siempre, y como sucede con innumerables canales, el influencer diagnostica, hunde la moral, pero no da ninguna solución. Yo, como si quiero darle la vuelta al marcador, he estado pensado sobre el carácter.

La verdad que muchas veces yo la situación actual la he achacado al egoísmo, a la falta de fé, a la influencia del materialismo, incluso a un catolicismo muy mal entendido, nunca al carácter. He empezado a tirar de mis conocimientos de historia y de mis interpretaciones de cosas pasadas y presentes y llegado a este revoltijo, que va a usted a leer, si tiene paciencia, tiempo y batería en el móvil.

El carácter es, bajo mi entender, lo que tiene un toro bravo en la plaza. Es esa capacidad de embestir y cornear cuando la situación no le convence y así le dicta su naturaleza. Una persona no es un toro, pero está claro que una persona sin carácter es manipulable, ñoña, insulsa, indiferente, pasiva ante las amenazas. También está claro que en algún momento del pasado los españoles tuvimos carácter. El carlismo antiguo fue una muestra de ese carácter, de esa necesidad de embestir cuando algo es inaceptable. Ahora nos tragamos todo, por muy inaceptable que sea, incluso la gente de valores y principios, incluso docta en el carácter pasado.

La verdad es que la plétora de cambios que han ocurrido en los últimos ciento cincuenta años es tan grande que es casi imposible determinar que factores fueron los determinantes para que desapareciera el carácter en la nación española; aunque, un momento, realmente todavía quedan españoles de carácter, es cierto, son muy pocas, casi ninguna. Me refiero a quienes han estado militando en grupos patriotas antisistema, y no me refiero solo al carlismo, que también, por supuesto.

El carlismo, como todos los grupos patriotas, tienen su especificidad, su personalidad muy marcada. En primer lugar, el carlismo es muy complejo, mucho, muy rico en matices, en historia, en aproximaciones, en vertientes. Hay carlistas por herencia, por admiración, por erudición, por catolicismo, y todas las combinaciones que a uno se le ocurra entre todas estas aproximaciones. Antiguamente, creo yo, los carlistas eran carlistas por carácter, el carlismo no fue otra cosa, en los orígenes, que catolicismo con bravura, catolicismo eterno, el de Don Pelayo, el del Cid. Ahora se estila otro catolicismo más irracional entre milagrero y esperacionista-ejemplista — se espera que con el mero ejemplo el catolicismo se extienda. Yo, como vengo de la rama ultra-racional se me hace imposible comulgar con catolicismos irracionales, lo siento. Comprendo que la irracionalidad y la sensiblería son muy bonitas y atrayentes, pero yo soy así de cafre, a mi me gusta la lógica. No hay lógica en no hacer nada y pedirle a Dios que lo haga por ti todo, lo siento.

Pero volviendo al carácter, el carlismo actual de hoy es un sitio no ejemplificante del carácter. La verdad es que en el sector patriota, en general, tampoco hay mucha gente “embistiendo”. El grueso de la gente patriota está en un estado de bibliofilia y de modernismo relativista. No hay grupo patriota que tenga sus editoriales de cabecera y sus temas recurrentes que exploran hasta la extenuación y más allá. En la lectura de libros parece que tampoco reside el carácter. Sin embargo, muchos de los bibliófilos si tienen “carácter”, muchos son militares, vigilantes de seguridad, de otras profesiones de riesgo. Hablo de muy pocos, siempre. En el carlismo, específicamente, también hay militares, policías, por supuesto, pero el carlismo, como el catolicismo, es más universal y hay muchos estudiantes, muchísimos empresarios.

En el sector patriota, en la admisión de nuevos miembros, a veces, se hacen actividades físicas, desde las tranquilas, como paseos, acampadas, hasta algunas menos tranquilas, como entrenamientos de lucha. ¿Es eso carácter? No digo que esté mal, ni que sea mala idea, pero eso no es exactamente la “cornada”. La “cornada” es la “cornada”, ¿Y cuál es la cornada? Alguno dirá que la “cornada” es sobrevivir y “Cabalgar el tigre”, una idea de Julius Evola, un fantástico escritor fantástico, pero no de mi “rama” racionalista, porque “cabalgar” puede ser estar en el sofá leyendo un libro, es lo que tienen las alegorías y la metáforas, que pueden aterrizar en cualquier lado, hasta en el sofá. También mucha propaganda patriota es autorrefenciada, autoentendible o excluyo-entendible, es decir, solo asimilable y digerible por los propios patriotas, con lo que se convierte en propaganda no-propaganda, porque no propaga nada, solo afirma la propiedad identidad patriota y muy, muy, muy poco más.

La “cornada” tiene que ser algo que “moleste”, una cornada, como mínimo, es una cosa que molesta. ¿Y qué molesta al sistema? Lo mínimo mínimo que podría molestar al sistema es que le desmontásemos su sistema de mentiras y miedos, es decir, la lucha cultural. Eso podría llegar a cornadita. Entonces, el carácter es realizar alguna acción molesta, al menos. Pero eso no explica porque la gente ahora no tiene carácter. Ni tampoco explica porque las acciones patriotas, hasta las más castigadas y enjuiciadas, que muchas veces son unas simples declaraciones, o una mini concentración y unas voces, o cosas así, parecen hacer tan poco daño, aunque parezcan amagos de cornadas. De hecho, el sistema tiene tanto miedo, que más de una vez ha sobrerreaccionado ante amagos de cornadas culturales.

Quizá ahora, en el mundo moderno, hemos perdido habilidades por nuestra educación sintética, digital y académica. Hace cuarenta años los niños jugaban en la calle, y además sin supervisión, ni reglas, y, a veces, con suerte, en entornos semi urbanos o camperos. Los niños aprendían a pescar, a tirar piedras, a perseguir perros, a huir de los perros, a hacer fogatas, a romper ladrillos, a tirar la lima, a ir a coger fruta, e infinidad de actividades. Muchas de esas actividades sino ilegales eran al menos transgresoras, o se definían reglas, para luego incumplirlas. Cada una de esas actividades, implicaba plantearse un objetivo real, con limitaciones reales, asumir las consecuencias reales y ajustar, y cierto grado de competición, es decir, cierto grado de rebelión frente a los otros.

De todos modos, el sistema no es lo mismo que unos niños que te están tirando piedras. Y ahora hay niños que van al karate. ¿Es lo mismo la briega institucionalizada, enclaustrada y reglada que la briega tentativa y con pocas reglas ? Con esto no digo que el karate sea malo, en absoluto. También, en el franquismo hubo muchísimos años de niños callejeros y el régimen duró cuarenta años y no creó una generación de españoles con carácter, más bien lo contrario. El estado moderno policial, que en España tuvo como exponente a Franco, dejaba bien a las claras que los esclavos– ni ciudadanos ni compatriotas– sólo tenían dos opciones la sumisión absoluta a todas las normas o la cárcel, la ruina y la muerte. El estado moderno policial democrático es exactamente idéntico al franquista, y, casi con las mismas tendencias a la reducción monótona de más y más libertades, y, sobre todo, a anular el carácter de sus ciudadanos, la tendencia a hacer de sus compatriotas esclavos, hasta el punto de ser sustituibles por otros esclavos de otras partes del mundo.

En el proceso de esclavización agudizada o terminal, la digitalización, la informática y los medios de comunicación han conseguido que la gente no se reúna en plazas, que no hable, que no dialogue, y si lo hace que se enfrente entre ella por querellas absurdas como izquierda y derecha, Betis o Sevilla, lo que roba uno o lo que roba otro. En 1946, la BBC empezó a regalar radios a los ingleses, que hasta la fecha se reunían a hablar entre vecinos, sí ha leído bien, ingleses siendo sociales. Nadie regala nada. La televisión consiguió sacar de la calle a los niños y aislarlos. Y ahora con los móviles el aislamiento es perfecto, ya que aunque estén próximos físicamente, el niño, o el adulto está con el móvil. Sin duda, los medios de comunicación y las redes sociales y todo lo virtual va en contra del “carácter”, de la capacidad de cornear.

Siempre que hay confusión en algo moderno, hay que acudir a los clásicos, por eso también han ido prohibiéndolos. Vamos al principio, a la Odisea y la Íliada. Pues no sé quien da más cornadas, si Ulises, por partida doble, Aquiles o Héctor. ¡Qué extraño! La obra literaria de cabecera de todo un pueblo y va sobre el carácter, sobre la lucha, sobre vencer dificultades, sobre desafiar a los dioses, si hace falta. Aquí algo no cuadra, ¿ por qué iban a mantener una obra tan “revolucionaria” los antiguos? Los espartanos, quizá, eran los más famosos por su carácter, de hecho, su carácter era muy especial, hasta el punto de acuñar el término “lacónico”. La educación espartiata de los niños era, en si misma, un desafío tras otro, una cornada tras otra, muchas veces hasta literales, iba desde robar hasta matar. La cuestión es que al final cualquier ciudadano espartiata podía ser elegido rey, estaba más que preparado. También es cierto que los espartiatas eran algo así como el diez o cinco por ciento de los “espartanos”, la mayoría eran esclavos, hilotas. Así que la educación en carácter es para la élite. Ahora sí cuadra. La actividad genera élites, la élite prohibe a los esclavos actividades que desarrollen el carácter, el estado moderno policial no es más que una herramienta de una élite, como siempre.

Yo he prometido “arreglar” el problema, no solo diagnosticarlo. ¿Sería una amenaza al sistema, una cornada, un forjador de carácter, presentar una queja en un registro para que bien el funcionario, bien el sistema viese nuestra disconformidad de esclavos ? Ya, ya, ya, sé que tanto el funcionario, como el espartiata de hoy en día se estará partiendo de la risa con nuestra ridícula acción. Ese “quejismo”, o “suplicacionismo” ( de hecho así se ponía en las instancias no hace mucho) es fomentado por algunos “influencers”, y como explico en mi libro, estos influencers no son más que una parte del ejercito policial del sistema.

En la sociedad espartana, se temía, con razón, que los hilotas, los esclavos, cuchichearan entre ellos y, por supuesto, que dijesen algo en contra de ellos. Ese acto era el comienzo de una rebelión. Es la hegemonía cultural de toda la vida. En la sociedad de hoy, las élites tienen terror de que cuchicheemos entre nosotros, que osemos a mover la cabeza como si fuéramos a dar la cornada. Por cierto, para eso inventaron las redes sociales, no para que nosotros seamos ni más felices, ni más comunicados, ni para que difundiendo-difundiendo llegásemos a ninguna parte. La élite quiere saber que cuchicheamos, y sobre todo, quiere que si hablemos lo hagamos delante de ella, en la red social, y humillándonos, aceptando su omnipresencia y omnisciencia. No quiere que hablemos en la calle, y si hablamos tenemos que ir al estado policial a declararlo, y en toda manifestación debe levantarse acta sobre lo que hablan los esclavos, y el esclavo debe saber que está vigilado, que está tasado y que no se le permite ninguna traza de carácter.

“Qué mal”, dirá alguno; “qué triste”, dirá otro; “que amargante”, dirá otro, feliz con su libro de Marcelo Gullo sobre la sustitución étnica. Pero la solución sí está clara: es la acción furtiva cultural corrosiva, la acción tan inane que no puede ser detenida pero tan ubicua y repetible, multiplicable, extensible, que puede en el límite, hacer que el cero por infinito resulte en un millón, o dos millones, de personas con carácter, como digo en otro artículo mío anterior. La acción es la octavilla, es el cartel aquí y allá, es la calle, es la rebelión personal que forja el carácter del esclavo que lo dignifica y lo iguala a las élites. Élites, Octavillas y Dios. Siempre Dios, porque Él es el alfa y el omega, el porqué que nos obliga a ser dignos y para quién merece que se seamos dignos.

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