Banderas del Palacio de Loredán. Nuevo libro de Íñigo Pérez de Rada Cavanilles
(Por José Fermín Garralda)-
Íñigo Pérez de Rada Cavanilles, Banderas del Palacio de Loredán. El legendario museo que Carlos VII de Borbón formó en Venecia, Sevilla, Campomanes Editores, 2ª ed. (corregida y aumentada), 2024, 563 páginas. Colección: “Pensamiento y tradición”. Idioma: Español. Materia: Historia, vexilología, Carlismo. Encuadernación Cartoné. Papel couché. Profusamente ilustrado. Dimensiones: 30 x 21’5 x 3’5 cm. 2’3 kg. ISBN: 978-84-125224-8-8. Precio: 68 euros (incluidos gastos de envío por correos express). Por la red: Campomanes editores. También Tienda carlista: 34 667 07 18 59
El vexilólogo, historiador y economista don Íñigo Pérez de Rada, ofrece al gran público -especialista o no-, la segunda edición de lujo, corregida y aumentada –la primera en 2023-, de su muy importante libro sobre las banderas custodiadas por don Carlos VII de Borbón en el palacio de Loredán en Venecia, la ciudad bañada en luz dorada de los pintores. El historiador debe estar muy agradecido por el trabajo serio y prolongado del autor, y por el enorme y desinteresado esfuerzo invertido en su investigación.
Miembro de la Sociedad Española de Vexilología (SEV), Íñigo Pérez de Rada ha publicado numerosos artículos sobre banderas en el boletín de la SEV, así como en la revista “Aportes. Revista de Historia Contemporánea”. También es autor del libro Navarra en Guerra. Banderas, trofeos de guerra y otros recuerdos de los Tercios de Requetés y Divisiones de Navarra en la Guerra civil Española (Madrid, 2004, 135 pp.). Durante años mantiene el museo de Tabar (Navarra) de la Fundación Jaureguízar, como exponente artístico del coleccionismo, llevado a cabo por su ilustre familia durante siglos, para salvaguardar las obras de arte y ampliar la oferta cultural en el milenario Reyno de Navarra.
Con un proceder lógico, el autor se centra en el egregio y legendario Carlos VII de Borbón y Austria-Este (1848-1909) de la rama carlista. A continuación analiza el interior del palacio veneciano de Loredán, donde aquel vivió en su destierro y custodió las banderas, banderines y otros objetos atesorados, culminando su detenida catalogación como centro de un hermoso libro que muestra una perfecta unidad.
El vexilólogo Íñigo Pérez de Rada ha superado con creces las enormes dificultades prácticas que sin duda han conllevado el presente catálogo y amplia investigación. Son las dificultades propias de la búsqueda de numerosísimas fuentes de todo tipo; de la descripción y catalogación de banderas, banderines y otros objetos, y a veces de trabajos de restauración a su propia costa; y del tratamiento de fuentes de archivo, de hemeroteca y otras fuentes secundarias impresas. Diversos motivos, entre ellos reconocer el sentido profundamente humano y político de los objetos catalogados, han hecho que él haya sido el investigador más indicado para efectuar con éxito este hermoso catálogo.
Este precioso libro está presentado por cuatro autores: el conde Helmwig Wurmbrand-Stuppach, el vexilólogo catalogador del Museo del Ejército Luis Sorando Muzás, quien esto escribe como doctor en Historia, y Ludwig Nolte Blanquet. La obra consta de seis capítulos –el primero y sexto abarcan más de la mitad de sus páginas-, tres apéndices y una amplia relación bibliográfica, de hemeroteca y archivo.
El primer capítulo es la parte más extensa del libro: “Las banderas del palacio de Loredán, orgullo de un Rey en el exilio” (p. 37-240). Para cualquier lector resultará interesantísimo, pues permite saborear los principales acontecimientos de la vida de don Carlos desde su nacimiento hasta que fallece en 1909, los preparativos y guerra de 1872-76, sus viajes, diferentes asuntos de familia, la celebración de su onomástica, cómo eran su esposa doña Margarita y –tras el fallecimiento de ésta, el “ángel de la caridad”- su segunda esposa doña Berta, el Congreso antimasónico de Trento, su relación con Pío X, diferentes actos y documentos públicos de gobierno desde el exilio, y su testamento político y vital.
En éste capítulo inicial, el autor también nos ofrece por extenso muchos testimonios impresos de los viajeros que visitaron a don Carlos en el palacio de Loredán, fuesen leales de España y Francia –recordemos que fue reconocido como rey por los legitimistas franceses-, amigos, curiosos e incluso españoles contrarios a lo que él significaba, fuesen pueblo en general, periodistas, escritores, políticos, invitados de cortesía, o bien otros príncipes y monarcas.
El autor evita la mera acumulación de los testimonios en fuentes impresas, que explica y recoge por extenso para deleite del lector. A través de ellas, el lector puede situar en su contexto a don Carlos y su familia, el palacio que habitaba, y sobre todo dar vida a las banderas y objetos catalogados. El lector agradece la reunión de tales textos para evitar que sean ignorados, para su fácil consulta si es historiador, y sin duda como recreo y solaz.
Citemos, sin ánimo de ser exhaustivos, como visitantes que ofrecen su testimonio, al futuro conde de Romanones, a José Ortega y Munilla, la escritora Emilia Pardo Bazán, Antonio de Vildósola, Suárez de Urbina, Francisco Cavero, Elío, Carlos Calderón, el príncipe de Valori, Luis Mª de Llauder, el príncipe Salvador de Itúrbide, lord Bertram Ashburnham, los reyes de Rumanía, la que fue emperatriz Eugenia de Montijo, Claude Champion, Jaime Quiroga, Carlos Puget, Luis Bonafux, Idelfonso Muñiz Blanco, el marqués de Santa Cara, Martínez-Vallejos… Ahí están la entrevista que el diario “Le Français” hace a don Carlos, la crónica del periódico australiano “Town and Country Journal”, el artículo de Soiza Reilly en la revista “Caras y caretas (…)”, artículos de otros diarios extranjeros, “Por esos Mundos”… las diatribas de la prensa hostil en pluma de Vicente Blasco Ibáñez o bien en “La Lucha” y “El Graduador”… y, para compensar, las simpáticas aportaciones de la prensa tradicionalista o carlista. Ahí están los escritos de Rubén Darío y Ricardo Rojas, que equilibran sin duda los excesos de don Vicente.
No obstante, los visitantes de don Carlos fueron muchísimos más de aquellos cuyo testimonio consta en este libro, procedentes de todos los lugares de Europa y la más alta cuna. Sus impresiones personales conservadas por escrito sobre don Carlos, su familia, el palacio de Loredán y sus banderas, son interesantísimas y presentan la cara más humana y sin duda entretenida del libro, completo en su esfera.
También, en el primer capítulo, el autor describe el destino de las banderas y del palacio una vez fallecido el monarca, la herencia de su hijo don Jaime, las decisiones de doña Berta, y finalmente la labor y generosidad de William Taylor Middleton, del Museo de Recuerdos históricos de Pamplona (1940-62) gracias a la familia Baleztena, y del actual museo del Carlismo creado en Estella (2010).
En suma, la custodia, la devoción y orgullo como don Carlos mostraba las banderas y banderines de Loredán a sus numerosos visitantes, dejan patente que don Carlos llevó consigo a España y los españoles en su destierro, hacia los que siempre sintió una verdadera admiración, que fue recíproca. La diaria contemplación de dichas banderas –así dice al instaurar la fiesta de los mártires de la Tradición en 1895, referida en su testamento político de 1897- sin duda le ayudó a ejercer su oficio regio, que sin duda se reflejó en la calidad de su gran archivo, después desbaratado por doña Berta. De esta manera, pero también a través de la Orden de levantamiento firmada por su hermano Alfonso Carlos I en 1936, decisiva para los acontecimientos de España, se puede decir que don Carlos “volvió” tal como prometió al salir de España en 1876. No tiene razón aquel historiador universitario que apostillaba a los bachilleres (Edelvives, 1998), después de encerrar práctica y paradójicamente al Carlismo -hasta 1876- en páginas situadas antes que Martínez de la Rosa, que en 1876 “Carlos VII cruzó la frontera para no volver”, lo que corre parejas al hecho de que lo minusvalore posteriormente en este libro de enjundia antitradicionalista, que es como hoy se enseña a los jóvenes.
Los dos capítulos siguientes del libro de Íñigo Pérez de Rada tratan sobre el Palacio de Loredán, ya reproduciendo el Álbum de 1907 (p. 241-267), ya como descripción de su interior apoyada en un abundante aparato gráfico (p. 269-302). También éste capítulo flexibiliza la lectura del libro y añade solaz al lector.
El cuarto capítulo es la descripción de “El Estandarte Real o Catálogo de los trofeos del Cuarto depositados en el Cuarto de Banderas del Palacio de Loredán. Láminas de Gasparini” (p. 303-319).
Los dos capítulos siguientes son el centro de este hermoso libro, pues identifican, catalogan y describen con todo detalle 63 banderas y banderines, con aporte fotográfico, dibujístico y de textos referidos a las piezas (p. 321-465), y también 164 piezas destacadas del Palacio de Loredán (p. 467-519). Además de los elevados motivos personales que don Carlos tenía para poner a salvo y atesorar las banderas y banderines de los carlistas en Armas, el coleccionismo fue importante para él, ya fuesen objetos personales y otros que él mismo regaló. Así pues, entre banderas, banderines y objetos, el catálogo de este libro asciende a 227 piezas.
El detallado análisis de estas heroicas banderas y banderines –“reliquias verdaderas” tintas en sangre para don Carlos VII-, refleja lo que aquellas fueron y son: simbolizan al pueblo español en Armas y la legitimidad mantenida. Su colección manifiesta cómo fueron enarboladas por el pueblo español en circunstancias extraordinarias y en nombre de don Carlos de Borbón quien, perdida la contienda tras el pronunciamiento militar liberal de Sagunto, las reunió caballerosamente y puso a salvo, pudiendo desfilar ahora ante el lector en capítulos V y VI de este importante catálogo.
El primer apéndice recoge la imagen y comentario del testamento de don Carlos y tres codicilos de 1906 (p. 523-540), el segundo tres interesantes gráficos de síntesis sobre las banderas (p.541-543), y el tercero un informe relativo a la restauración de la bandera de la partida del conocido Cura Santa Cruz (p. 545-549). La relación de hemeroteca, archivos y bibliografía que les sigue es extensa (p. 551-561). El autor nos ofrece 844 notas a pie de página, no pocas de ellas de una gran densidad.
Dicho esto, nos encontramos ante un importante y precioso libro, único en su esfera, entretenido y fácil de leer, con una ingente información y abundantes testimonios personales de época. Un libro óptimo en el contenido y en la forma, óptimo también para regalar a los amigos –un buen libro es el mejor regalo-, con abundantísimas y variadas imágenes a todo color y de gran calidad, todo ello muy acorde con la importancia tanto de las banderas y banderines catalogados como del oficio de rey, que don Carlos vivió desde muy joven hasta el final de sus días.
El conjunto de piezas de este catálogo y don Carlos como persona, caballero y rey, corren parejas y se retroalimentan. ¿Por qué decimos esto? Porque tras mantener la legitimidad monárquica en España durante una larga guerra, seguida de la derrota final en el campo de batalla en 1876, don Carlos creó el Cuarto de Banderas con paulatinas adquisiciones, diferenció nada clericalmente las atribuciones de la Iglesia y el Estado en tiempos de León XIII, era opuesto a un posible ralliement aplicado a España por parte de la política vaticanista y se negó a aceptarlo para Francia, cuyos legitimistas le reconocieron dentro de este marco tan comprometido como es el enfrentamiento histórico entre Revolución y Cristiandad.
Don Carlos expresó su oficio de rey en sus viajes, en la forma de vivir en Loredán, en la amigable recepción en el palacio de cualquier español amigo y menos amigo, siendo el coleccionismo una afición de un hombre de cultura y de la más alta dignidad. Don Carlos promocionó en España la prensa, revistas y libros que mostraban que los carlistas no eran socialmente unos “don nadie” y que nada tenían que envidiar a la burguesía enriquecida liberal. Retrasó la participación electoral hasta el sufragio universal de 1890 –a pesar de las conocidísimas trampas electorales-, impulsó la creación del diario carlista “El Correo Español”, estableció la fiesta de los Mártires de la Tradición en 1895, animó a sus colaboradores como el marqués de Cerralbo para la proliferación de círculos sociales, y otras mil iniciativas… todo lo cual muestra la importancia de un proyecto político, y la indudable capacidad y genio de don Carlos como gobernante, amén de su humanidad y su ánimo de caballero.
Agradecemos de nuevo el trabajo del vexilólogo e investigador Íñigo Pérez de Rada, hijo del marqués de Jaureguízar y mecenas como su padre, el Excmo. Sr. Francisco Javier Pérez de Rada y Díaz Rubín (+ 2013), que fue historiador, genealogista y editor, trabajo que todos leeremos con sumo gusto. Un hermoso libro que puede ser un distinguido regalo para los buenos amigos, y que recoge importantísimas y vívidas páginas de la historia de España.
José Fermín Garralda Arizcun (Doctor en Historia)