21 de noviembre de 2023 5

Los santos y las santas.

(Por Xabier Arriada)
A propósito de la última campaña de la ACdP contra el Halloween y leyendo los comentarios de otros lectores en El Debate (perteneciente a la ACdP), llama la atención cómo el lenguaje inclusivo comienza a permear sin prisa pero sin pausa en todos los ámbitos. Incluso en aquellos donde nos creeríamos a salvo.

En uno de los carteles de dicha campaña se lee “Santos y santas de todos los tiempos que nos muestran una forma más humana de vivir, mirando siempre a Dios y al prójimo”. No es el propósito de éste artículo criticar el desdoblamiento absurdo del llamado lenguaje inclusivo sino denunciar cómo poco a poco el mal llamado progresismo logra imponer, una vez más, una terminología y forma de hablar a través de las cuales asentar sus perniciosas ideas.

Los ejemplos abundan y no es algo de los medios de comunicación. En algo tan inocente como el boletín de una parroquia ya se pueden leer cosas como “hemos comenzado la formación de nuestros monaguillos y monaguillas…”. Que en la radio y la televisión, influenciadas como están por la política escuchemos todos los días ese cansino uso del “los y las” ya no sorprende. Que en el transporte público haya carteles con la misma manera de expresarse tampoco extraña. Incluso que tengamos que soportar ese lenguaje en los libros de texto de nuestros hijos se explica porque los servicios públicos han terminado siendo herramientas al servicio de una clase política más ocupada en adoctrinar y crear chiringuitos que en administrar los recursos y ayudar a regular la vida pública.

El que asociaciones como la ACdP, que por el momento sigue siendo uno de los pocos focos de resistencia mediática, utilice el lenguaje inclusivo es ya preocupante. Pero el que la gente “de a pié” ya comience a usar ese desdoblamiento debería ponernos en pie de guerra. La RAE ha acabado aceptando términos como presidenta aunque éstos sean un despropósito gramatical porque su trabajo es incorporar y actualizar la forma de hablar popular (para prohibir y asfixiar ya tenemos a los que el lector se imagina). No sería pues de extrañar que la ínclita Bibiana Aído, que en su día provocase risas con su “miembros y miembras”, vea más pronto que tarde celebrada su ocurrencia en el diccionario.

Si algo hay que reconocerle a la clase política es su tesón y constancia para imponer su relato. Si hay algo de lo que debamos sentirnos culpables, es de permitírselo.