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25 de diciembre de 2025 0

P. Antonio Gómez Mir: “Cristo en la cruz es el modelo de masculinidad perfecta”

(Una entrevista de Javier Navascués).-

Analiza su libro Nosotros. Palestra ascética para hombres

El Padre Antonio Gómez Mir es párroco de San Jordi de Vallcarca en Barcelona. Licenciado en Teología. Publica sus vídeos de formación para hombres “Palestra ascética” y otros vídeos sobre temas propios de su especialidad Masonería, Ocultismo y Gnosticismo en el canal de YouTube: STAT CRUX.

¿Por qué un libro titulado Nosotros. Palestra ascética para hombres y con qué objetivo lo ha escrito?

Lo cierto es que no fue concebido como un libro, sino como unas charlas de formación ascética para hombres de mi parroquia. El libro ha venido después porque muchos manifestaron el interés en tenerlo en este formato y porque alguno de ellos puso los medios para que se convirtiera en este libro que sale ahora al público. Este libro se presenta como una celebración de nuestra vocación: la del hombre llamado a ser esposo, padre, sacerdote o religioso; cada uno en su lugar, pero todos invitados a redescubrir esa virilidad y masculinidad que nos es connatural y que, en nuestros días, ha sido humillada y cuestionada en nuestra sociedad.

En la cultura contemporánea se ha instalado una grave confusión sobre el ser humano que ha erosionado la familia y el tejido social. Esta deriva promueve la dilución de las diferencias fundamentales entre el varón y la mujer, reduciéndolas a meros productos de la historia. Frente a ello, proponemos volver a la antropología cristiana, que entiende la sexualidad como un elemento central de la persona: una manera singular de existir, de experimentar y de expresar el amor humano.

La identidad masculina deja una marca profunda en lo que somos; resulta clave para el desarrollo equilibrado de la personalidad y, en consecuencia, para la formación de nuestros hijos. El sexo humano no se limita al plano biológico, sino que se proyecta también en las dimensiones psicológica y espiritual, dándonos forma como hombres y mujeres según el plan de Dios. Por eso, toda espiritualidad orientada al varón debe asentarse en la verdad de su condición masculina. Recuperar esa verdad exige, ante todo, reconocer que el hombre tiene una naturaleza propia, una configuración interior que merece ser respetada y que no puede alterarse arbitrariamente sin consecuencias profundamente dañinas.

¿Con qué voluntad nace “Nosotros”?

Nosotros” nació en la Parroquia de Sant Jordi de Vallcarca, en Barcelona, con la voluntad de ofrecer una respuesta al desconcierto que experimenta el hombre católico frente a la modernidad y dentro de la misma Iglesia. La intención última de estas páginas es sostener y ennoblecer ese modelo de masculinidad recia mediante un compromiso decidido. De ahí “Nosotros”. Quiere ser una confesión decidida de nuestra condición de hombres. El hombre católico tiene una vocación concreta y específica que exige de una virilidad que no es de músculos sino de virtud, de fe y confianza en Dios para ser padres, esposos, amigos, servidores de Cristo, defensores de los débiles, misioneros, sacerdotes, consagrados…lo que Dios nos pida…

La elección del nombre reclama, por sí misma, una explicación, pues alude a una afirmación audaz y sin complejos de la masculinidad: de lo que somos y de nuestra vocación. En estos tiempos líquidos, donde el vaivén de pronombres pretende disolver identidades y sembrar confusión, “Nosotros” quiere erigirse en una declaración de firmeza y de combate cristiano. Somos hombres, y el plural no es casual: anuncia que ya no caminamos solos y que albergamos la esperanza de que seremos muchos. Nosotros.

¿Cuanto mal han hecho varias décadas de cristianismo fofo y buenista?

La “Palestra ascética para hombres” nació con vocación de ser eso, una Palestra, que en griego quiere decir “una escuela de lucha”. Lo cual supone una visión guerrera de la fe cristiana. Porque hay una guerra y nosotros queremos militar bajo la bandera de Cristo, como decía San Ignacio. Además tenemos las armas, porque la gracia de Cristo no nos faltará. Ese combate tiene su primera línea de fuego en nuestros corazones que deben ser conquistados para Cristo. Ese es el primer objetivo…Es inútil querer cambiar al mundo, ni siquiera tu familia si antes no has sido tú mismo tierra conquistada para tu Señor.

Esta propuesta nació en la Parroquia de Sant Jordi de Vallcarca como unas charlas para hombres, en su mayoría conversos, que viniendo de experiencias de vida muy tortuosas, en muchos casos, o por ser católicos de toda la vida que estaban aburridos de un cristianismo sin garra ni heroísmo, demandaban un camino de lucha y exigencia. El combate contra el pecado y las heridas de los vicios pasados exige, siempre fue así en la tradición católica, un programa de vida fuerte y virtuosa a la luz de una propuesta católica sin complejos.

Algunos de ellos después de convertirse e ir a sus parroquias encontraban una propuesta que parecía más dirigida a mujeres mayores o a jovencitos con una emotividad hipersensible que a hombres con ideales fuertes. Debian conformarse con ser “seudo-sacristanes” o miembros de grupos parroquiales “hiperclericalizados” donde se esperaba que hicieran lo que dijera el cura y fueran buenos chicos.

El lugar del hombre católico no es junto al cura ocupando su tiempo en reuniones y consejos donde se habla mucho y se hace nada por el Reino de Dios. Su lugar es en casa, con su familia, pasando tiempo con sus hijos, creando lazos fuerte con otros amigos católicos para asociarse y ayudarse en su misión, en su trabajo dando testimonio sin complejos, con alegría, con valentía pero con humildad…A la parroquia va, sí, pero para recibir los sacramentos de la gracia, para formarse y para crear vínculos con otros hombres que tienen el mismo deseo de servir a Cristo y su Iglesia,; es decir, lo justo.

Son hombres que buscan una identidad católica sin complejos. No dudan al entrar en la batalla que se pelea alrededor de sus hijos y familias, la batalla que está distorsionando la dignidad tanto de hombres como mujeres. Esta batalla es espiritual y está matando progresivamente lo que queda del carácter cristiano de nuestra sociedad y cultura, e incluso introduciéndose en nuestros hogares. Esta batalla sucede en la misma Iglesia; y la devastación es muy evidente.

Con esta iniciativa quisimos dar atención espiritual a los hombres para que descubrieran su llamada a vivir de manera viril su vida y, en especial, su vida de fe. Se puede ser un verdadero hombre y al mismo tiempo amar y servir a Cristo, Nuestro Señor. Diría más: De hecho se necesita ser un verdadero hombre para servir a Cristo.

¿Por qué la fe católica más que asociarla a viejecitas beatas y devociones de almíbar habría que asociarla al caballero cristiano, al guerrero, al cruzado…?

No es un tema de sexo o de edad. En no pocas viejecitas, como en muchos enfermos con un cuerpo debilitado, se ve una “virilidad” en la virtud que es fruto de la gracia y de una vida de muchos sacrificios unidos a Cristo. En cambio hay tipos grandes y fuertes, que se quejan de todo como niños, inútiles de arrostrar la más mínima contrariedad, incapaces de hacerse la cama por la mañana o de ponerse a trabajar cuando toca. Con ese material aunque vaya cada dia al “gym” no se puede construir nada, es desecho de tienta…

Uno de los hilos que atraviesa este libro es la virilidad. Pero no la virilidad concebida en términos puramente naturales o sexuales, ligados a la capacidad generativa. No: hablamos de una virilidad que es virtud cristiana, una energía interior que se forja en la lucha ascética y en el ejercicio perseverante de la virtud.

Una vida masculina vivificada por las virtudes infusas, las virtudes cardinales y los dones del Espíritu Santo: Fe, Esperanza, Caridad, Fortaleza, Templanza, Prudencia, Justicia, Sabiduría, Consejo, Temor de Dios….¿No se os antoja que es muy viril y el proyecto del Espíritu Santo en nosotros? Sin la gracia somos enanos que intentan sortear obstáculos imposibles o niños que se miran en un espejo haciendo pose de “musculitos”.

¿Por qué la vida es milicia y como milicia hay que vivirla?

Militia est vita hominis super terram, et sicut dies mercenarii dies ejus.” (Job VII:1) “Milicia es la vida del hombre sobre la tierra, y como días de mercenario son sus días.”

Este era el modelo de la Iglesia militante, aquella que encarnaba el deseo ardiente del propio Jesús cuando proclama en el Evangelio: “no penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada”. ¿Y dónde ha de blandirse esa espada? En su combate, que también es el nuestro, contra el mal. Por eso somos introducidos en ese espíritu guerrero: la espada levantada contra el pecado, contra la injusticia y contra todo aquello que hiere al hombre, no sólo en el mundo exterior, sino —ante todo— en los repliegues de nuestro propio corazón.

No son pocas las veces en que procedemos de situaciones donde el vicio nos ha retenido, y liberarse cuando uno ha sido esclavo requiere una disciplina perseverante. La vida cristiana crece a través de pequeños propósitos, descubiertos en la dirección espiritual o en la confesión frecuente, que nos permiten avanzar por el camino de la conversión. Porque la conversión no es un evento, algo que ya sucedió, es un proceso, casi siempre, lento y dramático de liberación de cadenas. Por lo tanto el símil de la milicia tan presente en la tradición cristiana define muy bien nuestra situación, y nuestra vocación: Hay una guerra, el enemigo es poderoso, y nosotros luchamos por conquistarnos a nosotros mismos, y por conquistar el mundo, para Cristo.

¿Por qué es necesaria la ascética y la mortificación, además de la oración, para librar con valentía el buen combate de la fe?

El enemigo más feroz no cabalga fuera, sino dentro: el orgullo que se alza, el deseo que reclama trono, el miedo que susurra retirada. Por eso empuñamos un arma invisible, más dura que el acero: la mortificación. Cada renuncia es un golpe certero contra el caos interior. Cada silencio ante la ofensa es una victoria. Cuando domina el hambre, la lengua, la mirada y el corazón, no se empequeñece: se hace libre. No desprecia el cuerpo, lo disciplina; no huye del mundo, lo ordena. Como el soldado que entrena en secreto, fortalece su espíritu para el día del combate.

A imagen de Cristo —Rey herido y vencedor— el caballero cristiano aprende que la verdadera fuerza es para defender la fe, que la grandeza está en servir y que sólo el que se vence a sí mismo puede ser util a otros. Así camina, sobrio y firme, con el corazón templado por la renuncia, hasta que su vida entera se convierte en ofrenda. En la tradición católica, la oración, la lucha ascética y la mortificación son tres medios clásicos para crecer en la vida interior y en la santidad. Están profundamente unidos entre sí. La oración nos da luz para conocer el bien y gracia para realizarlo. Sin oración, la vida espiritual se debilita y la lucha se vuelve estéril.

La lucha ascética es el esfuerzo constante por ordenar la propia vida según el Evangelio, combatiendo el pecado, las malas inclinaciones y el egoísmo. Y se apoya siempre en la gracia de Dios que viene de la oración y los sacramentos, canales de gracia. La mortificación es una expresión concreta de la lucha ascética en la vida diaria. Consiste en renunciar voluntariamente a algo lícito o aceptar con paciencia las contrariedades, por amor a Dios. Une al cristiano a la cruz de Cristo. Puede ser interior o exterior, ambas fundamentales. En conjunto, forman un camino equilibrado de crecimiento espiritual, basado en el amor, la libertad y la gracia de Dios, que vencen al instinto y liberan de la esclavitud determinista de la ley del deseo.

¿Por qué insiste usted tanto en el tema de la paternidad como vocación de todo hombre?

Primero porque su presencia y misión en la familia es irremplazable. Hombres, despertad y retomad con vigor vuestro lugar, el que Dios os otorgó , como protectores y líderes espirituales de vuestro hogar! Es una misión, una vocación, un servicio, no un dominio, sino un liderazgo amoroso. Y lo mismo los hombres solteros. Llamados a ser padres, no a buscar su independencia esteril. Si no estás casado o estás solo por cualquier circunstancia de la vida, sea temporal o definitiva, sé un padre, no un solterón, un single…No creas que estás incompleto. Si tienes a Cristo esa soledad es tu campo de entrenamiento para servirle a El solo, para ser padre de otros que necesitan tu acompañamiento, para ayudar a los débiles o los pobres, para formar a los jóvenes, para servir a Cristo que es tu Señor…

¿Y los sacerdotes?

Yo soy sacerdote y soy padre. Sí, padre de muchos hijos, y si no lo soy mi sacerdocio es estéril. Esa paternidad, en sus diferentes manifestaciones, refleja de manera imperfecta pero segura la Paternidad de Dios el Padre hacia aquellos a quien Dios nos ha dado para ser sus padres.

¿Qué significa ser “padre”?

Me pareció muy grande algo que dijo el Papa Francisco, en una reflexión sobre la paternidad: “Cuando un hombre no tiene este deseo, algo falta en este hombre, algo ha pasado. Todos nosotros, para ser plenos, para ser maduros, tenemos que sentir la alegría de la paternidad: incluso nosotros los célibes. La paternidad es dar vida a los demás, dar vida”.

Vivir la vocación de paternidad -ya sea una paternidad física o espiritual en el sacerdocio o la vida religiosa, sea por tu trabajo en la caridad, la educación, o la trasmisión de la fe, siendo célibe- es esencial para que un hombre viva la plenitud de su existencia. Para vivir plenamente, todo hombre debe ser padre. Si no abrazas la vocación de padre que Dios ha planeado para tí; estarás cerrado en ti, en la impotencia de la “semilla” que se resiste a morir, que rehúsa dar vida. Decía Mons. Olmsted, Obispo de Phoneix (Arizona) en una carta pastoral sobre masculinidad: “No te preguntes: ¿Estoy llamado a ser padre?”, sino más bien: “¿Qué tipo de padre estoy llamado a ser?

¿Por qué San Ignacio es modelo del caballero cristiano?

Porque fue caballero antes de su conversión, sirviendo a un rey, y después también, pero ya sirviendo al Rey. Toda la espiritualidad ignaciana gravita en torno a este imaginario. Se percibe con claridad en la meditación del Rey, ese soberano que desea conquistar el mundo entero y someter a todos sus enemigos para entrar así en la gloria del Padre. Y aparece también en la célebre meditación de las Dos Banderas, piedra angular de su espiritualidad, donde Cristo se alza como el sumo Capitán que convoca a todos a combatir bajo su enseña.

En otro pasaje, Ignacio resume de manera semejante la misión de la Compañía: “hacer servicio de guerra bajo la bandera de la cruz”. Se trata de una guerra espiritual: un combate contra el pecado que anida en mí y contra el pecado que contamina el mundo, siempre bajo el signo redentor de la cruz. Esa es, en esencia, la vida cristiana: una lucha por Cristo. Ignacio entiende bien qué enciende el corazón de un hombre. La lucha exterior —esa que tanto nos atrae, la conquista del mundo para Cristo— es noble, pero solo puede ser auténtica si brota de un combate interior previamente librado. ¿Cómo aspirar a vencer enemigos externos si no se ha conquistado primero el propio corazón? Un castillo dividido en guerras intestinas, ¿cómo podrá resistir el asedio de un ejército que acampa ante sus murallas?

¿Qué otros modelos de caballeros cristianos tenemos?

Cuando alguien me pide un modelo de masculinidad le enseño un crucifijo y le digo: “El es la masculinidad perfecta”. Pilato presentó a Jesús ante la gente con las palabras: “Ecce homo” (“¡He aquí el hombre!”) No se daba cuenta pero presentaba a Dios hecho hombre, el Verbo encarnado, Jesús de Nazaret quien es Dios y hombre verdadero, la perfección de la masculinidad. Cada momento de Su vida en la tierra es una revelación del misterio de lo que significa ser hombre. Animo mucho a mis hombres a leer el Evangelio, cada dia. A seguir y mirar a Cristo constantemente, a tenerlo ante sus ojos. A contemplar su rostro sereno, que lo sientan todo el dia respirando en sus cogotes, junto a ellos en su camino, en su jornada. El les enseñará a ser hombres, a tomar decisiones viriles. Los testimonios de los mártires, las vidas de los santos…La lucha ascética animó la existencia de los mártires, de los grandes misioneros, de los héroes de la fe. Incluso la literatura caballeresca venía impregnada del modelo del caballero cristiano:

Sir Galahad, en el ciclo artúrico, era puro, casto, valiente. El único digno del Santo Grial. Representa la virilidad santa, no la brutal. El Cid Campeador es un cristiano, fiel, guerrero y padre atento y amoroso. Honor, lealtad y sacrificio personal son sus insignias. Roland (La Chanson de Roland) muere defendiendo la fe y a su señor. Es el heroísmo como fidelidad hasta la muerte. Pero entre los santos hay modelos de virilidad tremendamente inspiradores a los que hay que acudir como modelos e intercesores poderosos: San Juan Bautista, San Pablo, San Benito, San Ignacio de Loyola, Santo Tomás Moro, San Maximiliano María Kolbe, San Juan Pablo II…Entre todos ellos, de forma eminente, San José.

¿Qué nos puede decir de San José, como modelo acabado de santidad y de virilidad?

Tradicionalmente, la fiesta de San José ha sido también la celebración del Día del Padre; sin embargo, en los últimos años esta conmemoración —ligada desde siempre a la figura del padre cristiano— se ve sometida a un proceso de difuminación, cuando no de abierta abolición, bajo la mirada crítica de ciertas corrientes feministas que desean “despojarla”, dicen los medios, de su supuesto contenido heteropatriarcal. Frente a esa deriva, nosotros reivindicamos a San José como arquetipo de masculinidad y de virilidad auténtica: el hombre escogido por Dios para ejercer la autoridad dentro del hogar más santo, la Sagrada Familia. Hablar de San José es, por tanto, hablar del hombre cristiano, investido de autoridad en su casa porque Dios mismo lo ha puesto al frente de ella.

Es autoridad porque ha sido elegido; autoridad porque es un varón virtuoso, sacrificado, protector de su esposa y dedicado a educar a su hijo en la virtud. Un hombre que se robustece en la oración, cimentado en Cristo, de modo que su mujer y sus hijos puedan apoyarse en él sin temor. Eso esperamos de nuestros hombres, de nuestros padres de familia, de los esposos cristianos: que sus hijos y sus esposas encuentren consuelo, firmeza y amparo en su presencia cotidiana. La tradición cristiana ha contemplado siempre en San José un modelo de virilidad serena, silenciosa y firme, una virilidad que no necesita imponerse por la fuerza porque nace de la fortaleza interior y de la obediencia confiada a Dios. Su figura, a primera vista discreta en los Evangelios, resplandece precisamente por esa sobriedad. José no habla, obra. No discute, actúa. No hace ostentación de su autoridad, la ejerce con la dignidad de quien sabe que la verdadera fuerza procede de Dios y no del propio orgullo.

Los Padres de la Iglesia vieron en él al “justo” por excelencia, al hombre íntegro cuyo corazón se mantiene recto incluso en medio de las pruebas más desconcertantes: aceptar la maternidad divina de María, asumir la misión de custodiar al Hijo de Dios, emigrar a Egipto para preservar la vida del Niño. En todas estas circunstancias, José revela una virilidad que se expresa en el sacrificio y en la responsabilidad, en la renuncia a sí mismo para salvaguardar el bien de su familia. Su fortaleza no es ruido, sino roca; no es impulso ciego, sino discernimiento y obediencia.

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