Ojalá no creamos que ya hemos visto todo. Primero, porque la vida es una continua sorpresa. En segundo lugar, porque seguramente nos quedemos cortos. Eso es lo que me acaba de ocurrir, de la mano de un conocido bastante mayor que yo y que tengo en la ciudad de Huesca. Me ha contado lo que ha sufrido estos días, y es algo pasmoso. Como me he curado de espanto, en esta vida ya me creo todo.
Empezaré por el final: el tal amigo, natural próximo a Madrid pero que vive en Huesca ciudad, ya sabe qué médicos y enfermeras de su ambulatorio, se están portando fatal con él en cuanto enfermo. Tomo sus palabras. Dice que todavía no ha encontrado a uno “digno”. Ve cómo la atención sanitaria va de mal en peor. La impresión que tiene es que en Huesca no recalan los mejores profesionales. Así fue antes del Covid, y así es con él. Más aún, con el Covid dice que la situación ha empeorado y está haciendo que todos se retraten. Los sanitarios de cabecera y urgencias que le han correspondido en gracia estos días, carecen del espíritu de cumplimiento del deber
¿Su enfermedad? La ciática desde el domingo 20 de septiembre hasta hoy día 28. Algo muy común. ¿Su situación?: seis noches y días en blanco sin dormir, sin poder moverse ni tumbarse en la cama. Cabezada de cinco a seis de la madrugada, ya agotado, y ya está.
El martes llegó, casi impedido y con un enorme esfuerzo, hasta el ambulatorio donde estaba su médico de cabecera. Ahí, como no les dejaban entrar, forzó la situación para entrar en la sala, sentarse al fin, teniendo que esperar hora y media para ser atendido. Tiene 83 años. Le pusieron dos inyecciones. A su pregunta le dijeron que le iban a hacerle efecto a la media hora, es decir, a las 12:30, y sin embargo a las 12 de la noche aún no le habían hecho efecto. El médico también le recetó dos pastillas para tomar cada una tres veces al día, en este caso con un efecto mínimo.
Dos días llamó a urgencias antes de la madrugada con un dolor agudísimo, y no le hicieron ni caso. Todo parece ser un desbarajuste. Una médico no quiso dar su propio nombre. Esta u otra le dijo: “¿Le duele?. pues cambie el tratamiento, y en vez de una pastilla tome la otra”. Hasta mienten hablando de una forma tramposa. Todo ello le obliga a concluir -y eso que es persona de la antigua escuela, deferente y educada- que quienes debieran atenderle no tienen categoría alguna como médicos ni como personas.
Lo único que le empieza a hacer efecto a la ciática es el paso del tiempo, pues seis días después -¡ayer sábado!- el dolor bajó algo.
A mi amigo le parece palpar este horrible lema: “O los dejas o los matamos” -me dice-, lo que es muy propio de la mentalidad eugenésica que se está extendiendo. (¡Sálvese quien pueda!: yo el primero, yo el primero… y el último, el enfermo). Habrá médicos honrados -dice-, pero seguramente, si hablan, verán que otros se pondrán contra ellos: mejor es tener la boca precintada, porque si dicen algo, saben que deberán convertirse en héroes.
Nosotros, simples cronistas para el mañana de lo conocido y de lo nuevo que siempre hay, intentemos poner remedio. Vemos, aquí oímos y no callamos. Por si sirve. Lo que no sabemos es cómo remediarlo, pues el sufrimiento no se quita con una reclamación escrita.
P.D. ¡Aleluya! Hoy, al mediodía del 29, mi amigo me ha contado cómo ha hablado con una médico muy amable, que le ha dado cita para hacer placas y le ha aconsejado muy bien sobre las pastillas a tomar. Está muy satisfecho, y observa el enorme contraste de esta atención con la de los ocho días anteriores.