La historia del movimiento obrero es la historia de una terrible injusticia seguida de una manipulación mayor. La de un mundo enloquecido, regido por una medida inhumana, que no se plantea desandar los errores sino afianzarlos cayendo en otros aún peores. En el siglo XIX ya están en liza todos los actores, los mismos, que operan actualmente en el campo político y social. La asimilación formal de la burguesía capitalista con la estética y los gustos de la antigua nobleza decadente provocaron en los descontentos una reacción indiscriminada contra todo lo pasado, en la que se mezclaban el rechazo a los abusos del liberalismo desatado con la inquina a la religión, las leyes antiguas y las monarquías. En España, la prolongadísima lucha entre tradicionalismo y liberalismo no logró evitar la penetración de las nuevas ideologías obreristas ateas. Ideologías que aparentemente nacían para acabar con el liberalismo pero que solamente sirvieron para darle cumplimiento y ahogar prácticamente cualquier rescoldo de la Tradición española, testimonio histórico insuperable de la auténtica justicia social católica.
Por eso el ejemplo de San José, así como todo el modelo social y económico del catolicismo, que es el del Carlismo, siguen siendo una novedad que contradice todas y cada una de las ideologías ya sean las de los patronos o las de sus asalariados. Una corriente de vida y de sentido común que será benéfica para todos, trabajadores de cualquier clase o rango, el día en que vuelva a ser estudiada y aplicada.
ARTICULO EDITORIAL AHORA 152 (MAY-JUN 18)