Lo realmente asombroso no es que Dios sea grande sino que se ha hecho pequeño. Diminuto. Que se ha hecho niño para enseñarnos la verdad sobre nosotros mismos. Que no se ha conformado con una grandiosa vida lejana y galáctica. Que se nos ha metido hasta en la cocina. Para que no podamos prescindir de él. Para enseñarnos que nada humano le es ajeno. Ni la vida, ni la muerte, ni las generaciones, ni los pensamientos, ni las sociedades, ni la política, ni la cultura, ni la ciencia.
Dios ha estado grande con nosotros: se ha hecho pequeño por nosotros. ¡Feliz Navidad!