VIÑA
(Por Javier Manzano Franco)
La semana pasada hemos visto a España pisoteada como no ocurría desde hacía décadas: subida del IVA de la luz al 21%, tres terroristas en las listas electorales vascas y la serpiente homicida alegremente exaltada en los carteles de Bildu, los Ministerios de Interior, Sanidad y Transportes desmoronándose ante nuestros ojos como en 2020 se desmoronaron nuestras libertades, ratificación por parte de Sánchez y Mohamed VI de que Marruecos se anexione cuando menos Ceuta, Melilla y Canarias para 2030 como ya planeó Hassán II… Se engañan quienes piensan que la fuente de todo mal es el sanchismo, incluso el “régimen del 78”… no; el origen de todo está en el conde de Aranda y tantos otros que, renegando de la época en que España, como su patrón Santiago, contemplaba extasiada a Cristo transfigurado y por ello era primera potencia mundial, prefirió imitar al apóstol en la noche del Jueves Santo cuando se durmió en el Monte de los Olivos y luego salió huyendo. ¿Imitaremos esta Cuaresma al Santiago que, retractándose de su infidelidad, salió a evangelizar la mejor tierra del mundo y honró a Dios con su martirio?
Qué pena que no fuera así, qué pena que alguien dijese que el párrafo anterior es “radical”, “rígido”, que así uno “se va a buscar problemas”, que así “se van a vaciar las iglesias”. Porque entonces estaría hablando como Pedro antes de su conversión, cuando Jesús lo llamó Satanás porque “no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres” (Mt 16, 21-23). O como María Salomé, que tampoco entendió que los signos de bendición no son las comodidades ni la buena fama ni el éxito material, sino el amor a la hiel y al tormento de la Cruz (Mt 20, 20-28), única agua capaz de regarnos para que demos fruto inagotable (Jr 17, 7-8). ¿Por qué nadie a quien le ha dolido España desde Joaquín Costa hasta hoy leyó a Jeremías: “Maldito el hombre que en el hombre pone su confianza, y de la carne hace su apoyo, y aleja su corazón de Yavé” (Jr 17, 5)? Maldita está España como el arbusto del desierto, porque aunque le ha venido el mayor bien posible de ser campeona del catolicismo “no lo siente” (Jr 17, 6).
Pero dirán algunos, azulinos y verdes y hasta rojos, que se creen católicos simplemente por haber sido bautizados con un mes de vida: “No estamos malditos porque no hacemos el mal a nadie; además Dios lo perdona todo, nadie va al infierno, me lo dijo un jesuita” (qué necesario es tener presente hoy día que “no os hagáis llamar doctores, porque uno solo es vuestro doctor, Cristo”, Mt 23, 10; y que solo es “padre” quien dobla sus rodillas ante el Único Padre: Ef 3, 14). Lo mismo pensaba el rico epulón, que “no hacía nada malo”, tan solo vestir y comer bien… y sin embargo en el infierno acabó, “en medio de los tormentos”, separado del purgatorio y el Cielo por “un gran abismo” y privado aun de la misericordia de recibir ni una sola gota de agua pendiente de un dedo que apagase su sed monstruosa: así lo asegura el mismo Cristo, para confusión y quebranto de los herejes (Lc 16, 19-26). ¡Pero si “no hacía nada malo”! Tampoco nada bueno; podría haber oído a Moisés y a profetas como Jeremías que le avisaban de no pensar en esta vida material como en la verdadera, pero ya era tarde (Lc 16, 27-31). Hagan memoria estos partidos de lo que Jesús dijo a Israel: “Yo me voy, y me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado”; “Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba, vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo […] porque si no creyereis, moriréis en vuestros pecados” (Jn 8, 21-24). Recemos en desagravio por tres siglos de pecados de España en lo que queda de esta Cuaresma como rezó Daniel por su pueblo infiel, “oprobio de cuantos nos rodean”: “por amor de ti, Señor, haz brillar tu faz sobre tu santuario devastado” (Dn 9, 15-19).
Y es que la España partitocrática y esos votantes “católicos de toda la vida” que no obstante aplauden el cartel de la Semana Santa de Sevilla y las profanaciones de recintos sagrados se asemejan mucho a Esaú, que perdió la primogenitura por preferir las lentejas de aquí abajo al Pan de allá arriba; a los once hijos de Jacob, que quisieron matar a su hermano y trajeron la carestía a su tierra mientras José alimentaba al pagano Egipto; al Israel impenitente que sufrió hambre mientras Elías multiplicaba la harina y el aceite en Sarepta; al hermano mayor que “servía” rutinariamente, como un funcionario, a su padre y se negó a participar en el banquete que este organizó al hijo arrepentido (Lc 16, 25-32). Desde 1833 han querido matar al Heredero de la Viña y Su Sangre ha caído sobre ellos y sus hijos: llegó la hora de que los fieles viñadores marchen en sus tractores y no dejen piedra sobre piedra de un sistema deicida.