(Por Javier Manzano Franco)—
Desde la visión carlista, cada hombre tiene el deber de alcanzar la excelencia en aquello que ha sido llamado a realizar. La maestría no es vanidad ni ansia de dominio, sino el cumplimiento de una misión. El mundo se restaura no desde ideologías ni avances técnicos mal dirigidos, sino desde hombres y mujeres que viven su labor como servicio, con dignidad, honor y conciencia.
No se trata de salvar el mundo mediante “nuevas instituciones”, sino de recuperar las que se han perdido o corrompido, empezando por la institución más básica: el propio carácter. Quien se forma, se disciplina y alcanza maestría en su tarea, sea la que sea, fortalece el cuerpo social y cumple con su parte en el orden natural.
La alternativa es clara: o asumimos nuestra responsabilidad con energía y virtud o caeremos como civilización. No es la magia, ni la espontaneidad, ni la comodidad lo que nos salvará, sino el trabajo bien hecho, el sacrificio diario y la recuperación de la autoridad moral y cultural.
La maestría no es un lujo ni un gusto personal: es un deber ante Dios, la Patria y la Historia. Alcánzala como quien cumple un voto.