Titulaciones de rancia y dudosa hidalguía
Vamos a contar mentiras. Mentir en todos los ámbitos de la vida pública. El engaño en los curriculums es especialmente grave. Primero está la desfachatez del que lo elabora. En segundo lugar la aceptación, sin reparos, del que lo lee. El curriculum de un cargo público merecería una primera lectura asertiva. Comprobar si es cierto lo que se dice. Un segundo punto es la lectura crítica, la valoración para un puesto determinado, la comparación con otros ya elaborados. La crisis es como aquellos muñecos rusos que, al abrirlos, presentan una figura más pequeña y así sucesivamente. De nada sirven pomposos títulos si no van acompañados de una certificación creíble e irrefutable. Tampoco es desdeñable la libertad del librepensador que no aporta certificación alguna, excepto sus ideas y el discurso de sus palabras. Los títulos de rancia nobleza han sido sustituidos por los, presuntamente, académicos. Una mentira envuelve a otra mentira. El concepto de máster viene a ser como una titulación añadida después de otra, pero de corta duración y elevado coste económico. Si cada vez son más caros los cursos universitarios, el máster es un privilegio para pocos, o para muchos, con tal de vaciar sus arcas y bolsillos. Es, por otra parte, un anglicismo que proviene de un lejano término en latín, el llamado magister. Al igual que se venden los títulos nobiliarios, las instituciones sanean sus arcas a base de la creación de estos masters, que conviene diferenciar del término “másters” que es algo así como competición de los mejores en una categoría deportiva. Y es así como volvemos a una España de hidalgos que no poseen hidalguía, al café para todos y, en definitiva, para nadie. De nada vale culpar a una persona en concreto cuando estamos hablando de una hipocresía colectiva, narcótica, acaso miope y desde luego consentida. No queremos titulaciones de estas que nada valen y poco aportan. Necesitamos verdaderos maestros.