QUI CONFIDUNT
(Por Javier Manzano Franco)
Moisés en el Sinaí suplica a Dios detenga Su brazo contra la idolatría de Israel (Ex 32, 7-14), pero no por ello deja sin quemar y pulverizar el becerro de oro. Muchos siglos después, el mismo Jesús cargaría con los pecados de la humanidad y levantaría el Templo de Su Cuerpo al tercer día, no sin antes librar al Templo de Jerusalén de la idolatría del dinero (Jn 2, 13-25). Aún recordamos con mucho dolor cómo el verano pasado Nuestro Señor lloraba siendo manoseado en cuencos de patatas fritas del Ikea, cómo era despreciado y escarnecido al ser encerrado en contenedores de plástico mientras la chusma pretendidamente católica bailaba a ritmo de reggaeton y de techno, cómo una iglesia era profanada con una negrísima misa sodomítica. Y sin embargo, ¿quién fue a derribar aquellas mesas de mezclas como hicieron Moisés y Cristo, quién fue a santificar su mano como mandaba San Juan Crisóstomo? También muchos creyeron aparentemente in illo tempore, “pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos” (Jn 2, 24). No nos extrañemos que en un país donde el pueblo no solo se regocija en estas monstruosidades, sino que encima se atreve a atacar ferozmente a los hombres de Dios que las censuran, pasen cosas como que el fiscal general del Estado haya elevado a la Audiencia Nacional a María Luisa Llop por despedir al técnico que denunció las mordidas en contratos de mascarillas; como que los Hidalgo, dueños de Air Europa, pagasen 170.000 € al comisionista del caso Koldo, siendo ya 131 millones de euros los que hay en Luxemburgo y estando el Gobierno venezolano implicado (Ábalos se reunió en secreto con Jorge Brizuela Guevara, empresario conocido por lavar dinero de la dictadura venezolana en República Dominicana); o como que la exmujer de Ábalos también transfirió fondos al testaferro de Koldo que blanqueaba dinero para la trama. “Vosotros juzgáis según la carne” (Jn 8, 15).
San Pablo se lo recuerda a los gálatas: Ismael e Isaac, hijo de la esclava e hijo de la libre, simbolizan a los “nacidos según la carne” y a los “nacidos según el Espíritu”, respectivamente. El Apóstol advierte: “Mas así como entonces el nacido según la carne perseguía al nacido según el Espíritu, así también ahora” (Gal 4, 29). En este contexto se refiere a la persecución farisaica contra los primeros cristianos, pero si nos enfocamos en el ahora de 2024, ¿quiénes son los nacidos según la carne sino esos individuos que creen antes en el “planeta” (o en sus placeres) que en los Cielos? Como Agar y Sara, también son dos las mujeres que se presentan ante Salomón reclamando a un niño (1Re 3, 16-28). Ese niño es la Patria española, ¿pero quién es su verdadera madre? ¿La Santa Madre Iglesia bimilenaria, o la iglesia de Tarancón que ha vaciado los seminarios y los conventos, el feminismo que ha incrementado las violaciones en un 38% y la violencia contra la mujer en un 11% y ha soltado en la calle a 1400 violadores, el socialismo que ha subido un 5,3% más el precio de los alimentos básicos, los cuales prefieren que el niño muera con tal de que no sea ni de ellos ni de aquella?
La semana pasada Isaías nos transmitió el último aviso del Señor: “Lavaos, limpiaos, quitad de ante mis ojos la iniquidad de vuestras acciones. Dejad de hacer el mal. […] Si vosotros queréis, si sois dóciles, comeréis los bienes de la tierra” (Is 1, 16, 19). Muchos siglos después, cinco mil hombres siguieron a Jesús por montes y estepas con esa misma docilidad, la cual fue recompensada comiendo hasta saciarse a partir de solo cinco panes y dos peces. Incluso llegó a sobrar comida como para llenar doce canastos, como doce son los apóstoles fundadores de la Iglesia que aún hoy nos da de comer no los bienes de la tierra, sino del Cielo. Estos cinco mil hombres aún no habían recibido la gracia de ser alimentados espiritualmente, y sin embargo, ya querían hacer Rey a Jesús (Jn 6, 14-15). Qué desgracia que, 1994 años después, cuando gozamos del grandísimo privilegio inmerecido de recibir al Señor mismo, no luchemos a cada minuto para que reine en España y en el Universo, qué desgracia que Puigdemont se plantee presentarse a las elecciones catalanas y que la amnistía le perdone a él y a otros separatistas 9,5 millones de euros en multas del Tribunal de Cuentas (mientras que Hacienda obliga a que se declaren todas las transacciones de Wallapop), qué desgracia que España no la gobierne Cristo sino un psicópata que planea convocar elecciones anticipadas después de las catalanas por la caída de los presupuestos generales del Estado y porque el PSOE se derrumba cuatro puntos en la intención de voto, y para ello reformará la Ley Orgánica 5/1985 del Régimen Electoral General para reducir a la oposición.
Antes de que empiece la Semana Santa, dejémonos curar nuestra ceguera original, de nacimiento, por Jesús como hizo con el ciego de Siloé, que dejó de ser ciego no por ver con los ojos, sino por decir: “Creo, Señor” (Jn 9, 38). Quizá algunos no estemos ya ciegos, sino muertos a la gracia, pero si se lo pedimos el Señor aún tocará nuestro corazón y nos hará hijos de la Iglesia como tocó el féretro del joven recién fallecido para resucitarlo y entregarlo a su madre (Lc 7, 11-17). Incluso también podría haber esperanza para quien no solo es un miembro muerto, sino putrefacto, como el novio de Ayuso quien, con el conocimiento de esta, utilizaba ocho empresas para hacer facturas falsas y eludir impuestos por las comisiones, empresas de las cuales una fue contratada por Salvador Illa: ¿no resucitó el Señor a Lázaro tras cuatro días en el sepulcro? “Para decir a los presos: Salid; y a los que moran en las tinieblas: Venid a la luz” (Is 49, 9) bajó Cristo del Cielo.
Y pese a todos estos milagros
ayer y hoy por medio de Su Iglesia fiel
el Señor
con tristeza
tenía que preguntarles:
“¿Por qué buscáis darme muerte?”
(Jn 7, 19).