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16 de junio de 2022 0

No es el calor, es otra cosa

(Por Javier Garisoain) –

Por favor, ¿pueden dejar de quejarse por el calor que hace? Si usted tiene una vivienda, o un trabajo, o unos horarios laborales que le hacen estar muy incómodo ahora que suben las temperaturas, tal vez la culpa no sea de un sol que está a 150 millones de kilómetros de distancia sino de quienes han organizado su vivienda o su trabajo como lo han hecho.

El clima que hay en España (y en la mayor parte de este planeta) es maravilloso. Los astros mas cercanos son inhabitables para nosotros y no existe ningún otro a nuestro alcance. Si no cree usted en la divina providencia al menos reconozca que hemos tenido mucha suerte. ¿Se han parado a pensar alguna vez que las temperaturas posibles van desde los -273º del cero absoluto a los 15 millones de grados del interior del sol? ¡Pues qué casualidad que de toda esa gigantesca cantidad las temperaturas más extremas de nuestra Tierra no oscilan más allá de 100º!

No se enfaden con los calores, ni con los fríos cuando toque. Acepten de una vez que el clima terrestre que acoge a nuestra especie está muy bien pensado… o que se ha producido por una casualidad extraordinaria. La inmensa mayoría de la humanidad nace, vive y muere dentro de una pequeña horquilla que varía entre los -20º y los 40º. Vistas así las cosas ¿a qué viene tanta protesta?

El ser humano es perfectamente capaz de adaptarse a climas extremos, incluso con tecnología primitiva como demuestran tuaregs o inuits. Y no creo que esas gentes se quejen tanto de los rigores climáticos como los pobres urbanitas occidentales del siglo XXI.

Volviendo a la cuestión de quién será el culpable de su falta de confort… No, no es culpa del verano, no es culpa del sol, no es culpa de la realidad natural. La responsabilidad de su desasosiego es de quienes han diseñado ciudades y formas de trabajar, desplazarse o divertirse que no tienen en cuenta la realidad, la meteorología o los materiales autóctonos. Y si me apuran es culpa también de los titulares alarmistas, de esas infografías diabólicas que pintan de rojo los mapas como para alentar la histeria colectiva.

Las ideologías, los voluntarismos, los idealismos, parecen juegos inocentes cuando se limitan a emborronar papeles pero cuando infectan al urbanismo, a la política laboral o a la de transporte… y cuando ocupan todos los grandes altavoces mediáticos… Entonces es cuando viene el choque con la realidad y con la misma humanidad. Es entonces cuando hacen sufrir de verdad.
Fíjense en la gente mayor que vive aún en entornos rurales o tradicionales. Ellos son como nuestros propios tuaregs o inuits. ¿Por qué apenas se quejan del calor o del frío? ¿No será que ellos, lo mismo que nuestros antepasados, vivían mejor adaptados al clima, construyendo, vistiendo, trabajando o divirtiéndose de forma auténticamente sostenible? La siesta, el botijo, el abanico, el adobe, la cal, los patios, los horarios, las comidas, las plantas, las fuentes, los sombreros, la fresca, el sol y la sombra… nada que tenga que ver con la sabiduría o la tradición popular parece tener cabida en las ofertas tecnológicas para la vida moderna. La famosa sostenibilidad insostenible de los veintetrentistas consiste en tratar a toda la humanidad como si fuéramos neoyorkinos, y por eso se empeñan en crear un mundo artificial, calefactado, refrigerado, iluminado y humectado para lograr el máximo confort. Y se creen que lo pueden lograr prescindiendo de la realidad. Perdonad que os hable con crudeza: todas vuestras cansinas quejas por la calorina demuestran que, al menos mientras dure esta ola, vuestra civilización ha fracasado.

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