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La verdadera fuente de la creación

(Por Javier Manzano Franco)—

En tiempos modernos se ha confundido la creatividad con una forma de genialidad individual desligada del sacrificio, del orden y del bien común. Pero desde una visión tradicional como la que sostiene el Carlismo, la auténtica creatividad no nace del capricho ni del mero intelecto, sino de la totalidad del ser: voluntad, carácter, disciplina, sensibilidad y fe.

Crear (ya sea una obra, un invento o una solución concreta para el bien de los demás) exige paciencia, humildad y constancia. Nada valioso surge sin esfuerzo ni sin la disposición de atravesar el fracaso y la dificultad. En una cultura arraigada en virtudes, la creación está al servicio del Bien, la Belleza y la Verdad, no del ego ni del mercado.

No basta con tener talento: es necesario aplicarlo en el campo justo, en aquello que te exige trabajo honesto y responde a una necesidad real. El orden católico enseña que todo lo creado ha de estar orientado a una finalidad superior. Por eso, el impulso creador solo da fruto cuando se alinea con el deber, con la comunidad y con la vocación verdadera de quien lo ejerce.

La creación verdadera nace del alma disciplinada y del servicio al bien común. Sin orden, no hay fruto duradero.

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