HOSANNA (I)
(Por Javier Manzano Franco)
Empieza la Semana Santa con un triunfo, el de la entrada de Cristo en Jerusalén aclamado por el pueblo como había predicho Zacarías (Zac 9, 9). El asna atada que recogen los discípulos en la aldea de Betfagé y sobre la que Jesús no sube es el pueblo judío, atado a la Ley vieja; en cambio, montará sobre el pollino al que nadie ha domesticado aún, símbolo del mundo pagano que sí creerá y se convertirá. Pero también los judíos le adoran, alfombrando el camino con sus mantos y con ramos de olivo y de palmera, tal como Dios les pidió en Lv 23, 40 que celebrasen la fiesta de los Tabernáculos. El Domingo de Ramos Jesús de Nazaret, al ser vitoreado como Hijo de David, es reconocido en Jerusalén como Rey legítimo del pueblo judío treinta y tres años después de que fuera reconocido como Rey legítimo un 6 de enero por tres magos paganos. Ya todos los pueblos le han aclamado: “reinará en la casa de Jacob por los siglos” (Lc 1, 32). Y sin embargo, en los siguientes días hemos visto cómo el Rey del Universo se humilla y se hace obediente hasta la muerte (Fil 2, 7), por lo que la Semana Santa ha de empezar con todos los seres del cielo, de la tierra y del abismo doblando la rodilla ante el Santo Nombre de Jesús (Fil 2, 8-11).
Pese al aparente fervor de todos los que seguían a Cristo en procesión, nos dice San Mateo que “dejándolos, salió de la ciudad, a Betania, donde pasó la noche” (Mt 21, 17). ¿Por qué Jesús “los dejó”? A esta gente tan devota, que iba en masa a gritar, a aplaudir y a buscar la mejor esquina desde donde verle (ay, si hubieran tenido móvil, ¡qué de manitas levantadas se habrían visto grabándole en vídeo para subirlo a TikTok!)… ¿no le vino bien quizá, al caer la noche, ofrecer alojamiento al Señor? Hablaremos más adelante de esta clase de gente y de los posibles motivos por los que el Señor no solo no se queda con ella, sino que además le manda diluvios.
El Lunes Santo, Jesús regresó a Jerusalén y estuvo gran parte del día predicando en el Templo, recibiendo los mayores ataques de fariseos y saduceos. Se cumplió entonces la profecía de Isaías (Is 50, 10): “Si el Señor Yavé me asiste, ¿quién me condenará? Todos ellos caerán en pedazos, como vestido viejo, como la polilla los consumirá”. Así, a despecho de aquellos católicos sionistas que se regocijan diciendo que “Jesús era judío”, Jesús maldice dos veces a este pueblo: por medio de la higuera, símbolo de Israel (Mt 21, 18-19); y declarando que “vuestra casa quedará desolada” (Mt 23, 38). Encuentra nuevamente refugio en Betania esa tarde, al igual que en días anteriores cuando su discípula María había derramado perfume de nardo sobre sus pies y los había enjugado con sus cabellos. En la queja de Judas Iscariote contra la adoración que María de Betania rinde al Señor oímos el mismo soniquete de los impíos que hoy día atacan a la Iglesia y su culto con la mayor de las hipocresías: “¿Por qué no vende el Vaticano todas sus obras de arte para alimentar a África?”, “¿por qué las hermandades no venden las imágenes con sus joyas y vestiduras y les dan el dinero a los pobres?”, vocifera esta canalla que no ha visto a un pobre en su vida (ni mucho menos la obra de caridad que realizan parroquias, conventos y hermandades) y que no pestañea en esquilmar al pueblo para hacer en los colegios talleres de aberraciones sexuales. Porque ni a Judas ni a esta horda les interesan los pobres, sino apropiarse de lo ajeno. Y a esta última, además, acabar con la única religión verdadera y con el derecho natural.
La Iglesia lee el Martes Santo la profecía de Jeremías (Jr 11, 18-20) sobre Cristo, llevado como “cordero manso” y contra el que conspiran Sus enemigos diciendo que pondrán “leña en Su pan”, excelente alegoría del tormento de Nuestro Señor, Pan del Cielo que será clavado en un madero. La conspiración se efectuará al día siguiente, cuando el Sanedrín pacte con Judas Iscariote la traición a Jesús; es por ello que, desde los primeros tiempos de la Iglesia, el miércoles tiene un valor penitencial y la Cuaresma comienza siempre en miércoles. En este día previo a la Pascua hebrea contemplamos dos visiones del Mesías por boca de Isaías: el Mesías guerrero en que creían los judíos, magníficamente vestido y teñido de la sangre de Sus enemigos, a los que aplasta lleno de grandeza y furor (Is 63, 1-7); y el Mesías verdadero, Varón de Dolores, cordero llevado al matadero, oveja muda ante los esquiladores, igualado a los malhechores, que salvará a los pecadores y por ello “recibirá muchedumbres” convertidas (53, 1-12). En el año 70, los judíos recibieron al Mesías tal como se lo figuraban: como un lagarero lleno de ira que redujo a mosto la ciudad de Jerusalén. Los primeros cristianos, por el contrario, extenderán el Evangelio por toda la Gentilidad gracias a la fe en un Dios que quiso inmolarse por amor a nosotros.
Por fin llegó el Jueves, día de la Pascua judía, y Jesús mandó a Jerusalén a dos discípulos a hacer los preparativos de la Última Cena: a San Pedro, que por haber sido el primero en reconocer la divinidad de Cristo representa la Fe; y a San Juan, que por haber inclinado su cabeza en el pecho del Señor, representa la Caridad. En este día, oiga el Remanente fiel lo que dice San Pablo a los corintios: que la Santa Misa no es “una cena” ni “un banquete” como nos quieren hacer creer los herejes (modernistas incluidos), sino “el anuncio de la muerte del Señor hasta que Él venga” (1Cor 11, 26), y que por eso mismo es un sacrilegio gravísimo comulgar a la ligera, porque “quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, es reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor” (1 Cor 11, 27) y “el que sin discernir come y bebe el Cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11, 29) (no por casualidad, estos versículos son omitidos durante el Jueves Santo en la Misa de Pablo VI). “Examínese, pues, el hombre a sí mismo” (1 Cor 11, 28) y acuda al sacramento de la Penitencia antes de atreverse a recibir al Señor, porque Este dijo a los mismísimos apóstoles: “Vosotros estáis limpios, pero no todos” (Jn 13, 10). En el confesionario está el mismo Jesús dispuesto a lavaros los pies; no despreciéis Su abajamiento, porque “si no te los lavo, no tendrás parte conmigo” (Jn 13, 8).
San Pedro se muestra en estas escenas movido por una falsa humildad al no querer que Jesús le lave los pies, y más tarde por un notable orgullo al declarar que jamás le negará aunque tenga que morir. Dios permite la cobardía y huida finales del Príncipe de los apóstoles para que de sus lágrimas renazca más fuertemente convertido y pueda terminar siendo en el futuro el primer Sumo Pontífice de la Iglesia y un santo mártir. ¡Cuánto rezaría la Virgen Dolorosa por la conversión de San Pedro! Roguemos nosotros a María, Madre de la Iglesia, por las lágrimas de conversión del actual sucesor de San Pedro, el cual desde 2013 ha negado a Cristo no tres veces, sino unas cuantas más. Hagamos un repaso de las negaciones más escandalosas, no con el afán vengador de tirar la primera piedra, sino con el amor que se tiene por un padre que pasa por un mal momento.
En la exhortación apostólica Amoris Laetitia, en la Carta a los obispos de la Región pastoral de Buenos Aires (5-IX-2019) y en las Acta Apostolicae Sedis n.º 108 de octubre de 2016, en que inserta esta carta y la declara “Magisterio auténtico”, Francisco niega la universalidad y el carácter absoluto del sexto mandamiento así como el propósito de todo cristiano de evitar el pecado, condición necesaria para recibir el sacramento de la Penitencia.
En el Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común (título de inequívocas resonancias masónicas) firmado junto con Ahmed Al-Tayyeb, Gran Imán de Al-Azhar, el 4 de febrero de 2019, Francisco niega la bondad y la voluntad de Dios y la unicidad de la misión salvadora de Jesucristo. A esto se une su participación en tres ceremonias idolátricas: la del 4 de octubre de 2019 en honor a la Pachamama y las de los días 25 y 27 de julio de 2022 en honor a los espíritus de los indios canadienses.
En el documental Francesco de octubre de 2020, dirigido por el activista sodomita Evgeny Afineevsky, así como en sus declaraciones del 15 de septiembre de 2021 y del 5 de febrero de 2023 a bordo de aviones y de los días 10 y 11 de marzo de 2023 a Infobae y a RSI, donde defiende a capa y espada las uniones civiles entre sodomitas, Francisco niega la ley divina sobre el matrimonio y el propósito de todo cristiano de evitar toda ocasión de pecado, condición necesaria para recibir el sacramento de la Penitencia.
En otro vuelo el 15 de septiembre de 2021, Francisco responde a las preguntas sobre si los políticos abortistas pueden comulgar diciendo que “la Comunión no es un premio para los perfectos” y que nunca ha negado la Comunión a nadie; un mes después, Biden comulga en Roma y en junio del año siguiente la abortista Nancy Pelosi hace lo mismo en la mismísima Basílica de San Pedro pese a haber sido excomulgada por su obispo. Francisco niega así la necesidad del sacramento de la Penitencia y la gravedad moral del aborto.
En octubre de 2023, Francisco concedió el derecho de votar en el infame Sínodo de la Sinodalidad a laicos, mujeres e individuos defensores de la anticoncepción, la fornicación, el adulterio, la fecundación in vitro, el aborto, el matrimonio y la bendición sodomíticos, la eutanasia, el matrimonio de sacerdotes y el sacerdocio femenino.
Las Navidades pasadas se tiñeron de pesar cuando el 18 de diciembre apareció la Declaración Fiducia Supplicans que autoriza la bendición de parejas fornicarias, adúlteras y sodomíticas y no de individuos, eludiendo así la obligación moral de todo cristiano de evitar el escándalo, pues este documento hace pensar que se acepta el pecado al omitirse en todos sus párrafos la palabra “conversión”. Que la bendición se haga fuera de la liturgia y aun del templo no la hace menos improcedente, pues no es el lugar lo que define la bendición sino la voluntad de Dios, y lo que se bendice es totalmente contrario a esta Voluntad. No solo los actos de fornicación, adulterio y sodomía son contrarios a Dios, sino la causa de ellos: el emparejamiento de dos personas que, de estar separadas, no los cometerían. Bendecir estas parejas, que no son sino causa y ocasión de pecado, es un pecado en sí mismo y de una gravedad sin precedentes en la historia de la Iglesia.