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5 de mayo de 2020 0 / / / / / / / / / / / / / / /

Ernesto Ladrón de Guevara: “Me resulta especialmente angustiante que se haya blanqueado el terrorismo de ETA” 

Ernesto Ladrón de Guevara es escritor. Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación y diplomado en Magisterio en Pedagogía Terapéutica. Fue procurador de las Juntas Generales de Álava y destacado miembro del Foro de Ermua.

Hay muchas personas en el País Vasco que tienen miedo a dar sus nombres por estar atemorizados…

Los procesos del miedo generan hábito. Bien lo saben quienes están orientando el confinamiento actual en una determinada dirección.

La masa, como concepto que encierra en sí mismo el sumatorio de individuos que pierden su individualidad para confundirse en la grey, lo definió con plena exactitud el psicosociólogo Gustave Le Bon a finales del siglo XIX, en su obra La psicología de las masas. Las masas pueden moldearse de dos maneras: mediante el adoctrinamiento o reconfiguración mental para la modificación cognitiva y por el miedo. Ambas de forma diferenciada o complementaria. El miedo puede ser originado por diferentes génesis, bien por el temor a perder la vida o la salud, o por ser segregado de la sociedad y orillado, sumido en el ostracismo. Tanto uno como otro se han producido en la sociedad vasca.

ETA fue el instrumento para disuadir cualquier expresión formal o informal de crítica al statu quo o hegemonía social y cultural del nacionalismo, el cual ha actuado por el consabido sistema del palo y la zanahoria. Así se han moldeado las sociedades monolíticas en el País Vasco y ahora en Navarra, una vez que se ha provocado la exclusión social del disidente o la diáspora de 200.000 ciudadanos vascos por serles irrespirable el ambiente social.

El adoctrinamiento se ha realizado en la escuela, en la universidad, en las sociedades gastronómicas, culturales, recreativas, etc.

En definitiva, todo ello ha configurado una cosmovisión colectiva que disuade cualquier forma de discrepancia con el sistema, y de hasta la más simple expresión. Me ocurre a mí mismo, que cuando en grupos de amigos quiero manifestar mi forma de ver las cosas siempre sale alguien que me dice: Ernesto, no hables que produces desasosiego y malestares, “ofendes a sensibilidades”. Y yo me pregunto siempre: ¿Quién es el victimario: el que pone límites al razonamiento o quien lo expresa?

La sociedad vasca no es democrática. Lo he dicho hasta la extenuación y lo he fundamentado. Nadie hasta ahora me ha rebatido, bien porque no hay argumentos para contradecir mi tesis o bien porque la estrategia aplicada es la del silenciamiento, con lo cual se invisibiliza al discrepante, se le hace transparente y la gente no lo ve.

Este fenómeno se produce fundamentalmente en las personas mayores.

Sin duda. El tramo de edades de los sesenta a los noventa años ha vivido el proceso de la Transición y de la transformación pactada de un régimen autoritario a otro que formalmente era una democracia, generándose unas enormes expectativas de paso de un sistema a otro de pluralismo de partidos políticos, sin ser conscientes de que eso no era un sistema representativo y por tanto democrático, sino una partitocracia que Gonzalo Fernández de la Mora criticaba en su fundamental libro El crepúsculo de las ideologías.

Esas personas, en cuyo grupo yo me encuentro, se dividen fundamentalmente en dos grupos: aquellos inamovibles en sus esquemas mentales, conformadas por pseudoideologías y falacias, y los que conservan o han adquirido por experiencia y formación su capacidad de análisis y crítica. Pero unos y otros han vivido experiencias vicarias traumáticas, y recogido en su tránsito vivencial múltiples sensaciones de temor, miedo o evasión ante el riesgo o el peligro. En el caso vasco, ese colectivo demográfico tiene en su subconsciente la sensación de miedo. Cosa que las personas del tramo de edad entre los veinte y los cuarenta años no han vivido con esa intensidad, o lo han experimentado como algo cotidiano. O bien han sido inmersos en ese caldo nebuloso del moldeamiento mental. Entre los cuarenta y los sesenta años hay una franja de población más plural en las sensaciones, experiencias y elementos de análisis y crítica. En el caso vasco eso se ve con especial claridad.

En las poblaciones de mayoría abertzale la presión es muy fuerte.

En esas poblaciones desde hace décadas las libertades y los derechos constitucionales han estado ausentes. Los sistemas de control social, de persecución al disidente o de simple dinámica de interacción social han quedado inmersos en un caldo de represión, similar al que hubiera habido en sociedades soviéticas o de regímenes característicamente totalitarias. Esa situación se ha perpetuado en el tiempo y se ha cronificado. El caso paradigmático es el de Alsasua o Etzarri Aranaz, por poner dos ejemplos muy sonados, pero no son los únicos.

Se producen en la mayoría de las localidades guipuzcoanas y en la Comarca de Lesaca de Navarra que es la punta de lanza en la conquista de Navarra para configurar la Euskalherría de Federico Krudwig, en su obra “Vasconia”, que fue un racista que diseñó la nacionalización de las masas a través de una lengua unificada mediante un trabajo de laboratorio filológico para crear una nación ex novo. ETA se inspiró en ese personaje para crear su proyecto independentista por la acción violenta y cultural. En ese caldo de cultivo la libre expresión de ideas es imposible, salvo que seas un suicida.

Todo lo que evoque mínimamente a España, al Ejército o a la Guardia Civil es denigrado con saña en el País Vasco.

Evidentemente. Nadie puede hacer de forma libre un gesto simbólico o razonado a favor de España, Ejército o Guardia Civil sin recibir consecuencias. Los efectos diferidos, en este momento, son de exclusión social, de estigmatización, lo cual te lleva al etiquetado de persona rara, asocial.

Yo estoy en este momento pasando el confinamiento por el “Covid 19” en una segunda vivienda a la que vine antes de declararse el Estado de Alarma para escaparme riesgo que tenía la extensión de los contagios en mi ciudad de residencia habitual que es Vitoria. En mi casa cántabra he puesto en el balcón una bandera española con un crespón negro. Parece normal que una persona en cualquier país del mundo muestre su amor y solidaridad con sus compatriotas del país donde se ha nacido, se trabaja, se ama y se vive, donde se comparte una historia y cultura común. Sin embargo, en algunas partes de nuestra querida España poner una bandera española es significarse como enemigo sometido al arrinconamiento social, al señalamiento.

Confieso que yo, que no soy un timorato ni especialmente cobarde, cuando iba al Cuartel de la Comandancia de la Guardia Civil de Vitoria en el día de El Pilar a compartir sus celebraciones en aquellos años del plomo, miraba a mi alrededor a ver si había alguien observando y tomando nota, con cierta sensación de temor. Hace tiempo que no he vuelto a ir porque mis recuerdos son desagradables al recordar ese estado de cosas y eludo percepciones que me conturban.

Esa realidad es común, aunque yo decidí hace tiempo no ocultarme, porque es peor asumir que tienes miedo y que te acomodas a la ausencia de libertad que sus riesgos inherentes. En definitiva todo ser con una autoestima suficiente para ser persona autodeterminada debe partir del hecho de asumir su dignidad, y eso tiene sus peligros.

Desgraciadamente tenemos a Bildu en las instituciones, algo que finalmente no se pudo o, más bien, no se quiso evitar.

A mí me resulta especialmente angustiante que se haya blanqueado el terrorismo y mezclado en un totum revolutum a los terroristas con las acciones policiales presuntamente vulneradoras de derechos humanos como si estuvieran en el mismo rango de comparación. Eso es un intento justificatorio inaceptable y vomitivo.

Esa perversión que ha compartido la izquierda con los proetarras y nacionalistas abrió la puerta a los que durante décadas privaron a la sociedad vasca de un régimen de libertades para que en muchos casos se hicieran dueños de las instituciones o participaran en ellas, en una amnistía encubierta con la condición de que no asesinaran. Habrá a quien eso le parezca bien. A mí me parece inmoral y corrupción.

No entiendo que la izquierda, tras el borrón y cuenta nueva de la Transición, vuelva a las actitudes revanchistas, y sin embargo perdone a ETA lo que ha hecho, cuando muchos de sus compañeros (me refiero al PSOE) murieron en atentados de ETA. Me parece de una perversión moral imposible de aceptar.

Bildu debería ser un partido ilegalizado, como lo son otros partidos en otros países.

Y el PNV, a pesar de su aparente ambigüedad, sigue remando en la misma dirección que Bildu.

No hay que olvidar que nacionalistas y etarras compartían los mismos objetivos y fines, salvo en la ideología comunista. Su finalidad era secuestrar las libertades de la población vasca y subyugar los derechos individuales para someterlos a un discurso monocorde y separatista. Y han articulado estrategias y acciones de modificación cognitiva e ingeniería social para lograr los fines separatistas y de control social.

El ideológo Luis Eleizalde diseñó en 1910 la estrategia nacionalista en un ideario que se basaba en controlar todos los elementos de control cognitivo, desde la escuela y la universidad pasando por los batzokis, sociedades gastronómicas y culturales, medios de acción social ete, para “el control total y pleno dominio”. Desde entonces, durante una centuria, el PNV no ha cejado de dar pasos en esa dirección, con una persistencia y eficacia encomiables. Es el único partido que no ha cambiado de rumbo en cien años.

Sin duda ha habido una unidad de fines y de estrategia en las situaciones más abyectas de ETA. Yo creo que eso está suficientemente descrito en la extensa bibliografía al efecto y la hemeroteca. El explicarlo me causa agotamiento porque es una evidencia para cualquiera que haya vivido esta época de plomo y fuego. Otra cosa es que en ciertos momentos por una razón u otra eso se tratara de maquillar. El simple hecho de que el PNV trate de blanquear ese tenebroso y oscuro periodo es suficientemente significativo. Lo normal es que si, como a los demás, lo que ha ocurrido en su Euskadi de cartón piedra fuera realmente repugnante para ellos, hicieran piña con quienes queremos conservar en la memoria lo que ha pasado por una mera razón de justicia, para que, al menos, no vuelva a ocurrir y sirva de ejemplo de lo que está mal para futuras generaciones. Pero están siempre en posiciones ambiguas, en el tira y afloja.

Es evidente que no hay una verdadera oposición, porque socialistas y populares pugnan entre ellos para ganarse los favores del PNV anhelando que sea compañero de viaje en sus afanes de poder, con lo cual en el imaginario colectivo los nacionalistas son los amos de la barraca, los que ejercen un poder perpetuo. Y nadie quiere estar toda la vida en posiciones de rebeldía con un poder que en sí mismo es un Régimen.

Por eso hay una sensación de calma, que es la calma de un Régimen donde no hay nada que se mueva que no esté bajo la mirada y el control nacionalista. Yo llamaría la calma de los cementerios, porque no hay vida social, entramado cívico.

La presencia de Vox en la región sería una verdadera oposición.

Dudo mucho que Vox entre algún día en las instituciones. Lo que he explicado anteriormente es suficientemente descriptivo para eliminar cualquier posibilidad real a que Vox se asome a las instituciones vascas. Para empezar hay que ser muy héroe para presentarse a unas elecciones en representación de Vox, teniendo vecindad administrativa en tierras vascas, y sabiendo que en el acervo común de pensamiento de eso que llamamos “pueblo vasco” está muy acendrada la idea de que lo “facha” ha de ser combatido, cuando los verdaderos fachas son los que impiden el pluralismo político, de forma muchas veces sutil e imperceptible, pero efectiva. La verdad es que en estos momentos veo esa conducta en la mayoría de los partidos nacionales, pero la diferencia es que en el resto de España aún hay vida, hay esperanza, hay pluralismo político y social.

Por supuesto que a mí me gustaría que se presentara y ganara Vox en unas elecciones vascas, pero yo mismo debería ser coherente con lo que digo y postularme para ir en sus candidaturas, y, sinceramente no me atrevo.

Puedo tener muchos defectos, pero la hipocresía y la falsedad no forman parte de mi forma de ser. Poco más tengo que decir al respecto, y lo afirmo con sensación de fuerte frustración.

Javier Navascués Pérez

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