Economía
¿Cuántas veces te ves preocupado porque no llegas a fin de mes? ¿Cuántas veces has tenido que hacer malabares para poder pagar todo lo que supone llevar una familia adelante: hipoteca, prestamos, la educación de los hijos, la luz cada vez más cara, etc? ¿Cuántas veces, además, has tenido que escuchar de boca de los políticos de turno que España va bien y que nuestra economía va como un cohete, mientras tú tienes que estar restringiendo cada vez más gastos y viendo la escalada del precio del aceite de oliva (más aún en caso de que seas el agricultor que lo produce y que ha tenido que vender su cosecha a pérdida)?
Es fácil caer en el recurso de afirmar que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero hay cuestiones en las que, evidentemente, esto es así. Si recordamos la situación económica de nuestros padres, vemos que era mucho mejor que la nuestra en la actualidad. Era fácil acceder a la vivienda, las hipotecas se pagaban en pocos años, era posible comprar un buen coche y disponer de un tiempo de ocio de calidad. Progresivamente esta situación fue empeorando, al principio lentamente, y a partir de 2002 a un ritmo desmesurado. El precio medio de un café antes de la entrada del euro era de 120 pesetas (0,72€) y, en pocas semanas, ese mismo café pasó a costar 1,20€. Todo esto dio pie a diversas operaciones especulativas cuyo máximo exponente fue la burbuja inmobiliaria y la acción de la banca que, movida únicamente por un ilegítimo ánimo de lucro, ofrecía prestamos imposibles sin garantía de que se le fueran a pagar, incitando a un consumo desmesurado y creando en el ciudadano la ilusión de una capacidad de endeudamiento por encima de sus posibilidades. El final fue bien conocido: la tan cacareada crisis de 2008 que provocó la intervención de la Unión Europea y las restricciones que desembocaron en la obligatoriedad de medidas de ajuste que, al final, cargaban toda la responsabilidad en el consumidor pero nunca en los usureros que prometieron duros a peseta y cuyo rescate aún estamos pagando.
Muchos aún creen que deben debatirse entre los polos de dos únicas políticas económicas: la izquierda, socialista posmarxista; y la derecha, capitalista liberal. Con esa engañifa nos tienen entretenidos, trabajando en polarizar a la población en una continua gresca para que, mientras estemos entretenidos royendo ese hueso, ellos puedan obrar tranquilamente bajo cuerda. En verdad no son tan diferentes. El primero de ellos trata de concentrar la propiedad y el dinero en manos del Estado, que dispone de ellos sin tener rendir cuentas a nadie, repartiendo sus migajas mientras nos convencen de que ellos son los que nos protegen y cuidan mediante ayudas y subvenciones más que cuestionables. Los otros intentan que dicha propiedad y dinero se concentren en cuantas menos manos mejor, creando así un pequeño grupo elitista que especula obteniendo un beneficio que nunca comparte con los trabajadores.
Cualquiera que lea esto dirá: y entonces ¿dónde está la solución? Pues la solución está en implantar unas medidas económicas que favorezcan realmente el bien común, y esto solo se puede lograr mediante una visión económica que permita que a la propiedad y al dinero se pueda acceder por cuantos más mejor, creando así un tejido social intermedio que realmente participe de los beneficios y pueda intervenir directamente en las medidas económicas que le influyen directamente, favoreciendo el cooperativismo y la libre participación en los bienes de los organismos sociales. En definitiva, recuperando una soberanía económica que nos ha sido arrebatada por las estructuras deshumanizadas de una autoridad europea, sin tener en cuenta la realidad de las familias ni de la patria, lo que ha llevado, entre otras cosas, a la caótica situación del sector agrario nacional, propiciando que sea más barato comprar cítricos a Marruecos que nuestra propia producción de naranjas y limones, que se vende a precio de oro pero cuyo beneficio no repercute en el bolsillo del agricultor que se desloma trabajando de sol a sol, obligado a malvender su cosecha por pocos céntimos que muchas veces ni siquiera cubren gastos.
Igualmente se debe procurar que la banca, sin renunciar evidentemente a unos beneficios morales, justos y legítimos, cumpla una verdadera función social, permitiendo el ahorro y el acceso al crédito, a unos intereses justos y que no dependan de una macroeconomía especulativa que cuando va mal la debemos soportar entre todos pero que cuando va bien no repercute en la población, o lo hace de una forma que apenas se nota.
Y de la misma forma que quien lea esto se pregunta por la solución, se preguntará ahora: ¿quién está dispuesto a promover dichas medidas? Desde la Comunión Tradicionalista Carlista pretendemos que desaparezcan las injustas desigualdades en la posesión de las riquezas y trabajamos en pos de una justa distribución de los medios económicos para así lograr que cada familia española pueda, mediante su trabajo, disfrutar de una vida digna, con sus necesidades cubiertas y sin tener que verse atrapada en la red de la política de las paguitas y las ayudas que finalmente la privan de su libertad y de su necesidad de desarrollarse como personas mediante una actividad laboral que las dignifique, pudiendo acceder mediante sueldos justos a una vivienda digna y una vida tranquila.