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9 de febrero de 2024 0 / / / / /

DILUVIO

(Por Javier Manzano) –

Llueve con violencia. Bramando caen las lluvias como ríos sobre las ciudades como caen, de punta, doce estrellas sobre los campos españoles. Íntimo anhelo de que las aguas limpien y barran a las raposas coreando una canción que con su humo oculta los cultivos, a los corsés equivocados de cuerpo y no a los cuerpos equivocados (el cuerpo nunca es el equivocado). Recuerdo entonces otras cataratas que se abrieron en el cielo in illo tempore, que ahogaron todo lo abominable como ahogado será finalmente el reptil, mientras un remanente de ocho personas se mantuvo fiel entre pez y madera por encima de las olas. Y al cuadragésimo día, y limpia ya la tierra, la llenaron, crecieron y se multiplicaron sobre ella.

Si aquella Arca fue construida con “leño deleznable” (Sb 10, 4), de un Leño Santo se hizo la nueva Arca. Si a aquella Arca fueron invitadas ocho personas, a la nueva Arca fueron invitadas todas las naciones. Fuera de ella, por más alto que griten los ahogados, no existen ni la salvación, ni la verdad, ni la libertad (Jn 8, 32). Fuera de ella, la borrasca. El Diluvio.

Fue así como la Ciudad que regía el mundo y que se había embriagado con la sangre de los mártires recibió el doble de sus propias obras (Ap 18, 6) y terminó ahogada en su propio plasma, ministrado por los godos, los hunos, los hérulos. La carne de esta civilización decrépita debió ser purificada en el crisol germánico para hacer brillar su espíritu quintaesenciado, el cual fue puesto a salvo en la nueva Arca.

Dos siglos después se desató otro tsunami avivado por la luna creciente. Bárbaras olas engulleron Siria, Palestina, Egipto, el Magreb, España, Bizancio. La nueva Arca fue entonces nuevo caballo de Troya, refugio del valor, del honor y de la fuerza, que en estampida salieron a galope y en el nombre de Santiago a frenar la tempestad (Job 38, 11) en Covadonga, Navas de Tolosa, Granada, Lepanto, Viena. Ahora ladra nuevamente este mismo maremoto impío. Amenazando con anegar Europa en espumarajos.

Desde entonces, diversos diluvios se han sucedido: protestantismo, racionalismo, liberalismo, masonería, ateísmo, laicismo, socialismo, materialismo, comunismo, modernismo, posmodernidad. Los torrentes se han colado procelosos incluso en la Ciudad del Vaticano y el nivel del agua alcanza ya la cúpula de San Pedro. Y sin embargo, todavía queda un remanente fiel dentro de la nueva Arca sujetando sus lámparas en alto, porque “nadar sabe mi llama la agua fría”. Un Arca nueva pero a la vez bimilenaria que, en estos últimos días, tiene más forma de tractor que de Domus Sanctae Pachamamae.

Que siga lloviendo. Anhelo íntimo de que la tierra, la tierra de España, sea purificada. Desbrozada. Y de que el agricultor entonces siembre semillas, o palabras, que encierran a la familia, a los fueros, al Rey legítimo.

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