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Cada deber tiene su dignidad

(Por Javier Manzano Franco)—

Recuerda que no todos estamos llamados a destacar públicamente ni a ocupar lugares visibles. El valor de una vida no se mide por su fama ni por su éxito en el mundo moderno, sino por su fidelidad al deber recibido y su contribución silenciosa al bien común. En el orden tradicional que el Carlismo defiende cada persona tiene un lugar, y ese lugar, aunque modesto, es necesario y noble si se ocupa con virtud.

No es necesario ser jefe de empresa ni figura pública para servir a Dios, a la Patria y al Rey legítimo. Basta con desempeñar bien el oficio propio: trabajar con diligencia, vivir con honor, formar una familia sólida y educar a los hijos en la Fe. El campesino que cultiva la tierra, el obrero que forja con esmero, la madre que cría a sus hijos con sentido del deber contribuyen tanto a la restauración del orden como el pensador o el líder.

El Carlismo reconoce la dignidad de todos los trabajos bien hechos y de todas las vidas orientadas al servicio. No hay tarea pequeña si se ejerce con fidelidad ni hay vocación irrelevante si se vive con entrega. En una sociedad orgánica nadie es intercambiable: cada persona encarna una misión concreta y es su responsabilidad cumplirla con virtud, sin buscar aplauso ni reconocimiento, sino cumpliendo con Dios y con la Tradición.

No todos los llamados son iguales, pero todos son necesarios. La grandeza está en cumplir el deber que te corresponde.

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