El 23-F fue un punto de inflexión entre un Régimen recién creado a punto de desmoronarse y el inicio de una etapa de “plenitud” democrática (al menos en el imaginario del pueblo). En una noche la figura de Don Juan Carlos podía hundirse nada más haber zarpado o consagrarse para la historia democrática de la Nación. La historia oficial del 23-F es que Don Juan Carlos frenó una intentona golpista. Un discurso televisado devolvió a los tanques a los cuarteles y la democracia se salvó. Desde entonces el rey Juan Carlos fue reconocido por la sociedad española como el garante de las instituciones y el defensor de la democracia. Su prestigio como un monarca demócrata creció considerablemente y así durante decenios los han demostrado las encuestas.
Años después las investigaciones y obras periodísticas ha intentado salir a la luz, no sin dificultades, proponiendo nuevas versiones de los hechos: el coronel Amadeo Martínez Inglés escribía 23-F. El golpe que nunca existió (su libro La transición vigilada ya había sido retirado del mercado a los 15 días de ver la luz) o Jesús Cacho El negocio de la libertad, hasta la última obra sobre Suárez, de Pilar Urbano recientemente publicada. Las síntesis de estas nuevas teorías conspiranoicas o reales pasamos a relatarla. La tesis de Amadeo Martínez es que: “Los golpes militares se dirigen desde el primer momento contra la cúpula del Estado, en este caso contra el rey; sin embargo, el 23 de febrero de 1981 al monarca no lo molestaron”. Por eso: “Los guardias civiles que entraron en el Congreso de los Diputados bajo las órdenes del teniente coronel Tejero no iban en contra del rey, iban precisamente en su nombre, incluso dando vivas al monarca, como se observó en la televisión”. La conclusión sería la siguiente: “Fue una maniobra político-militar- institucional, puesta en marcha por el propio sistema, desde la Corona, para desactivar un golpe militar que se estaba fraguando para el 2 de mayo en los ambientes más radicales de la extrema derecha española, era un golpe contra el rey, preparado por militares que deseaban que España volviera al totalitarismo.”
Excepto Armada que mantuvo un silencio sepulcral respecto al papel de Juan Carlos, el resto de imputados coincidieron en que el rey estaba enterado de todo y que participó en el plan de actuación.
Tras el fallido Golpe, se iniciaron rápidamente los procesos judiciales, los informes, a la par que la prensa creaba el mito del rey democrático. Sabino Fernández Campos, funcionarios e instituciones maniobraron perfectamente para dejar a Juan Carlos al margen del procedimiento judicial. Por el contrario, los abogados defensores mantuvieron la tesis de que los militares insurrectos habían actuado “por obediencia debida” al rey. Pretendieron que Juan Carlos prestara declaración como testigo, como mínimo por escrito, pero no hubo forma. En su lugar declaró Sabino Fernández Campos. Excepto Armada que mantuvo un silencio sepulcral respecto al papel de Juan Carlos, el resto de imputados coincidieron en que el rey estaba enterado de todo y que participó en el plan de actuación. Como muchos de los imputados aludían cumplir órdenes reales, la anodina del Supremo, declaraba: “No sobra razonar que si, hipotéticamente y con los debidos respetos a Su Majestad, tales órdenes hubiesen existido, ello sin perjuicio de la impunidad de la Corona que proclama la Constitución, no hubiera excusado, de ningún modo, a los procesados, pues tales órdenes no entran dentro de las facultadas de Su Majestad el Rey, y, siendo manifiestamente ilegítimas, no tenían por qué haber sido obedecidas”.
El “informe Jáudenes” fue incorporado a la causa y después devuelto. Curiosamente en los 13.000 folios del sumario del juicio sobre el 23.F no se hace ninguna mención a Juan Carlos.
El “informe Jáudenes” fue incorporado a la causa y después devuelto. Curiosamente en los 13.000 folios del sumario del juicio sobre el 23.F no se hace ninguna mención a Juan Carlos. En cuanto a la implicación de políticos, y muy especialmente de los socialistas, de los que enseguida trataremos, salieron incólumes del juicio. Sinteticemos el informe, pues es uno de los pocos documentos que mantiene su vitalidad quizá por haber estado enterrado tantos años y nos redescubrir una interpretación sin demasiadas contaminaciones. En su momento fue entregado, por orden del entonces ministro de Defensa, Alberto Oliart, al general José María García Escudero, instructor de la causa abierta en la jurisdicción militar por el 23-F. Pero no pudo ser incorporarlo al sumario por su carácter secreto. El origen del informe Jáudenes se remonta a la misma tarde del 23 de febrero de 1981, pocas horas después de que Tejero, secuestrase el Congreso de los Diputados.
Desde hacía meses el General Armada le repetía machaconamente a Juan Carlos de Borbón, la situación de ingobernabilidad de España. Le plantea una “solución de Estado”, un “un golpe de timón” que permita coger las riendas de la situación política.
La figura clave del golpe de Estado fue el General Alfonso Armada que le unía a Don Juan Carlos una vieja amistad, desde la juventud de éste último y en cuanto su preceptor. Vamos cuál fue su papel en el golpe de Estado, y de rebote el de su discípulo. El general despachó con el rey once veces durante algo más de un mes antes del golpe. Siguiendo la versión de Pilar Urbano (y otros autores), que se han encargado de desprestigiar rápidamente, el 4 de enero de 1981, el Borbón recibe a Alfonso Armada en Baqueira. Desde hacía meses Armada le repetía machaconamente la situación de ingobernabilidad de España. Le plantea una “solución de Estado”, un “un golpe de timón” que permita coger las riendas de la situación política. Armada ya había tenido numerosas reuniones con políticos que iban desde Alianza Popular al PSOE y todos estaban de acuerdo en formar un gobierno de salvación nacional. Armada avisa al rey del ruido de sables y de una posible involución sino se actúa rápido. Don Juan Carlos sólo veía un gran obstáculo: Suárez, que continuaba siendo presidente del Gobierno. El mismo día llama al presidente Baqueira y éste debe acudir en helicóptero desde Ávila. Ahí empiezan a agravarse el desencuentro de ambos personajes. Se supone que Juan Carlos le avisa de su necesidad de que abandone el gobierno o acepte un gobierno de concentración nacional. Suárez intuye la traición y la posible puesta en marcha una moción de censura contra él. Según Pilar Urbano, “para Suárez estaba claro que el alma del 23-F era el Rey”.
Ateniéndonos al anteriormente citado “Informe Jáudenes” se desprende que los ruidos de sables estaban siendo provocados por el propio Armada con la inestimable ayuda del CESID y el comandante Cortina, con civiles, políticos, empresarios e incluso periodistas. Por eso, se hacía “imprescindible” la “Operación Armada”. A modo de testimonio, de la participación de Armada en todo el complot, tenemos las únicas declaraciones de Milans del Bosch a Martínez Inglés sobre esos acontecimientos, ya en la cárcel: “El rey quiso dar un golpe de timón institucional, enderezar el proceso que se le escapaba de las manos y, en esta ocasión, con el peligro que se cernía sobre su corona y con el temor de que todo saltara por los aires, me autorizó actuar de acuerdo con las instrucciones que recibiera de Armada”. La crisis interna del “golpe del golpe” (en alusión a un golpe de timón que debía frenar los hipotéticos golpes que se estaban preparando) fue la actitud de Tejero. Su entrada en el parlamento como un elefante en una cacharrería, pistola en mano, no podía ser aceptada por el Rey.
Ante toda España se estaba televisando un golpe de Estado a la vieja usanza y no un golpe de timón ministerial. Juan Carlos, sus asesores y Sofía se pusieron tan nerviosos que pese a las promesas de Armada de que todo se arreglaría, empezó a dejar en la estacada a todos aquellos que actuaban en su nombre
Ante toda España se estaba televisando un golpe de Estado a la vieja usanza y no un golpe de timón ministerial. Juan Carlos, sus asesores y Sofía se pusieron tan nerviosos que pese a las promesas de Armada de que todo se arreglaría, empezó a dejar en la estacada a todos aquellos que actuaban en su nombre: Milans del Bosch, Armada, etcétera. No se estaba produciendo lo que en 1980 un empresario había definido como la necesidad de “cambiar el alambre, pero no los postes”. Para colmo mientras Tejero espera a la “autoridad competente” llega armada con una lista del futuro gobierno provisional, entre ellos Felipe González y varios socialistas. Tejero se da cuenta de que ha sido utilizado para algo de lo que ni siquiera imaginaba participar: abrir las puertas del gobierno a la izquierda. Y ahí es donde todo acaba. Sólo es cuestión de horas de que hagan desistir a Tejero. Todo se ha ido al traste. Y más cuando Don Juan Carlos ordena a las unidades militares volver a los cuarteles.
El relato del encuentro de Tejero y Armada en el Congreso es más o menos coincidente en todos los testigos. Armada llegó para recibir la “autoridad militar” que esperaban, el “elefante blanco” (que se deduce debía ser el propio Juan Carlos).
Tras fallar el golpe de Estado, el 24 de febrero, Suárez aún tiene arrestos de presentarse en la se presenta en Zarzuela. Tras su liberación, es informado por Francisco Laína de que ha sido Armada quien había organizado el golpe. En la Moncloa, se encierra con Arias-Salgado y Meliá, y les pide un informe urgente para ver si es posible revocar su dimisión. La investidura de Calvo-Sotelo, interrumpida por Tejero, se reanudará el día siguiente, a las seis de la tarde. El cese de Suárez aún no se ha publicado en el BOE. Suárez va a la Zarzuela intentando presionar porque conoce toda la verdad: “Para Suárez está clarísimo ya en ese momento que la Operación Armada nace en Zarzuela y que el alma es el Rey: que don Juan Carlos es el muñidor para que Armada sea el presidente de un gobierno de concentración. Incluso que el mismo Rey conocía el Gobierno que el golpista tenía preparado. Un Gobierno en el que, entre otros, Felipe González iba de vicepresidente”, dice Pilar Urbano. Aunque fuera condenado, el general Armada siguió teniendo mucha amistad con el rey, con quien hizo un pacto de silencio: “No acusó a su señor, se calló y estuvo solamente cinco años en la cárcel, después lo indultaron. Sin embargo, el general Milans, un hombre completamente distinto de Armada, no es un hombre de Palacio sino un militar más puro, fue engañado y abandonado, siguió en la cárcel durante nueve años” (Martín Inglés).
Javier Barraycoa
Fuente: “Doble Abdicación”