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14 de mayo de 2017 0

Gibraltar no es una colonia. Es peor.

Es un tópico decir que Gibraltar es la última colonia de Europa. Pero en terminología histórica, una colonia es, o bien (en su acepción clásica) un asentamiento nuevo de población nativa de la metrópoli, o bien (más modernamente) un territorio exterior ocupado cuyas materias primas son explotadas por esta, que lo emplea como mercado para sus productos manufacturados. O bien ambas cosas. Gibraltar no es ninguna de estas, sino más bien algo distinto.

El estrecho de Gibraltar ha sido un paso comercial de gran importancia desde la época de Tartessos y los fenicios, cuando se le denominaba las columnas de Hércules. Por ello, era estratégicamente relevante en tanto que llave del acceso marítimo al mar Mediterráneo. En esa gran conflagración europea que fue la guerra de sucesión al trono de las Españas, entre Francia y sus aliados contra el resto de potencias, un ejército británico se apoderó del Peñón de Gibraltar, la “columna de Hércules” septentrional. Iniciaba entonces el reino hereje de Albión su expansión mercantilista por América y le interesaba dominar la bisagra que unía Mediterráneo con Atlántico. Tras la firma del tratado de Utrecht, retuvo firmemente la posesión de Gibraltar, que se convirtió en una plaza fuerte. Su población original fue expulsada, y repoblada principalmente por malteses. Su base naval fue de las más importantes del mundo, y su momento más célebre acaeció durante la batalla de Trafalgar en 1805, en la que los ingleses se afianzaron como la primera fuerza naval.

El Reino Unido extendió su imperio por cuatro continentes, llegando a su pináculo con la incorporación de las fabulosas riquezas de la India, y posteriormente el petróleo del Golfo Pérsico, traídos a través del canal de Suez, y custodiados por una serie de bases que jalonaban el Mediterráneo: Chipre, Malta y la más importante de todas, Gibraltar. Alcanzó su cénit (y ocaso) con su papel clave durante la segunda guerra mundial. A partir de 1945, la pérdida del imperio colonial británico y la creación de la OTAN privaron de todo sentido a la base militar gibraltareña.

Añádase que en tan vital estrecho, la única otra base militar de importancia (mayor importancia, actualmente) es la aeronaval de Rota-Morón de la Frontera, en Cádiz, tildada falsamente de hispano-estadounidense, pues es un bastión de las fuerzas armadas yanquis con algunas unidades cipayas españolas, situado en nuestra tierra por cesión de los sucesivos gobiernos usurpadores de España desde hace sesenta años.

En las últimas décadas, el gobierno de Londres ha convertido a Gibraltar en otra de sus excolonias especializadas en operaciones financieras ilícitas (Islas Caimán, Bermudas, Bahamas, Granada, etc). En otras palabras, una isla de Jersey soleada. No contentos con dedicarse a blanquear dinero negro procedente del tráfico de armas o drogas, de la prostitución, o del saqueo de arcas públicas, los británicos han dedicado el peñón a otras actividades tan inmorales como el contrabando de tabaco o la sede de empresas internacionales de apuestas en red. Así es como los gibraltareños medran, engordan y se corrompen, como siervos necesarios del lumpen internacional.

Ese es el resumen del cacareado “autonomismo” gibraltareño y su acendrado “britanismo”: una cueva de piratas, como siempre han obrado los ingleses en política exterior desde que Enrique el adúltero decidió entregar su pueblo a la herejía. Si España garantizara legalmente a los gibraltareños mayores privilegios en sus actividades indecentes de lo que lo hace el Reino Unido, veríamos nacer entre ellos un insólito patriotismo hispano. Tal es el efecto de la victoria de la filosofía liberal, que antepone el egoísmo y el interés crematístico al amor por la patria. Porque, triste es decirlo, después de los británicos, quienes más emplean Gibraltar para operaciones de “lavado de dinero” y empresas pantalla para evadir impuestos son los españoles más ricos y poderosos.

Con semejante actitud, que antepone el enriquecimiento inmoral propio a la integridad de la patria, no esperemos que nuestras autoridades hagan algo para acabar con ese vergonzoso escándalo llamado Gibraltar. Con menor motivo desde que formamos parte del cortejo de naciones lacayas de la alianza anglosajona, llamada OTAN. Antes bien, esperemos que los caciques nativos entreguen nuestro territorio, historia y honor a cualquiera que les pueda engordar los bolsillos para provecho propio. Otra cosa no ha ocurrido en nuestra España desde que el rey legítimo fue derrocado por las potencias liberales extranjeras con la ayuda de los traidores locales.

Y otra cosa no podemos esperar hasta que regrese.

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