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16 de febrero de 2017 0

Europa: encrucijadas y tabernas.

En el País vasco circulaba una creencia – se lo leí a Julio Caro Baroja– que enfrentaba por razones morales a los pobladores, especialmente en zonas rurales, con los proyectos de carreteras y ferrocarriles. Me reconozco en esa aversión a perder lo que los ingleses nombran “espléndido aislamiento” y lo he debido de aprender en casa. Me pesaba ser enemigo del progreso y lo identificaba con algún rasgo pseudo-carlistón familiar fruto de alguna contaminación ideológica. Porque los carlistas sólo somos enemigos del progreso para nuestros enemigos. Por eso me alegró encontrar la raíz en su sustrato. No podía ser de otra manera.

Escribía D. Julio: “Existe incluso la idea, popularizada entre los caseros, de que el fin del mundo sobrevendrá cuando haya una cantidad enorme de encrucijadas y una taberna en cada casa”. 1

Encrucijadas y tabernas como decir carreteras y tiendas. Las diferentes visiones sobre las comunicaciones indicarían la rivalidad entre fuerzas sociales con distinto poder coercitivo. Así, entre la familia y el Estado, – explica D. Julio – se establecerían criterios distintos en relación a las redes de comunicación y a cómo éstas afectan a las libertades individuales, al bienestar económico, la moral y hasta los rasgos étnicos. Las grandes vías que interrumpen la vida vecinal son la victoria de los poderes más alejados. Por otro lado, la taberna, lugar público y abierto a todos, sería signo del fin de la identidad y diferenciabilidad de lo doméstico.

Si esta “euscatología” -permítaseme el invento- es cierta, hay que ir despidiéndose porque el fin está cerca, si es que no nos lo hemos dejado detrás. Si por “Europa” entendiéramos éso que rodea al camino de Santiago, España siempre fue su corazón y su destino, pero si por “Europa” entendemos la superoficina que nos administra y cultiva, a ésta hay que reconocerle dos méritos: El enorme esfuerzo en crear costosísimas infraestructuras y la reducción de nuestra vida al menudeo de bienes y servicios, a tienda de mercaderes con tono tabernario. Ambos objetivos coinciden inquietantemente con aquel temor de los abuelos.

La confusión entre estas dos europas explica -para mí- porqué cuando se nos pregunta a los ciudadanos de la banderita de estrellas sobre nuestra satisfacción con la pertenencia, los españoles destacamos en la respuesta. Estamos encantados. Los que más. Quizá no entendamos la pregunta. pero es que analizar la relación entre España y Europa exige sentarse, sacar un boli y definir conceptos.

Estos señores de la oficina primero trajeron sus productos y sus inversiones en infraestructuras. Después pasaron ellos, a cobrar. A cobrar los productos y las subvenciones, porque éstas se lograban añadiendo gasto propio que se financiaba. También vinieron sus primos, porque dejaron la puerta abierta. Y los primos de los primos. Así que aquí ya no reconocemos al prójimo, porque lo próximo de lo próximo es ya distante. Distante el dueño de la taberna y los que te topas en las encrucijadas.

En esta realidad tan irreconocible lo único seguro es lo que nos queda por pagar. Porque a cambio de la situación que hoy disfruta, España debe tanto como lo que produce en un año. Principalmente para ir (rápido) de un pueblo a otro y comunicar tiendas que no son nuestras.

Menos mal que el telón está al caer, si eso del bréxit se hace común, aunque algo me dice que antes de que caiga definitivamente nos exigirán el pago. Tenemos tiempo, por tanto, para despedirnos e ir a dar un abrazo al Santo en Galicia y rogarle nos perdone por no haber sabido defendernos en nuestra identidad europea, en ésa la de verdad. Perdón.

1. Julio Caro Baroja. Los vascos. 1971. Ed. Istmo. pag. 231

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